Dalí, víctima de la dictadura
Antes de que algún lector indignado coja la pluma para rectificar airadamente el apelativo, colocando en su lujar el de apologista, tengo que aclarar que, al hablar de dictadura, me refiero a la otra, la de 1923. Y Salvador Dalí, entonces un muchacho de diecisiete años, fue encarcelado durante nueve días en la prisión de Figueras, y otros veinte en la de Gerona, «mezclado con ladrones, asesinos y toda clase de gente maleante».El motivo no fue, como podría creerse, cualquiera de las audacias que en el vestir, en el actuar y en el pintar cometía ya entonces el joven artista. Salvador Dalí fue perseguido sólo por ser hijo del también llamado Salvador Dalí, notario de Figueras.
El incidente empieza en las últimas elecciones de la Monarquía constitucional, en abril de 1923. Las autoridades decidieron cerrar las puertas de la ciudad y dejar sólo pasar a los provistos de un pase especial al no tenerlo, el notario se vio imposibilitado de levantar acta de las elecciones en el pueblo de Boadella (imaginamos que a petición de alguien que temía el «pucherazo»), y en la relación que de los hechos hará años más tarde juega dramáticamente don las palabras: «El notario Dalí -dice; hablando en tercera persona- es hombre de candidez extraordinaria».
«Tenía la convicción de que, en los tiempos de Alfonso XIII los jueces disfrutaban de completa libertad para administrar justicia. » Y en vista de que no le dan satisfacción inmediata, tras el atropello, envía al juez de instrucción de Fígueras un oficio.
«Por si la amenaza hecha por la Guardia Civil, después de cargar los fusiles, de disparar Contra un notario (!) que en el ejercicio de sus funciones trata de levantar un acta notarial, pudiera constituir una forma más o menos cubierta de coacción, remito a ustedes la adjunta copia del acta notarial por el infrascrito.... etcétera.» Silencio administrativo; el notario insiste Dresentando varios testigos, entre ellos, los guardias de consumo, situados permanentemente en las puertas de la ciudad. Cuando su tenacidad parecía,que iba a darlos resultados apetecidos, he aquí que según las palabras del notario...
«Entra en acción la inmunda dictadura», y la situación empeora. La policía le detiene, llevándole a una dependencia, donde puede leer una lista expuesta de las personas capaces de alterar el orden público. «El primer nombre de la lista es el hijo. del notario, señor Dalí, muchacho que en aquella ocasión contaba diecisiete años de edad. El truco está visto: apoderarse del hijo para amedrentar al padre conviertiendo a éste en una especie de Guzmán el Bueno barato.»
El notario Dalí es amonestado, el notario Dalí es advertido de que la policía le considera el super separatista de la comarca y hombre muy peligroso para la conservación del orden. «El notario -sigue la tercera persona- comprende inmediatamente la maniobra y manifiesta que, sea cual fuere el concepto que merezca a la policía, no dejará la querella que tiene presentada hasta tanto que todos los delincuentes hayan sido completamente juzgados.»
Como se ve, el notario era terco, pero la policía tampoco se quedaba atrás. «Prisión del hijo del notario », se titulaba el siguiente capítulo, y en él se cuenta la aventura carcelaria ya anotada; como los grandes pintores del Renacimiento, que tanto admira, Dalí conocerá las mazmorras donde se intenta encerrar su talento. Aparece don Arturo Carsi, que «se titulaba gobernador civil de Gerona», y que, en presencia de don José Xirau, catedrático de Derecho de la Universidad de Barcelona, aconseja al padre que retire la querella, y todo se arreglará. Don Salvador Dalí, que evidentemente no ha citado a la ligera a Guzmán el Bueno, se niega al cambalache. «Pero es el caso que el notario no retira la querella y no hay manera de matar al hijo ni matar al padre para que la retire». ¿Qué hacer ante semejante terquedad? «Pues nombrar un juez especial para que entienda de todos esos delitos que persigue el notario Dalí.» Sigue el «impase», a pesar de ello, y entonces la dictadura recurre a un truco que nos resultará familiar a los españoles de cincuenta años más tarde.. Promulga un decreto de amnistía -en este caso, para delitos electorales-, dando. así por terminado y definitivamente archivado un asunto que pudo ser trágico y acaba con una nota cómica. En venganza de la molesta persistencia del notario, el señor Rodríguez Chamorro, jefe de la policía ascendido a gobernador civil, aprovecha su nuevo cargo «para imponer al notario la orden indecente que impuso de que se abstuviera de concurrir al Sport Figuerense, sociedad de la qué era socio y donde el notario pasaba sus pequeños ratos de ocio ».
Era la última gota para rebosar el agua de su ira y con la que termina su exposición: «Este es, excelentísimo señor, mi memorial de agravios»; una ira que duró todo el tiempo de la dictadura y, aún el período constitucional que le siguió hasta la primavera de 1931. A la llegada de la República, el notario don Salvador Dalí cree que es hora de hacer pública su protesta. La fecha, en Figueras, el 4 de mayo de 1931, y la dirige al «señor procurador de la República española, fiscal del Tribunal Supremo»; al editarlo -por su cuenta, evidentemente- en cuatro hojas tamaño folio, quiso darleun título general más llamativo: «Cosas de la dictadura. Para muestra basta un botón».
El curioso documento puede consultarse en la biblioteca del Ateneo de Madrid, donde lo encontré yp mientras preparaba un libro sobre «La España Literaria y Artística del siglo XX». Buscaba bibliografía daliniana, naturalmente artística, y topé con una ficha que, por el título, evidentemente político, hubiera pasado por alto pensando que se trataba de otro Dalí, si el autor no hubiera coincidido en nombre y apellido con el genio de Cadaqués. Intenté recordar si en su autobiografía, leída en el extranjero -no ha sido publicada en España excepto -en algunos párrafos reproducidos por Antonio D. Olano-, mencionaba Dalí el.curioso episodio, pero tengo la impresión de que lo evita. Como lo oculta Ana María, en este caso más lógicamente, porque el año 1949, en que sale la biografla de su famoso hermano, no era el más propicio para recordar durezas de guardias civiles ni alcaldadas dictatoriales.
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