El instinto amoroso, en lucha con la hipocresía altoburguesa
Una habitación con vistas sobre la campiña florentina, una pensión italiana en la que coinciden diversos turistas ingleses, un prado azuleado por las violetas, un beso, y, a partir de estos hechos, el trazado de una tenue trama en la que la apariencia apenas cuenta, puesto que las diversas emociones que brotan entre los personajes se mueven casi siempre bajo tierra... Estas pocas líneas resumen, sin duda, muy bien tanto los principales nudos del argumento como la disposición narrativa de Habitación con vistas, novela de E. M. Forster, vertida recientemente al castellano.Si nos acercamos un poco más a las principales figuras que con un autocontrol típicamente británico se mueven a lo largo del presente relato observaremos cómo este último se despliega mediante el clásico triángulo sentimental, en apariencia simple e incluso en alguna página anodino, pero que esconde una serie de secretas tensiones clasistas y culturales que condicionan a los protagonistas. Como en tantos viajes veraniegos, la historia empieza cuando Lucy Honeychurch conoce accidentalmente, en la pensión Bertolini, a George Emerson, y, tras un brevísimo trato, no desprovisto de asperezas, a causa de la diversa índole social de ambos muchachos -además George es el responsable del beso furtivo sobre un fondo campestre violáceo- Lucy huye a Londres donde se promete sin entusiasmo a Cecil Vyse, prototipo del joven británico de comienzos de siglo en el que los convencionalismos de clase reprimen todo atisbo vital.
Habitación con vistas, de E
M. Forster. Traducción del inglés por Marta Pessarrodona. Editorial Planeta, Barcelona 1976.
El círculo narrativo podría quedar cerrado de este modo: Italia, el griterío de las callejas florentinas, Giotto superpuesto a los bambini risueños y sucios que persiguen a los turistas, el tapiz azulado junto al río, el breve roce afectivo con un muchacho casi desconocido, quedan ya muy remotos en la imaginación de una Lucy sumergida en la neblina inglesa. Sin embargo, a partir de un determinado momento, la historia gira sobre sí misma sin rechinar y aquel contacto epidérmico -un simple beso- se reproduce de nuevo, ahora a orillas de un pequeño lago británico, tras una breve ebullición pagana: George se está bañando desnudo con el clérigo Beebe y Freddy, hermano de Lucy. El beso no tiene lugar ahora sino un poco más tarde, en la propia casa solariega de la muchacha, pero las aguas ocultas de la vida -el mito de Italia resplandeciente a lo lejos- disuelven las costras heladas de los prejuicios postvictorianos. Como dirá el padre George en conversación con Lucy, «cuando el amor llega, ésta es la realidad», puesto que ante todo «la pasión es cordura» y para entrar en el jardín de los sentimientos es preciso redescubrir nuestro cuerpo.
Liturgia clasista
No hace falta contar el desenlace de Habitación con vistas, puesto que éste se impone con su propia fuerza gracias al empuje que en determinados momentos tiene la vida ante una cultura intoxicada por la liturgia clasista, gracias al ardor de la juventud -un torso desnudo, una mirada brillante- frente a la madurez, una madurez que habla, habla, habla y se aleja cada vez más de las emociones adolescentes. Acaso en el fondo no sea tampoco un conflicto entre la razón y la vida: recordemos que el viejo Emerson ha establecido la aparente paradoja de que toda pasión es cuerda y en el amor anida la verdadera sabiduría. Y es precisamente a causa de dicha salpicadura dialéctica en la superficie inmóvil del sentido común que los diversos hilos narrativos de la novela se ponen hasta alcanzar el final feliz: en esta madeja, a la vez ideológica y narrativa, quedarán prendidos todos los personajes de Habitación con vistas.
Sin duda, la presente novela -escrita en 1908- queda algo extraviada en la lejanía del tiempo: de ello se resiente el texto, pero el culpable, lógicamente, no es el autor sino una cultura que como la española vuelve a veces la espalda a la inteligencia europea. E. M. Forster es ya un clásico, incluso resulta un tanto demodée para el gusto actual, pero es preciso recordar que hasta los años 70 había permanecido inédito para nuestros editores. Tal vez con un exagerado sentimiento autocrítico fue consciente el propio Forster, poco antes de morir en 1970, de que su orbe novelesco era un tanto anacrónico. Así, con voz algo patética, confesará en Maurice que su Inglaterra pertenecía a un momento histórico en que las florestas aún cubrían buena parte de la isla, apenas mordidas por el tumor grisáceo de las metrópolis. Palabras más profundas de lo que aparentan porque el bosque, el jardín asilvestrado, es el entorno natural que alimenta a los personajes de Forster mientras la ciudad, sinónimo de proletarización, los destruye a la vez como hombres y como clase social.
Libro perteneciente a la tradición «italiana», romántica y neopagana de la cultura inglesa, en Habitación con vistas encontramos algunas de las más íntimas gay obsesions de Forster: cómo el instinto amoroso, zaherido por la hipocresía altoburguesa se revuelve, lucha y a la postre vence a los prejuicios clasistas, cómo lo importante es responder a nuestro destino biológico, único modo de que Eros y Palas Atenea no se venguen de nosotros pues, a juicio del novelista, el amor y la sabiduría van unidos en celeste cortejo. Sin duda, los años han maltratado un poco a Habitación su idealización de los personajes es excesiva así como resulta mutuamente entorpecedora la constante mezcla de cultura y sentimientos. En esta paleta rutilante de E. M. Forster, en la que prevalecen el azul y el rosa, hubiéramos deseado alguna salpicadura de color negro, pues en la vida, sólo así, mediante el claroscuro, puede un novelista captar la más íntima movilidad de aquélla. No obstante vale la pena aceptar el viaje sin Baedeker propuesto por Forster y observar cómo en el fondo nuestras apuestas vitales continúan siendo las mismas de 1908.
Babelia
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