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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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Las "jais"

Luis Berlanga y yo nos veíamos alguna vez, comíamos juntos y nos intercambiábamos enfermedades, o sea, hablábamos de nuestras enfermedades comunes -y comunes a tantos españoles-, desde las venéreas a la dictadura.Luis hizo la película de la muñeca en un caserón madrileño y palaciego, y yo iba algunas tardes por el rodaje. Luego, como la película está prohibida en España, han sacado un libro con el guión, las fotos y algunos datos. Una imagen prohibida vale más que mil palabras autorizadas por la censura, pero cuando Luis y Harguinday me pidieron un prólogo para el libro, les dije que bueno. En los prólogos hay que ponerse un poco pedante, casi como si el prólogo lo estuviese escribiendo el doctor Marañón, pero yo en seguida me quité la bata de doctor Marañón y, como la pedantería no figura entre los géneros periodísticos -¡ay, si esto lo aprendieran tantos articulistas!-pues les voy a contar aquí por lo plebeyo, ahora que ha salido el libro, lo que este filme, este guión, este libro tienen de metáfora atroz del español unidimensional, aunque lo haya interpretado Michel Piccoli por esas cosas del cine. Michel, el dentista, se encarga una muñeca erótica de goma, de tamaño natural, y vive con ella un amor secreto, marital, feliz y atormentado, como todos los amores no necesariamente degenerados en matrimonio.La cosa pasa en París, pero está rodada en España, ya digo, y es española hasta la última fila de butacas del cine, pues para eso se han sacado la metáfora dos mesetarios tan enteros y recios como Berlanga y Azcona. La metáfora que digo es, para mí, que cada español vive su frustración sexual (también Saura hizo su película sobre eso), dentro o fuera del matrimonio. Cada español tiene su muñeca de goma, su amor secreto o imposible, su paraíso cerrado para muchos, jardín abierto para pocos, como el de Soto de Rojas, y que tanto puede ser la señorita perforista de la oficina, como la cocinera del solterón, la Marisol de quien todos nos sentimos un Gades nocturno con zapatitos de bailarín, o la que fuere.En una palabra, que el español, pese a las dudas pornoaperturistas de Martín Gamero, sigue siendo ese señor bajito y con bigote que siempre piensa que su jefe de negociado se lleva mejores «jais» a la cama.

Albert Ellis escribió sobre la tragedia sexual norteamericana. El descontento sexual español es algo que está necesitando su Albert Ellis (López Ibor es un alka-seltz que aburre, pero no aclara). Yo no digo que el Papa no tenga razón cuando legisla sexualmente para españoles. Prácticamente, sólo para españoles, italianos de la democracia cristiana y algún belga de doña Fabiola. Pero el malestar matrimonial del paisanaje es algo que debe llevarnos a revisar urgentemente y a, fondo el sacramento, porque no se puede seguir ignorando que buena parte del personal convive en secreto con la muñeca de goma de sus frustraciones eróticas más sútiles, con la señorita hinchable de sus imaginaciones, con el mito veraniego y quincenal de un paraíso agosteño, poblado de Rodrígueces y rubias urgentísimas.

Te pongas como te pongas, el que más y el que menos, a despecho de la familia que permanece unida, lleva una ninfa de goma en su corazón, una ternura sexual que se le ha frustrado de señora con chichos, débito conyugal y peregrinación laica a Perpiñán, donde nuestro natural milagrero espera que se nos aparezca Linda Lovelace haciéndose secretas barberías en la gruta negra de un cine.

El señor Fraga, plurimembre y atento a todas las palpitaciones dorsianas de los tiempos, sugiere el divorcio moderado como apósito para irremediando las deficiencias jurídicas de una institución, el matrimonio, que ha tantos años que se viene abajo. El matrimonio a la española es ya una situación insostenible.

Que son las que más se sostienen, Luis.

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