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El fin del pleno empleo, objetivo cada día más difícil

¿Cuánto paro tenemos en España? Es esta una pregunta con tres respuestas. Las cifras de paro registrado alcanzaban a mitad del año actual 363.169 trabajadores. La encuesta de población activa sobrepasaba considerable mente las cifras anteriores. Al fin del primer trimestre, el paro alcanzaba, según esta in formación, los 714.000 trabajadores: nada menos que un 5,35 por 100 de la población activa española.Es evidente que al lector que se le ofrece una respuesta tan imprecisa, en problema que tanto importa, tiene derecho a preguntar cómo es posible que las cifras de paro se hagan respetar tan poco al oscilar entre cantidades tan discrepantes. Esa misma pregunta nos la hemos hecho con frecuencia los economistas, en alta voz, protestando por las deficiencias de las estadísticas sobre empleo -entre otras-, sin que nuestras voces hayan encontrado el único eco que nos importaba: la elaboración de un plan nacional de estadísticas que, partiendo de un análisis detenido de las deficiencias de las estadísticas actuales, tratase de superarlas con el respaldo de los medios precisos y el compromiso de un articulado calendario.La primera de las cifras tiene como base las personas inscritas en las oficinas de colocación sobre las cuales el Servicio Sindical de Colocación tabula mensualmente las estadísticas de paro registrado. La admisión por los técnicos y su conocimiento aproximado de las discrepancias entre el paro registrado y el real fundamentan el cálculo por el Servicio de Colocación y el Ministerio de Trabajo, de una segunda estadística: la de paro estimado, a la que se atribuye el carácter de cifra oficial de paro en España. En opinión de la mayoría de sus usuarios, las estadísticas de paro estimado aprecian fielmente las oscilaciones del paro aunque no su cuantía total, pues, según todos los indicios, subestiman el paro en los sectores de la construcción y en los servicios, no recogiendo las personas que buscan empleo por vez primera. La encuesta de población activa suple estas deficiencias y puede considerarse como la que, con mayor fidelidad, refleja las dimensiones del paro en España.

Con precisiones estadísticas podríamos concluir que las cosas están peor, puesto que la más fiable y representativa de las cifras de paro resulta ser la más elevada (los 714.000 trabajadores de la encuesta de población activa) y la menos fiel, la más reducida (los 363.169 trabajadores que figuraban registrados a comienzos de junio por el Servicio Sindical de Colocación).

Esas cifras tienen una dimensión economica, social y humana importante. En sí mismas suponen que el 5,35 por 100 de la población activa española no encuentra trabajo, perdiéndose su capacidad productiva potencial.

Las cifras absolutas de paro no agotan su gravedad en el reconocimiento de las consecuencias de su cuantía total. Porque esas cifras -como casi todas las estadísticas económicas españolas- son medias nacionales que ocultan grandes diferencias.

Diferencias geográficas: el paro sobrepasa ampliamente el valor medio del 5,35 por 100 de la población activa en muchas provincias; lo duplicaban con exceso las provincias andaluzas (con un 11,96 por 100 de población activa en paro y se aproximaban a ese nivel las provincias de Castilla la Nueva (con un 10,14 por 100 de su población activa parada), situándose en valores muy elevados también los niveles de paro en las provincias de Canarias (8,80 por 100) y las de Extremadura (7 por 100).

Esas diferencias geográficas no son las únicas, pues las diferencias también afectan a dos importantes atributos de la población activa, el sexo y la edad.

Puede afirmarse que esas graves cifras de paro españolas son nuevas. Dicho en otros términos: el paro presenta hoy unas dimensiones que no ha tenido en el pasado.

El pleno empleo como objetivo de la política económica

La política de pleno empleo tiene algunos años, pero considerada en una perspectiva histórica, puede afirmarse que no muchos. Fue Keynes y los economistas keynesianos quienes convirtieron el problema del paro y su superación por la política del pleno empleo en tema central de la Economía y de la política económica en la tercera y cuarta décadas de este siglo. Al fin de la segunda guerra mundial el objetivo del pleno empleo se incorporaría en leyes económicas fundamentales por la mayoría de los países de Occidente.Si consideramos, no ya el ayer, sino el hoy del pleno empleo, bien puede afirmarse que este objetivo dista de haber perdido su fuerza y su atractivo en nuestros días postkeynesianos. En efecto: ¿qué programa económico que aspire a conseguir voluntades y votos deja de incluir al pleno empleo entre sus metas sociales prioritarias?

España no es una excepción a esta regla general. Ahí está como prueba y compromiso básico el contenido del primer mensaje de la Corona: «La Corona entiende, también, como deber fundamental, el reconocimiento de los derechos sociales y económicos, cuyo fin es asegurar a todos los españoles las condiciones de carácter material que les permitan el efectivo ejercicio de todas sus libertades. Por lo tanto, hoy queremos proclamar que no queremos un español sin trabajo, ni un trabajo que no permita a quien lo ejerce mantener con dignidad su vida personal y familiar, con acceso a los bienes de la cultura y de la economía para él y para sus hijos». Ese carácter fundamental del pleno empleo se ratificaba en las palabras de SM el Rey al primer Gobierno de la Monarquía: «Lograr que todos los españoles tengan asegurado un puesto de trabajo, satisfechas las necesidades de sus familias y acceso a los bienes de la cultura, son sin duda los objetivos prioritarios que os quiero señalar desde el primer instante de vuestra actuación».

El paro, ¿problema coyuntural?

Algunos han pensado que detrás de las preocupantes cifras de paro no estaba más que un problema pasajero de coyuntura. Problema soluble cuando se lograse recuperar el tono vital de las cifras de producción. El paro, en otros términos, tendría dimensión idéntica a la que tuvo en otras etapas de recesión que la economía española registró en 1967-68 y 1970-71. Si superada la recesión, entonces, se restableció la ocupación, superar la recesión, ahora, sería el remedio de restablecer el pleno empleo. Para acelerar el crecimiento de la producción se nos ha dicho desde el 29, de diciembre -sonadamente- hasta el 8 de julio -tristemente que el remedio estaba en consumir menos y ahorrar e invertir más, con lo que el pleno empleo se nos daría por añadidura.Por desgracia para la lógica económica las cosas son más complejas. Marshall nos dijo en una ocasión a los economistas que la demanda de trabajo es siempre una demanda derivada de la producción. Y esa demanda tiene dos componentes: la demanda externa y la interior.

España ha contado en la larga década de su espectacular desarrollo con una demanda exterior de trabajo excepcional, que, permitió que una parte fundamental de la población activa encontrase ocupación y aliviase al mismo tiempo el déficit de la balanza de pagos por cuenta de renta. Las cifras pueden discrepar pero en cualquier caso la emigración española asistida a Europa puede situarse en el período 1960-73 por encima de los 700.000 trabajadores.

Esa demanda exterior se ha detenido. En realidad puede afirmarse incluso que se ha hecho negativa, pues los retornos de 1975 han ascendido a 50.000 personas. Las previsiones sobre el ritmo de desarrollo europeo y sus mercados de trabajo apoyan la hipótesis de que la válvula de seguridad de la emigración europea se ha cerrado, al menos en los años que restan de la década actual.

Por otra parte, la demanda interna de trabajo se apoyó en la etapa 1960-73 en el fuerte crecimiento de la producción. Una tasa media de desarrollo del 7 por 100 del PNB, apoyada básicamente en el crecimiento de la industria y los servicios, generó un volumen de empleo importante que se ha estimado en tomo a 1.600.000 puestos de trabajo. Pese a su importancia, esa demanda interna no bastó para ofrecer ocupación total a quienes aparecían anualmente en el mercado de trabajo ofreciendo sus servicios, como lo prueban las cifras medias de paro en la etapa 1959-73, situadas en torno a los 170.000-180.000 trabajadores. Sin embargo, esa cifra residual era baja, afectando a poco más del 1 por 100 de la población activa, límite que define, convencionalmente, una situación de pleno empleo.

Si el argumento se detiene aquí, ya se ven las dificultades y obstáculos que amenazan a una política de pleno empleo. Porque, en efecto, suponiendo que pudiésemos crecer de aquí al 80 al ritmo envidiable del pasado -7 por 100 del PIB- lo que conseguiríamos es mantener en ese año las cifras de paro que hoy tenemos: 700.000 trabajadores. Pero, desgraciadamente, esa tasa de desarrollo es imposible de lograr. Ni la balanza de pagos ni la estabilidad de los precios lo permitirían. La tasa de desarrollo que podría conseguirse se sitúa -con general unanimidad- en el 4 por 100 del PIB y esa tasa de crecimiento factible generará un volumen de paro considerable.

Pero terminar las cosas aquí sería precisar muy poco. Las cosas son aún más complicadas y más graves. Porque esa demanda interna de trabajo no se ha comportado uniformemente a lo largo de la década del desarrollo. Digámoslo de nuevo: la demanda de trabajo es una demanda derivada de la producción. Y por lo tanto, la fuerza de esa demanda de trabajo derivada dependerá de lo qué se produzca y cómo se produzca.

Un grupo de jóvenes economistas, dirigidos por el profesor Julio Segura, han investigado en la Fundación del INI el impacto que sobre el empleo originó el modelo de desarrollo por el que la sociedad española optó en el periodo 1960-70. Sus conclusiones son que ese modelo afectó negativamente al empleo por los bienes que se produjeron y por cómo se obtuvieron.

Los bienes cuya producción se aceleró suponían una demanda derivada de trabajo menor: cayó relativamente la demanda de productos alimenticios (cuya producción utiliza trabajo con más intensidad) frente a los no alimenticios. Por otra parte, en la demanda de bienes no alimenticios fueron pesando cada vez más ciertos bienes, como productos químicos y plásticos, entre otros (con poca demanda de trabajo), frente a los textiles, cuero y calzado (con mayor demanda de trabajo). Si lo que se producía para el consumo demandaba -cada vez- relativamente menos cantidad de trabajo, otro tanto ocurría con lo que se producía para exportar, dado el papel decreciente jugado por la agricultura en nuestros envíos al resto del mundo.

Atando cabos

Cerremos los razonamientos anteriores para evaluar las dimensiones del problema del paro y la viabilidad práctica del vigente fin político del pleno empleo. Varias conclusiones son claras, al menos para la opinión de la mayoría de los economistas:1. La demanda exterior de trabajo no puede desempeñar el importante papel que jugó en el pasado. La emigración ha dejado de ser la válvula de escape de los problemas de la política de empleo.

2. La demanda interna de trabajo constituye la única alternativa viable de una política de ocupación. Esa demanda interna de trabajo dependerá de tres factores: del ritmo de crecimiento de la producción, de qué producción sea la que se desarrolle y de cómo (con qué técnicas) se obtenga esa producción.

3. Forzar el ritmo de crecimiento de la producción no posibilitará el logro del pleno empleo. No es posible -por razones de equilibrio interno y exterior, y el acuerdo de los economistas es casi unánime sobre este punto- conseguir tasas de crecimiento del PNB situadas por encima del 4 por 100 anual. Con esa tasa de desarrollo de la producción no se puede absorber la oferta de trabajo disponible. Estimar el paro resultante, a consecuencia de esa tasa de crecimiento factible del PNB y del desarrollo de la población activa, es un ejercicio complicado por las distintas hipótesis que ese ejercicio exige. Sin embargo, los cálculos más fundados sitúan esa cifra de paro en 1980 entre los 800.000 y el millón de trabajadores.

4. Una cifra de esa cuantía y consecuencias hace indispensable programar con urgencia, pero con resultados a plazo medio, una política de empleo. Política que exigirá elevar la demanda de trabajo por unidad de producción, orientando el crecimiento hacia sectores con mayor impacto en la demanda de trabajo (bienes públicos) y favoreciendo las técnicas que utilicen con mayor intensidad mano de obra.

5. La orientación y la dosificación de la oferta de trabajo deberá ser parte importante de una política de empleo, lo que obligará a actuar sobre la política agraria -para retener el ritmo de emigración rural- y sobre la política educativa -para dosificar la entrada de nuevas generaciones en el mercado de trabajo-

6. El previsible aumento de paro que se sigue de los datos y supuestos anteriores obliga a instrumentar un seguro de paro que remedie los visibles y conocidos defectos del actual (campo del seguro, cuantía de las prestaciones, sistema de control).

Esas conclusiones revelan que el fin del pleno empleo no es una meta asequible a la simple variación de la demanda y la producción. El pleno empleo se ha convertido en un fin meritorio, dificil de lograr sin ayuda de la técnica económica, la comprensión y el esfuerzo de la sociedad. Si lo prometido es deuda, es ese difícil compromiso el que demanda que el proclamado fin del pleno empleo disponga cuanto antes de un programa que nos diga cuáles son los caminos para llegara él. Un programa que respete la lógica económica y se gane la aceptación responsable de la sociedad.

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