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La moral tradicional todavía influye en la sociedad francesa

Los franceses y la infidelidad conyugal en 1976 es el título genérico de una encuesta nacional que acaba de publicar sus resultados. A través de dicho estudio se ha pretendido aportar un elemento más, considerado muy seguro, para calibrar el nivel del estatuto de la mujer en la sociedad francesa. Si la infidelidad de la mujer, dicen los analistas del sondeo, se juzga más severamente que la del hombre, «nos encontramos frente a una sociedad que sigue viviendo bajo los principios de la edad patriarcal, en la que la mujer es propiedad del hombre». Pero si la diferencia no es notable, a la hora de juzgar el adulterio, masculino o femenino, «ello prueba que, en general, se acepta la igualdad de sexos».

A nivel de principios, más o menos abstractos, los franceses se dicen liberados de la edad de piedra del sexo. En efecto, de cada cinco franceses, cuatro juzgan de igual manera la infidelidad del hombre que la de la mujer. Pero, al abordar los casos concretos, la discriminación reaparece, a niveles diferentes.La conclusión de los sociólogos no es tan optimista. «Por inconsciencia, por hipocresía o por atrofiamiento, estima un especialista, se opina de una manera bastante avanzada a nivel de principios, es decir, cuando se habla de los demás, pero otra cosa es poner en práctica tales ideas en el plano personal. Ocurre como a la hora de las elecciones: la mitad de los franceses votan por la izquierda, pero en su vida diaria, más íntima, allí en donde pueden manifestarse socialistas, son una minoría quienes obran como piensan.»

Consolarse en el «pecado»

Otro analista del sondeo en cuestión va más lejos: «La represión, en la sociedad en la que vivimos, llega a todos los dominios de la manifestación humana y, particularmente, al matrimonial, es decir, a la vida y demás aspectos de la existencia cotidiana, por lo que es difícil realizarse libremente. Los condicionamientos impuestos al hombre, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la iglesia, en, la sociedad, llegan hasta la alcoba conyugal. Son muy pocos los que consiguen liberarse, es decir, ser libres a la hora de hacer el amor. De aquí que cada cual intente consolarse en el pecado.Una aventura pasajera, sin consecuencias, es juzgada de manera indulgente, tanto por las mujeres como por los hombres casados. Ahora bien, en el caso de las primeras, el hecho es perdonable. Pero si el patinazo es masculino, se juzga sin gravedad. El mismo matiz discriminatorio se manifiesta cuando la aventura se prolonga: varios meses: el 48 por 100 de los franceses la consideran imperdonable si se trata del marido. Y si es la mujer quien tiene un amante, el 56 por 100 condenan el hecho de manera radical.

Otros datos del mismo estudio van en igual sentido y revelan que, en general, la noción de la moral tradicional sigue teniendo influencia en el comportamiento de la sociedad gala: el 60 por 100 de la población opina que la fidelidad, en el matrimonio, es necesaria.

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