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Divergencias entre socialistas y comunistas franceses

«Si los comunistas franceses siguen oponiéndose a la construcción europea en ciertos puntos capitales, nosotros nos consideraremos libres», declaró recientemente el primer secretario del Partido Socialista francés, señor Mitterrand, en una reunión de partidos socialistas. Cuando ayer se conocieron tales propósitos, en los medios políticos parisienses, los rumores sobre las relaciones verdaderas entre las dos formaciones más importantes de la oposición de izquierdas, firmantes del Programa Común, empezaron a generar interpretaciones múltiples.De todas maneras, el líder socialista, ya en aquella ocasión, aclaró que no existe razón alguna para dudar de que el PCF no cumpliría los compromisos contraídos en el Programa Común de gobierno. Dicho programa, a propósito de la actitud de un eventual gobierno de izquierdas ante la CEE, dice que su política tendrá dos objetivos: participar en la construcción de la comunidad y en la democratización de sus instituciones. Y esto, con una voluntad que tienda a liberar la CEE de la dominación del gran capital y a sostener las reivindicaciones de los trabajadores.

Mitterrand observó también, en el mismo momento de hacer la declaración inicial, que la evolución de la relación de fuerzas, entre comunistas y socialistas, favorable a los segundos a juzgar por todos los sondeos de dos años a esta parte, favorecería el cumplimiento meticuloso de la política comunitaria de la izquierda.

En resumen, a propósito de esta cuestión, puede decirse que los comunistas franceses aceptan el tratado de Roma, pero no sin complejos, contrariamente a lo que hacen, por ejemplo, sus homólogos italianos y españoles. La divergencia fundamental entre socialistas y comunistas galos, se refiere a la elección del Parlamento Europeo por sufragio universal. El PC se opone, con igual resolución que los gaullistas, por considerar que la creación de tal organismo implica delegar una parte de la soberanía nacional.

Por otra parte, la confusión sigue dominando el clima político de la mayoría gubernamental. Cada cual sabe que el modus vivendi concertado por el presidente, Giscard d'Estaing, y su primer, ministro, Chirac, es momentáneo. Y además, nadie realmente conoce lo que los dos hombres decidieron hace diez días durante su mano a mano en el fuerte de Bregançon.Se especula sobre tres hipótesis: Chirac tiene los días contados y, en su-lugar, Lecanuer, el ministro de Justicia, Poniatowskí, ministro del Interior y Simonne Veil, la ministro de la Salud (todos giscardianos), o los señores Galley y Guichard, ministro y ex ministro, respectivamente, ambos gaullistas, pudieran ocupar el puesto.

También puede ocurrir que el statu quo se mantenga hasta después del verano. Pero los quinielistas apuestan más a favor de «una profunda crisis ministerial» para dentro de muy pocas semanas, con Chirac de nuevo a la cabeza, que podría eliminar, si no a sus dos enemigos más sobresalientes -Lecanuet y Poniatowski-, sí al primero de ellos al menos. Y como tela de fondo de este malestar, unas veces latente y otras visible, de la mayoría que sostiene con reticencia a un presidente, cada día son más los miembros del Gobierno o de la coalición gbbernamental -que preconizan el adelanto de las elecciones legislativas: el «acontecimiento político más importante de después de la guerra mundial», según opina el señor Lecanuet. Y estó porque, como nunca hasta ahora, se había palpado de manera tan real la eventual victoria de la izquierda unida.

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