En pleno proceso constituyente
Independientemente de cuál sea la solución de la crisis abierta por el cese del señor Arias, hay sectores políticos, periódicos y grupos de interés, que se preguntan ahora si estamos o no en un período constituyente. La terminología puede encubrir un inútil juego de palabras o puede, por el contrario, reflejar el verdadero fondo de la cuestión: ¿es esta una etapa nueva, que abre otro equilibrio de poderes, una distinta relación gobernantes-gobernados y una transformación de las instituciones? ¿O realmente el franquismo se sucede a sí mismo y nos encontramos hoy en el mismo régimen, regido por el sucesor del Caudillo?Si la Monarquía no es el poder personal, la democracia orgánica y la hibernación de las libertades, entonces hay proceso constituyente. Estos siete meses han servido para demostrar que el poder personal no es heredable ni, dato importante, se quiere heredar. También hay síntomas evidentes de que la Corona aborda, a fondo, dos operaciones por los flancos: la terminación del esquema de intereses más o menos oligárquicos, para repartir el welfare con criterios modernos; y la liquidación del aislamiento exterior a que nos sometió, con intensidad variable, el mundo occidental y la peculiaridad franquista. Partidos políticos, elecciones relativamente libres, aceptables márgenes para la prensa, reconocimiento de la opinión pública, diálogo con la oposición, ¿cabe mayor evidencia constituyente? Hasta dónde se vaya a llegar, es otro problema: podemos alumbrar una pseudodemocracia raquítica y manipulada, o podemos llegar a una democracia occidental, pero auténtica. Lo. que está claro es que toda una fase se ha cerrado y qué otra empieza. Existe ya hoy, después del primero de julio, mucha mayor dosis de transformación, rotura, cambio, o sesgo que de continuidad, proseguimiento, concatenación o ligadura. Puestas así unas tras otras, ¿no se percibe mejor la ridícula vacuidad de las palabras? Hablemos de algunos hechos.
Don Juan Carlos I ha dado un paso adelante. Una decisión como la de ayer es prueba de poder y de valor político. Para llegar a su decisión habrá contado con alguna seria advertencia de la realidad: el 4,8 por 100 del alza del coste de vida en mayo sería, presumiblemente, el último motivo de grave preocupación. Habrá existido también, quizá, alguna voz, individual y próxima, desinteresada, que haya señalado los riesgos de desilusión masiva, en la calle, si aquí se optaba por la vieja táctica («las cosas las arregla el tiempo») del general Franco.
Cesado Arias, los españoles no creen hoy que don Juan Carlos sea precisamente una figura decorativa.
Pero este no es más que el principio de la historia. En la dificil partida que ahora comienza habría que analizar algunas piezas:
* El establecimiento económico y político: quienes han detectado el poder del dinero y de las decisiones administrativas se presentan hoy -es curioso de ver- en orden abierto, y hasta se diría que inconexo y dividido. Aglutinados antes, hoy carecen de disciplina y capacidad estratégica.
* Las Fuerzas Armadas -y no incluimos en el apartado a las de orden público- ofrecen la imagen contraria: cohesión sin fisuras. Se ofrece a la Corona una estricta neutralidad, una no injerencia. Los límites podrían fijarse en tres frentes: el marco estratégico occidental (con sus derivaciones, a veces inexactas, sobre las relaciones de los PC europeos con la Unión Soviética.) el problema separatista y los riesgos paseguridad del Estado. Al margen de estos tres temas, es dudoso que el estamento castrense acceda a presionar en una u otra dirección.
* La oposición es, por primera vez en cuarenta años, una pieza importante en el devenir inmediato. Después de decenios de silencio, persecución y cárcel, es -¿podría ser de otro modo?- pequeña y anémica. Pero tiene dos poderosas bazas en la mano: parte de la opinión pública, con implantación fuerte en las nuevas generaciones, y un aura ética, de resistencia tenaz, que impresiona a muchas conciencias. Hoy no puede evidentemente gobernar, pero nada puede hacerse ya sin contar con ella. Su poder de obstrucción es determinante, sobre todo en el mundo del trabajo.
* El frente exterior pesa, después de la ruptura de nuestro aislamiento, de modo creciente. El endeudamiento del país, su peso estratégico e industrial, su presencia en los centros de decisión transnacionales tendrán como contrapartida algunas exigencias de occidente: es preciso cumplir las condiciones formales que exige el club de la democracia occidental. Dentro de estos límites, con fuerzas entrecruzadas de signo cambiante y con una aceleración en el acontecer bien distinta al ritmo plácido de antaño, tiene que ser nombrado el nuevo presidente y el nuevo Gobierno: una pieza más, y quizá no la primera en el tablero nacional. Sí, en cambio, la que ha de impulsar, y no sólo en el aspecto de las denominaciones, nuestra fase constituyente. Un período, según el profesor Durerger, «en el que se constituye o establece algo nuevo. Fase en que se transforma o crea la constitución de un Estado. Suele ser un período más o menos largo en el que dos grandes fuerzas sociales, creadoras de derecho, se enfrentan. La constitución resultante es la expresión de esa correlación de fuerzas sociales que conviven dentro del ámbito de un país».
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