Los compositores nórdicos en la Tribuna de París
Muy matizada en sus diferencias y en sus semejanzas ha resultado la aportación a la Tribuna Internacional de Compositores, en su última edición de París, por parte de los países nórdicos. Tanto Suecia y Dinamarca, acaso más avanzadas técnicamente, como Finlandia y Noruega, cuentan en la actualidad con movimientos y figuras de relieve, tanto en la vanguardia como en las corrientes más arraigadas a la tradición.
Dinamarca: Romanticismo y modernidad
Verdaderamente curioso el tríptico para flauta de pico, violoncello y clave. titulado Trimorf, escrito el año pasado por Erling Bjerno, de cuarenta y siete años. En definitiva es un reflejo, todavía, del viejo esquema del concierto italiano utilizado como forma en la que se insertan ideas más actuales, si bien no vanguardistas. Llama la atención el virtuosístico tratamiento de la flauta de pico, antiguo instrumento que hoy goza de tanta popularidad entre los jóvenes.Una expresión decididamente romanticista, tanto en la calidad de la materia como en el repertorio de las ideas, se advierte en The Rainbow-Snake, de Erik Norby, nacido en el 36. Aborda el poema una vieja leyenda alusiva al nacimiento del arco iris. El buen oficio del compositor discurre por vías de una densidad sinfónica, animada por la presencia del clave y diversas percusiones.
No muy lejana en el sentimiento romanticista queda Una canción de Mira-Bal, de Paul Rovsing Olsen ( 1922), para coro, tres trompetas y dos percusiones. Lo tradicional se hace presente en esta página y habrá que preguntarse si entre las tradiciones nórdicas no cuenta ese romanticismo aclimatado que, con gran brillantez y efectismo, y no mucha riqueza de sustancia, define la página de Olsen.
Suecia: Cantos de Cabaret
Una de las páginas más divertidas de cuantas escuchamos en la Casa de la Unesco fue, sin duda, Tre canti da cabaret, de Siegfried Naumann, basado en textos de Aldo Palazzeschi. Un espíritu que parece proceder de los estilos cultivados por Caty Berberian se aproxima, por otra parte, a la escuela de los seis y del cabaret berlinés de los años veinte. Las frecuentes citas, alusiones y soluciones que sugieren casi una música de acción se alcanza a través de los únicos medios de la voz y el piano.Como Naumann, Gunnar Bucht fue discípulo de Blondhal, aunque los resultados vayan por distinto caminos. Bucht, en sus Journeés oubliés para gran orquesta, acude a procedimientos bartokianos, straussianos y prokofievinos. No consigue expresiones nuevas pero sí una música de bella sonoridad y cierta tensión lírica.
Noruega: Timbres inhabituales
El lenguaje se renueva en el finlandés Björn Fongaard (Oslo 1919) gracias a los elementos empleados: piano, banda magnetofónica y orquesta microtonal. El Concerto núm. 2 sitúa al piano en primer plano, pero lo envuelve en bellezas dimanantes de lo atmosférico antes que de una sustancia ideológica firme.Interesante combinación establece también otro autor de Oslo Kare Kolberg, en su Hakena'anit, para órgano y dos percusiones, en donde el instrumento protagonista está tratado con un criterio percutivo hasta formar un todo abstracto, coherente y grisáceo.
A la banda magnética se suma el acordeón en Dinosaur, de Arne Nordheim. Página breve e intrascendente que, en definitiva, no va más lejos de un divertimento montado sobre la personalidad especial de un instrumento poco habítual en el repertorio de la música de concierto.
Finlandia, el Tibet y otras cosas
Los finlandeses concurrieron con una sola obra de larga duración: la cantata de Erik Bergman Bardo Todol. Coro y orquesta desarrollan lentamente, y siguiendo un pensamiento estético, un tema del Libro libetano de los muertos. Junto al canto propiamente dicho, la melopea, o el vagar de la voz de la mezzo se apoyan en diversos efectos de percusión para «arroparse» con una orquesta laxa.Razones de espacio dejaron fuera de mi crónica anterior la reseña dé una obra holandesa Encantaciones, de Theo Loevendie (1930), para clarinete; virtuosista hasta el extremo, se con siguen atractivos ambientes, combinaciones y contrastes.
Otro tanto sucedió con la representación suiza. Si Smog, de Thomas Kessier, para trombón y orquesta, puede ser modelo en cuanto a una técnica de transformaciones, evoluciones, derivaciones y ramificaciones de las ideas base, Die Wandlung muestra, una vez más, el talento del ginebrino Jacques Cluyonnet. Deudor en parte de Boulez, su lenguaje resulta más seco y esquemático que el del francés, pero la estructuración de la obra responde a la técnica y seguridad del trazo de un verdadero maestro.
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