Espartaco, Lenin y libertad
En EL PAÍS, don Angel Urzáiz protesta de que dos nietos suyos a los que quisieron inscribirlos judicialmente, al nacer, como Armonía y Espartaco, no pudieron serlo por no ser santos del santoral.«Mi hijo -escribe el abuelo don Angel, los subrayados son míos- defendía su indiscutible derecho a ponerles el nombre deseado por el matrimonio». Y se expresa contra la sinrazón «de un régimen que toleraba la injerencia eclesiástica hasta los niveles de anular el derecho de todo progenitor a poner el nombre que para sus hijos deseara».
Cae simpatiquísimo el liberal-conservador don Angel. Pero, ¿quién tiene derecho a imponer los nombres?
Un compañero mío de la escuela primaria se llamaba Miguel de Cervantes Saavedra. Palabra de honor. Siempre me ha parecido algo de mala uva que una señora apellidada Saavedra, casándose de casual con un caballero de apellido Cervantes, convenga con él en bautizar Miguel a su retoño. Bien que lo sufría el pobre inocente entre los escolares.
¿Y el otro que -harto, se conoce, de apellidarse toda la vida Melón- bautizó Perfecto a su primer hijo? Ahora mismo, sin ir más lejos que a la guía de teléfonos de Madrid, edición de 1975, cuento 14 Melón y 10 Melones, nada menos. Entre ellos, un Melón Infante y un Melón Melón. Seguro que son dignísimas personas.
Segurísimo que nadie es culpable de su apellido heredado. Pero, ¿no habrá modo de liberar a las víctimas de las bromas paternas? Si un apellidado Bobo y Pequeño -por citar caso conocido- le pone Espartaco a su vástago, ¿qué?
Siendo yo chico, un vecino de la casa granadina de mi infancia bautizó por lo civil a sus hijos: Espartaco, Lenin y Libertad. Su esposa de él, que con él vivía mártir (y es de suponer que él con ella: borracho anticlerical con beata abstemia enamorada) aprovechó una ausencia nocturna del marido para rebautizarlos por lo católico, a solas y en secreto, en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: Gilrobles, Alfonsotrece y Albiñana.
Frente a tamaños males, servidor propone una solución revolucionaria, una especie de confirmación civil. Que -al llegar a la mayoría de edad, los 20 años pongamos, cada ciudadano se inscriba en el registro civil como le dé la gana; que tome nombre y apellidos voluntarios, a su arbitrio; heredados o no; los que quiera. ¿No le parece a usted más liberal?
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