Una estafa de cuarta categoria

Este es un filme del que no valdría la pena ocuparse de no mediar una circunstancia curiosa, como es su estreno en versión original y sala especial. En las actuales y especialísimas circunstancias de la exhibición cinematográfica en nuestro país, presentar una película en una de estas salas presupone una cierta calidad, un mínimo interés que no siempre se cumple, mejor dicho, que cada vez resulta más excepcional ver cumplido. En el fondo, y en la superficie, esto es lo mismo que estafar implícitamente espectador normal que no tiene por qué poseer todos los datos previos sobre la obra estrenada y que, bastantes veces, acude a verla pensando que algo tendrá el agua cuando la bendicen. Un lugar ideal para matar es una película de cuarta categoría, con intriga premiosa y ridícula, cuyo único atractivo son los macizos encantos de Ornella Mutti -a pesar de la celulitis incipiente de la moza y de unas mellas más que discretas- exhibidos con la parsimonia y brevedad que permite la voraz censura, al menos en la copia soft contemplada. Dar en versión original esta historietilla ridícula, es otorgarle unas cartas de nobleza que no posee, mientras se niega la exhibición en la lengua de origen a cientos de obras maestras, lo que resulta un contrasentido ,dificil de explicar.Las salas de arte y ensayo, reconvertidas después en salas especiales, se crearon con un propósito eminentemente cultural, que hoy se conculca alegremente y sin ningún pudor. Utilizarlas ahora para exhibir estos productos de ínfima categoría, cuyas tímidas audacias impiden su estreno normal, es destrozar el invento inicial sin ofrecer nada a cambio. Una obra de calidad necesita imperiosamente su banda sonora íntegra, pero una película de este jaez puede ser oída en chino, sin que mermen sus escasos atractivos.

La película en sí, prescindiendo de estas consideraciones, es una demostración de que la estética peculiar del «spot» televisivo -jóvenes dando saltitos porque sí, con sonrisa estúpida constante, ambientes adinerados, moderadas dosis de perversión, montaje caprichoso, y demás tics habituales en este género del suspense sofisticado- es absolutamente insuficiente para borrar la endeblez de una historia y unos personajes que no existen. El cine sigue exigiendo una responsabilidad total hasta para divertir -tarea más seria de lo que parece-, y Umberto Lenzi debería dedicarse a otras tareas más apropiadas a su capacidad, porque no parece que Dios le llame por estos caminos.