Octavio Pato, a la sombra de Cunhal
Sonriente, discreto, de verbo fácil y guardarropa burgués, Octavio Pato, el «indigitado» candidato comunista a las elecciones presidenciales portuguesas, representa a la joven guardia de la organización, aunque sus posiciones sean perfectamente homologables con las del intransigente secretario general, Alvaro Cunhal. A sus cuarenta y un años, Pato guarda no pocos recuerdos de la lucha clandestina, en la que está desde los 16 años en que formaba parte de la Comisión Juvenil del MUD (Movimiento de Unidad Democrática), una de las más significativas alianzas electorales de la oposición al régimen fascista.Fue en esta organización donde conocería a quienes con el correr del tiempo serían sus adversarios más considerables, es decir, a Mario Soares y a Francisco Salgado Zenha, los líderes socialistas más sobresalientes de la actualidad. Durante varios meses Pato vivió escondido en el colegio de enseñanza media regentado por el padre de Soares. Claro que por aquellas fechas Soares y Zenha eran también militantes comunistas.
Entre 1952 y 1961 Pato dirigió desde la clandestinidad los sectores estudiantiles e intelectuales del Partido, inspirado en el ejemplo del «camarada Duarte» (Alvaro Cunhal) que desde la cárcel o desde la calle controla la actividad de la organización, años antes de ser nombrado secretario general.
La buena estrella de Pato se eclipsó en diciembre de 1961, cuando la terrorífica PIDE (policía política salazarista) lo detuvo y los Tribunales Especiales, lo condenaron. Nueve anos pasó en prisión, gracias a las insólitas «medidas de seguridad» que permitían a la policía política mantener tras las rejas a cualquier detenido por simples «sospechas de subversión». En 1970, meses después de su primera liberación, Pato entraba de nuevo en la vida clandestina, como brazo derecho de Cunhal, que desde Praga. seguía dirigiendo la estrategia fundamental del Partido.
El golpe militar de 25 de -abril de 1974 servirla para que la estructura clandestina del PC portugués saliera a la luz y mostrara, hasta qué punto era poderosa en cuadros e insignificante en militantes. Pese a ello, la clandestinidad jugó siempre a favor de los comunistas lusos: sus oponentes «burgueses» estaban peor organizados que ellos, gracias, por supuesto, a Marcelo Caetano.
Desde abril de 1974 Octavio Pato ha sido el atento servidor y entusiasta colaborador de Cunhal, fiel a una larga trayectoria de persecuciones e intransigencias. Alguien quiso ver en él al moderado «italianizante», colocado por el Kremlin para frenar los excesos del vehemente secretario general. Pero la evidencia de su comportamiento parlamentario (fue elegido diputado en la Asamblea Constituyente, donde dirigió el grupo parlamentario comunista) sirvió para defraudar aquellas esperanzas. Llegó después del «frío» Carlos Aboin Inglés en quien depositó idéntica esperanza por parte de los socialistas. Y una vez más, las esperanzas fueron defraudadas.
Ni los descalabros electorales, ni el golpe militar frustrado de 25 de noviembre de 1975, ni el ceño fruncido de la Unión Soviética propiciaron la ascensión de Pato hacia la Secretaría General, entre otras razones porque Pato sigue la línea de Curihal y «nadie discute en el Comité Central» (de cuyo secretariado forma parte) la rectitud de esta línea. Una famosa polémica mantenida ante la televisión entre Pato y su antiguo amigo Salgado Zenha, «a quien trató de «usted» durante casi una hora, pese al tuteo de su oponente) sirvió para decepcionar a los que creían todavía en el «rostro humano» del comunismo luso. Dogmático, aunque sonriente, implacable con «la reacción» (es decir, con quienes no compartían las tesis de su partido), Pato resucitó en segundos el espíritu de la guerra fría. Hay quien dice que si Cunhal era entonces «el hombre de Moscú», Pato sigue siendo «el hombre de Curihal». Por simple deducción...
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