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Tribuna
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Época de sobornos

Cada año, al final de la temporada, cuando se juegan los ascensos y los descensos, surge la duda, la sospecha. ¿Se venden partidos? Estoy convencido de que existen sobornos en la misma proporción que en otros órdenes de la vida, según declaran repetidas sentencias de los tribunales. El problema del fútbol es que tiene prohibido el acceso a los tribunales ordinarios, que es la manera más eficaz para que los trapos sucios ni siquiera se laven dentro de casa. De siempre ha habido intereses de terceros que han mediado para conseguir un resultado favorable, y hay que decir que prolifera más la prima para ganar que el sobre para perder. De siempre ha habido equipos a los que ha interesado la permanencia de un equipo más que la de otro, y la directiva lo ha hecho saber a los jugadores de un modo más o menos directo. El perjudicado, ante estos hechos, se ha tenido que conformar con el pataleo.

En fútbol es evidente que se produce el fraude, pero mucho menos de lo que piensan algunos. La razón es sencilla, no se puede comprar a todo un equipo, porque entre 11 siempre hay alguien dispuesto a cantar. Las compras son, en general, parciales, y yo sé de un partido en el que advertidos el portero y el defensa central de un equipo, no hubo manera de que los delanteros contrarios metiesen el balón en la portería.

Lo malo de los casos extraños está en que nadie se atreve a llegar al fondo. Asusta la posibilidad de descubrir el fraude. De vez en cuando habría que juzgar los hechos en serio. Al menos por una intención ejemplarizadora.

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