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Giscard y Chirac se reúnen para detener la división de la mayoría

«Es la crisis política», se apresuraron a exclamar algunos observadores. Esto ocurrió cuando se enteraron de que el presidente Giscard invitó al primer ministro, Jacques Chirac, a pasar este fin de semana de Pentecostés, en su compañía, en el fuerte de Bregançon, una de las residencias de descanso de la Presidencia de la República.Su pasatiempo, nadie lo duda, no será la contemplación del mar. Dos acontecimientos de actualidad agudizan las contradicciones entre las dos tendencias de la mayoría gubernamental: la reformista, de centro, con el señor Giscard al frente, y una parte nutrida de gaullistas históricos.

Sólo el poder les obliga a guardar las apariencias de «mayoría» que sostiene al presidente. En la práctica, todas las maniobras de los grupos centristas, uniéndose en formaciones que no acaban de definirse, y de los republicanos independientes, partido del señor Giscard, tienen el mismo objetivo: barrer el partido gaullista, UDR, cuyo líder es el primer ministro.

De una manera general, los reformistas de centro, giscardianos, reprochan a los gaullistas su nostalgia del pasado, de la época de la grandeur, cuando el general. De Gaulle daba lecciones al planeta. Estos gaullistas nostálgicos "odian" al giscardismo reformista, porque, en definitiva, «el presidente no reforma nada sustancial y su preocupación mayor es su autocelebración permanente», según Sanguinetti, uno de los forofos de la «Francia, ejemplo del mundo, modelo de independencia nacional».

Sus divergencias, ahora, salieron a la luz del día, «en términos que pueden conducir a la crisis del régimen», con motivo de dos reformas: la fiscal, que tasa las plusvalías, y la de la defensa nacional. Para los gaullistas, la nueva fiscalidad no cambia nada sustancial y, por el contrario, favorece las grandes fortunas, mientras carga los impuestos del ciudadano medio. Al margen del carácter técnico de esta ley, que se discute en el Parlamento, lo grave es su consecuencia política: una parte de los gaullistas se dice dispuesta a no votarla. Esto equivaldría a forzar la división de la mayoría gubernamental. Y más grave aún: el « fallo » de la UDR, que dirige el primer ministro, enfrentaría a este último con el presidente. Así podría empezar el tambaleo de la V República giscardiana.

A las controversias fiscales se añadió, hace tres días, el cambio de estrategia de defensa militar, anunciado por el presidente y por el jefe de Estado Mayor de los Ejércitos. Los gaullistas de los tiempos del general han visto en las reformas adoptadas un deslizamiento imparable hacia el atlantismo; es decir, hacia la aceptación de una Francia y una Europa sometidas a los Estados Unidos, militar, política y económicamente.

A este retrato actual de la crisis de la derecha que gobierna, conviene añadir el «fracaso», como todos convienen en calificarlo, del señor Chirac, en tanto que coordinador de la mayoría. Dicha misión le fue confiada por el presidente el pasado marzo, Para intentar extirpar las raíces de una crisis política que, ya entonces, se anunciaba seria. Intento vano. Hoy, los gaullistas y los reformistas se declaran irreconciliables. Los comentaristas anotan que el malestar de la clase política refleja el dé la opinión pública.

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Del fuerte de Bregançon se espera que este fin de semana salga, a pesar de todo, una fórmula, aunque sólo sea provisional, que favorezca la difícil, coexistencia de la mayoría. Esta «esperanza» se funda, principalmente, en el pánico que ha sembrado en la clase dirigente la posibilidad de un triunfo no lejano de la coalición de izquierdas entre socialistas y comunistas. Pero la experiencia, de los últimos años viene demostrando que los abrazos entre el giscardismo y el gaullismo suelen durar lo un azucarillo en una taza de café.

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