El puño en alto
A don Enrique Tierno Galván le he visto el otro día levantar el puño blandamente, casi sin cerrarlo, y dijo que el puño en alto ya no es una amenaza, sino un saludo, una manera de diferenciarse del saludo fascista con la mano abierta. A Tierno Galván le va debiendo la política española no sólo la relajación de los ánimos, sino incluso la relajación de los puños.Lola Gaos saluda con el puño muy levantado. Está entre Dolores Ibarruri y su hermano José Gaos, el gran filósofo muerto de soledad en el exilio. Los jóvenes obreros levantan un puño duro como una fruta temprana y las jóvenes estudiantes levantan un puñito rosa como un melocotón en almíbar marxista-leninista. Una periodista escribía una vez en el «Ya» diciendo que había visto a Paco García Salve, puño en alto, cuando salió de la cárcel, y que le había dado miedo. Tampoco es como para ponerse en esa tesitura, madama. Yo he charlado algunas mañanas con García Salve sobre literatura, teatro, política y mujeres, y le puedo prometer a usted, señora (en Serrano decimos prometer, que jurar es más ordinario), que el joven jesuíta, vestido antes de sotana y vestido ahora de chabola, no asusta a nadie. Tiene una bondad de camisa a cuadros y mucho madrugar, que ha hecho que, efectivamente, amanezca más temprano, pero sin sangre.
El saludo puño en alto se va haciendo frecuente en el país. Va habiendo como una granazón de puños por la arboleda perdida a la que Alberti no acaba de regresar, quizá por aquello de que Madrid, y no sólo Roma, también es peligro para caminantes, que de noche todos los «missinos» son pardos. Hay ya un limonar de puños en la vida española, pero esperemos que no sean los limones amargos de Durrell, sino los limones redondos del Camborio, y que vayan poniendo de oro el agua mansa de la vida nacional, sin el prendimiento y la muerte de Federico, con que acaba el famoso romance y empieza nada menos que la guerra civil.
En esta cosecha de puños, en esta granazón de oro e idea que para algunos va. siendo alarmante, retrospectiva y prematura al mismo tiempo, don Enrique Tierno Galván ha puesto, una Vez más, el bálsamo de su palabra sosegada y casi clerical de izquierdas. Su palabra, que ha dado en el naranjal de los jóvenes puños cerrados como da el sol suave de la media tarde, endulzándolos.
-No es una amenaza -ha dicho. Es un saludo.
Pensemos ya por nuestra cuenta (hay quienes sólo piensan por cuenta de Tierno o de Balmes, pero siempre por cuenta de alguien) que el darse la mano también empezó siendo un gesto bélico, una comprobación de que el contrario no llevaba armas en ella, y hoy ese gesto se ha quedado en saludo, perdida para siempre la connotación bizarra y guerrera del origen. Pues igual puede pasar con la floración temprana y la fruta impaciente de los puños.
Tampoco la mano extendida, la mano en alto, era agresiva en principio, porque al fin y al cabo, los gestos no son nada, pero aquello tenía una genealogía romana, imperial, que implantó un palmar sangriento en el corazón de Europa. Los gestos significan porque la historia los cargó de significado, como pistolas. Y me parece oportuno, por eso, lo que le he oído a Tierno Galván a propósito del puño en alto y, sobre todo, su manera de levantar el puño, un poco floja, un poco cansada. Es el puño que no esconde nada -ni siquiera el dije del rencor milenario-, sino que se cierra con la mínima energía imprescindible del que quiere poner un punto y aparte en la escritura del aire que es la historia.
-Ya no damos miedo -ha dicho él mismo.
Y acto seguido bajó el puño para dar la mano.
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