Epílogo de alcance: La ultima cena
Tiene razón José Luis Aranguren, cuyo artículo Vigilancia de la vigilancia o algo así me parece de lo más penetrante y revulsivo que se haya escrito en esta aurora del nuevo periodismo democrático. (Que jamás pensé protagonizar, José Ramón Alonso, por favor, cuando estaba describiendo no lo que hago, sino lo que veo, ni menos monopolizar. Sentiría que a estas horas, fueras, como anda en rumores, subsecretario; porque, no has adivinado en el caudal de tus crónicas fluviales, el evidente modelo, de fondo y forma, para estas divagaciones?) La noticia sobre el almuerzo de SNIACE, el 22 de junio, una semana antes de la crisis -donde nació, si no la crisis, quizá el espíritu de la crisis- apareció primero aquí, luego la incluyó Pedro Altares en una ceñida síntesis como carga de profundidad, y por fin la destacó Cambio como rumor de buena fuente. La teoría vigilante de Aranguren nos permite deducir un origen común para esa información, que sigo creyendo trascendental; pero a pesar de conocerla completa, en la crónica correspondiente cité a los comensales, pero no al contenido. Y el contenido va, seguramente, más allá de lo que no le llegó a los citados periodistas. Verán.Parece que el objetivo fundamental de la reunión en la calle del Prado fue la firma colectiva de un documento -propuesto, en borrador, por don Gregorio López Bravo- en que, con suficiente y quizá estudiada imprecisión, se condenaba todas las manifestaciones públicas de marxismo hasta el punto de que una explicación de cátedra o un partido socialista no comunista podrían quedar incursos en delito si se aceptaba el documento por los comensales y por el poder. Porque dada la significación y la relevancia de los asistentes, el documento, una vez firmado por ellos, debería entregarse al señor presidente de las Cortes con la advertencia de que las fuerzas y grupos parlamentarios representados en el almuerzo votarían como un solo hombre en tal sentido. (Comprenderán ustedes ahora las colas que se formaron poco después, el día fatídico de las votaciones, para firmar un documento semejante, aunque no el mismo.)
Dos ilustres abogados del Estado, amén de algún otro comensal cuyo nombre callaré púdicamente, se opusieron al anatema gregoriano; por sólidas razones técnicas, jurídicas y políticas. Uno de ellos, don Cruz Martínez Esteruelas, cedió al fin a las razones del sugestivo anfitrión, que convenció en su día al propio general Franco de cosas todavía más difíciles. El otro discrepante, don Federico Silva Muñoz, no solamente se negó a firmar, sino que además se marchó de la reunión a la hora temprana que previamente había anunciado.
El documento SNIACE no se entregó, por fin, al presidente de las Cortes, pero todo hace pensar que se hizo ante tan alta personalidad, entrega de una «nota verbal» por decirlo con términos diplomáticos. Puede que en esa nota verbal se incluyese alguna descripción floreada de la conducta -por lo demás clarividente y lógica- del señor Silva en el almuerzo de marras; y -ya en el terreno de la conjetura- puede que de esa nota verbal dependiera en grado considerable que don Federico Silva, después de lograr 15 de los 16 votos del Consejo del Reino, no tuviera la más mínima posibilidad de resultar elegido para la Presidencia del Gobierno. Lo que se insinua para no incurrir en simplificación; si bien es verdad que tanto el señor López Bravo como el señor Silva son consejeros en ejercicio del mismo banco, tal condición no equivale sin más a identidad de objetivos y métodos en los avatares de la política madrileña. Convendría que anotasen estas complejidades los inteligentes miembros del equipo de analistas políticos que atribuyen, en Telexprés, mis reacciones críticas al «nerviosismo de los fraguistas». ¿Cómo se pueden desenfocar así las cosas desde la serena perspectiva catalana? Alguna de mis reacciones críticas ha provocado notorio nerviosismo entre los fraguistas, como mis inteligentes observadores barceloneses podrán comprobar sin más que arrimarse un poco más. Créanme, gracias a las saludables advertencias de Maurici Serrahima, aquí tratamos de simplificar menos cuando nos adentramos en la no menos complicada situación política de Cataluña.
Una cena católica
Esta recapitulación analítica sobre la maniobra gregoriana me trajo, filtrados por la distancia, los miasmas de Madrid; mezclados, gracias a Dios, con auras alentadoras. Pasé allí mis penúltimas horas en visita familiar a la Clínica de la Seguridad Social Primero de Octubre. Me salta ahora el nombre por el sospechosísimo rótulo que se han colocado los terroristas del 18 de Julio. Espero que las autoridades todo lo aclaren; pero en principio tina banda dotada de tales medios que elige como inauguración de sus festejos públicos el 18 de julio y se denomina con la fecha atribuida hasta el pasado año al Día del Caudillo -y redacta además los comunicados que redacta- me huele a chamusquina por todos los poros de tan convergentes noticias. Dios permita que me equivoque una vez más, o una vez menos.
Pero no me animaba a distancia el Primero de Octubre terrorista, sino el Primero de Octubre asistencial. Cumplido mi deber de visitar a los enfermos, me perdí en el enorme edificio de la carretera de Andalucía. Cuando el año que viene me retire a un paréntesis de novela, una vez que la historia deje de parecerse tanto a una novela, pienso instalarme allí. He conocido otras residencias, dentro y fuera de España; y a veces las he padecido. Jamás sentí, en estos tiempos de confusión, el orgullo de la obra bien hecha por mis compatriotas como aquí. En medio de la confusión de estas jornadas mi excursión por las plantas y los servicios de la gran residencia me compensó hasta el fondo. Se palpaba la organización, la eficacia, el silencio creador, el respeto profundo de profesión a clase, de hombre a hombre. ¡Y que un régimen capaz de crear y mantener cosas así pueda haberse desmoronado de forma tan estúpida, y pueda depender de maniobras urdidas en almuerzos y cenas secretas...!
Porque van a ver ustedes ahora la cena. La última cena importante y secretísima de la temporada política madrileña.
Era una cena; puede que se celebrase a mediodía de la pasada semana cronológica, pero era una cena. Las máximas jerarquías del catolicismo político herreriano -Editorial Católica, Colegio San Pablo- ofrecían un homenaje a los seis ministros que la Asociación Católica de Propagandistas -a título personal y sin implicarse en el asunto, no faltaba más- acababa de ofrecer el nuevo Gobierno de Su Majestad. Puedo adelantar la fuente segura que nadie pronunció allí la frase ritual de alguna otra asociación católica en trance semejante: «Nos han hecho ministros». Tienen mis queridos amigos de esta cena bastantes más horas de vuelo.
Pero sí estoy en condiciones de revelar que en un momento especialmente eufórico de la última cena -y no es irreverencia, sino coincidencia- el patriarca político de la Asociación, don Alberto Martín Artajo, venerable «canciller de la resistencia» conminó a los presentes para que se reuniesen de una vez en ese gran partido de la Democracia Cristiana española que pudiera ser, al servicio de tan altos ideales, dueño del futuro. Además de los ministros, de los ex ministros y de los directivos, no faltaban, en la cena, distinguidos miembros de la oposición democrática, como don Fernando Alvarez de Miranda.
El nacimiento de la Democracia Cristiana total
En una serie anterior de estas crónicas (La noche clara y fría de los Tácito, 18 de mayo de 1975) se definió al grupo que hoy domina el ala civil del Gobierno como conjunto de cuadros para un futuro partido de unión demócrata cristiana. Poco después, el 7 de septiembre, y en la crónica titulada ¿Dónde está la Democracia Cristiana?, me referí a la estrategia para configurar a este gran partido católico unificador de corrientes, tendencias y equipos.
El merecidísimo revés que se han llevado los tecnócratas vinculados al Opus Dei en la reciente crisis ha precipitado la reunificación de las diversas ramas de la DC. Creo que esa reunificación está virtualmente hecha. Mis indicios para ustedes: la nueva convergencia de los disidentes del grupo Tácito; el magistral artículo del señor Gil Robles sobre la DC en Ya; el desmantelamiento del Partido Popular -que ya no existe más que en la ventanilla de Gobernación- predeterminado por los contactos del señor Alvarez de Mirarida con el señor Osorio durante casi todo el período de gestación del partido, a espaldas de las demás fuerzas que trataban de integrarlo, la curiosísima evolución del señor Alvarez de Miranda desde un recelo morboso a cuanto oliera a franquismo hasta estas deciaraciones idílicas que ahora prodiga al nuevo Gobierno que le ofreció una cartera (y que con notable demostración de su inteligencía política no aceptó): la aproxirriación del señor Silva y el señor Osorio, que hasta hace muy poco tiempo eran cordiales adversarios hasta extremos casi florentinos; etcétera. Son indicios confluentes, abrumadores.
Dentro del proceso de reunificación se llegará a un pacto con la derecha (señor Silva, UDE) y con la izquierda (señor Ruiz-Giménez), quienes tal vez quedarían en una primera fase fuera de la operación, para integrarse después en ella. Animados por el relativo éxito de sus hermanos de Italia, los democristianos españoles contemplan la posibilidad de concentrar un gran partido que consiguiese lo que han conseguido aquéllos; ocupar el poder y mantenerse en él durante treinta o cuarenta años. Es, desde luego, un modelo más aceptable, y más viable, que la importación colonialista del PRI mexicano en que soñaban despiertos dos grupos hispanos: los tecnócratas y algunos autores de un peronismo a la española.
El esquema está ahí. Figuran probablemente dentro de él algunos movimientos complementarlos. El señor Suárez, descolocado ante su antigua UDPE (que debe de estar poniéndole más que verde en sus frustradas reuniones) podría aproximarse al gran complejo democristiano de la mano de don Alfonso Osorio, que intentaría con él la maniobra que don Antonio Carro apuntó, entre no pocos sarcasmos de los comentarl stas, para la exaltación institucional de don Carlos Arias como jefe de un gran partido franquista. De momento, la iniciativa de la convergencia democristiana está en las hábiles manos del señor Osorio; pero no durará mucho en ellas.
Esta dislocación -que es venturosamente una clarificación- del centro-derecha no ha sorprendido, seguramente, a don José María de Areilza. Deseo anticipar dos cosas. Primera, que no he visto al señor Areilza desde hace meses; y no he hablado con él una sola palabra antes ni durante la crisis. Segunda, que los datos que doy sobre la reunificación y designios probables de la Democracia Cristiana no van en sentido crítico ni menos despectivo; fui el primero en anunciar y en desear desde fuera reunificación, y me encuentro muy próximo sentimental y políticarnente a ese partido, cuyo éxito deseo sinceramente; porque mi corazón está cerca de él, aunque mi cabeza y mi deber están con ustedes, para transmitirles inmediatamente cuanto crea importante, y esto es importantísimo.
Una gran convocatoria posible
Había mencionado el señor Areilza. Sé que está en plena forma, y ha reaccionado ante la crisis como el gran político que es; y el gran estadista que lleva dentro. La súbita coalescencia de la DC clarifica mucho las cosas. El grupo Tácitco o se integra plenamente en la nueva DC o desaparece; las demás coaliciones en curso no van ya a integrar a tácitos ni a grupos con conexiones colaterales, dicho sea con especial sentido de homenaje por la gran labor realizada estos años por ese grupo que sólo puede ser ya, como tal grupo, democristiano. Hay decenas de millares, seguramente centenas de millares de españoles del centro y la derecha; de la izquierda y la oposición moderada indecisos ante la confusión, o no alineados que desean incorporarse a un gran partido no confesional -una democracia que no tenga ni el adjetivo de cristiana-, aunque no anticlerical; un partido liberal moderado de centro-centro, no de izquierda disfrazada de derecha; al que podrían también incorporarse los reformistas desplazados, e incluso innumerables personas procedentes del deshielo franquista que ni comulgaron en el franquismo con los totalitarios de extrema derecha ni quieren ahora renunclar a lo que sinceramente sirvieron, ni nmenos cobrar prima de legitimación por haber vivido cómodamente en una oposición verbal e inoperante. Esos centenares de miles de españoles y españolas deberían leer el hondísimo artículo del profesor Vallejo-Nájera sobre el vacío y la necesidad del liderazgo. Puede que entonces decidiesen escribir una carta colectiva -desde Murcia también, amigos de la tierra- a personas como José María de Areliza, y grandes nombres afines para pedirles que se dejen de vacaciones expectantes y se pongan de una vez al frente de la gran marcha hacia el futuro, después de chocar los residuos persandistas que puedan restarles tras pasadas convulsiones.
Y para cerrar el tema informativo, una advertencia histórica; mis amigos de la DC saben mejor que yo que en otra última cena de la que en realidad también salió, además de cosas más importantes, un proyecto de cristianismo político, el papel de deuteragonista fue ocupado por un traidor.
Posdata: Enviada ya esta crónica me llegan con el número de EL PAIS del viernes dos sorprendentes noticias.
1. El comunicado de Coordinación Democrática ante la declaración del nuevo Gobierno.
2. Los imaginativos comentarios de la prensa norteamericana sobre la gran operación democristiana en España. Me temo que el admirable Miguel Acoca tendrá que cambiar urgentemente sus contactos militares en Madrid. Si de tan larga preparación lo que ha salido es esto, habría que cambiar el nombre de la oficina planificadora y llamarla, sencillamente, Estado Menor.
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