Muere Juan Aguilera, el verso libre que tumbó a Becker en Hamburgo
El tenista español, fallecido a los 63 años, llegó a ser el séptimo del mundo en los ochenta y deslumbró al derribar de forma sucesiva a Chang, Courier y al alemán


En 1990, recién nacida la categoría de los hoy Masters 1000, un tenista español triunfó en Hamburgo venciendo al mismísimo Boris Becker en la final, por 6-1, 6-0 y 7-6. Respondía al nombre de Juan Aguilera Herrera, al que el escritor Javier Cercas, apasionado de la raqueta, recuerda como aquel adolescente que a los 13 o 14 años era “el más grande de todos” esos talentos que desfilaban sobre las pistas del Club Tennis Barcino de Barcelona, el grupeto de los Soler, Urpí, Margets, Docampo o Casal. Treinta y cinco años después de aquella hazaña deportiva en Alemania, el tenis amanece con la triste noticia de su fallecimiento, después de combatir contra una larga enfermedad. Se marcha a los 63. Aguilera, un tipo “diferente” y “cercano”, cuentan, ganó cinco títulos en la élite y llegó a ser el séptimo del mundo en una época en la que cada peldaño del ranking exigía de codazos. Nadie regalaba nada entonces. Ni las migas.
La de Aguilera, como la de tantos otros tenistas que acceden al circuito profesional, es una historia de idas y venidas, de subidas y bajadas, de carne y hueso; la de un hombre al que no le agradaba en exceso la exposición —“prefiero el buen humor y vivir el día a día tranquilo”— y que, una vez retirado, en septiembre de 1991, prefirió dedicarse a la formación en una discreta escuela de Premià de Dalt a seguir dando vueltas por el mundo como técnico. A él, recordaba en las entrevistas, le interesaban más las personas que los tenistas. Se libró de la mili gracias a un sorteo, “por excedente de cupo”, comenzó a jugar de la mano de su madrina y creció admirando el juego de Manolo Orantes y Pepe Higueras hasta convertirse en un competidor respetado y querido, distinguido por su revés a una mano, cortado, y una derecha pesada, con efecto, que tomó prestada del estadounidense Harold Solomon. Le moldeó Tito Tous.
Especialista en tierra, destacó con ese tiro tan nadaliano y rehuyó el cemento. Jamás viajó a Australia. Su hábitat era la arcilla, el de los pensadores. Y así, dándole al coco y meneando al rival de un lado a otro, se hizo con esos cinco trofeos: primero Aix-en-Provence y a continuación, por primera vez, Hamburgo, ambos en 1984; después llegó el de Bari, en el 89, y luego hizo cumbre en Niza antes de aquella victoria tantas veces soñada contra Becker. Entonces tenía 28 años. Y, recuerda Álex Martínez Roig, cronista de EL PAÍS en aquella época, que “la semana anterior al torneo no sabía si iba a poder jugarlo”, pero “tuvo la suerte de que uno de los tenistas que tenía plaza se retiró a última hora, por lo que, de forma apresurada, se trasladó a Alemania Occidental”. Una vez allí, la traca. Una obra de arte.
Por orden: Goran Ivanisevic, Michael Chang, Jim Courier, Magnus Gustafsson, Guy Forget y, como colofón, nada más y nada menos que Becker, entonces el tres del mundo, el bombardero rubio que ya había ganado tres veces Wimbledon y también el US Open. Lo reconstruía así en una entrevista concedida al periodista Fernando Murciego en Punto de Break, con motivo del 30º aniversario de la cita. El primer Masters 1000 —previamente llamados Championship Series, Super9 y después Tennis Masters Series— para un representante español: “A mí me pone muy feliz que todavía se acuerden de mi título en Hamburgo; mejor eso a que recuerden mi derrota aquel año en segunda de Roland Garros con Champion. Fue un cuadro duro, pero yo estaba fino. Cada partido fue una final. Me quedo con esa sensación de cariño que veo todavía en la gente. Me siento muy querido y eso, después de 30 años, es lo más importante”.
Por entonces, Ivanisevic ya enviaba misiles; Chang ya había conquistado Roland Garros la temporada anterior, con el inamovible récord masculino de los 17 años; Courier ya viajaba hacia la cúspide; Gustaffson era otros de esos feroces suecos y el refinado y zurdo Forget, hasta hace poco director de Roland Garros, iba con todo para tratar de recoger el testigo de Yannik Noah; y Becker… era sencillamente Boris Becker. “La gente se acuerda del partido contra él, pero todo el cuadro fue la ostia, la mayoría eran top-20”, rebobinaba en la citada entrevista; “sin embargo, me vino bien, física y mentalmente estaba muy preparado, esa tierra batida me encantaba”.

De alguna forma, Hamburgo fue el inicio y fin de la carrera de Aguilera, nacido en Barcelona. Después de ganar por primera vez en el 84, comenzó a encadenar resultados negativos y cayó hasta el puesto 310º. Sin embargo, renació. Y tiró la puerta. Siguieron su estela luego otros 14 tenistas españoles, pero a él siempre le quedaría el orgullo de haber sido el primero; se sucedieron los éxitos después, el empacho de Nadal (36 trofeos), las dentelladas modernas de los Bruguera o Corretja (2), de los Moyà (3), Ferrero (4) y ahora Alcaraz (5), pero por entonces los miles eran casi una utopía. Su límite en los grandes escenarios fueron los octavos que firmó en el Roland Garros de 1984 y, al margen de todo lo conseguido, su expediente registró finales en Burdeos, St Vicent, San Remo y Palermo, según recoge la ficha de la ATP. En la etapa formativa se proclamó campeón de España júnior, en 1980, y en la Copa Davis intervino con un balance de seis victorias y cuatro derrotas.
A partir de ahí, una vida tranquila. Lejos del foco. Sencillamente, no le interesaba. Él prefería formar que brillar. Verso libre.
Le retrataba así Cercas en Los sueños cumplidos, publicado en mayo de 2010 bajo esta cabecera: “Para los entendidos Aguilera era ya una leyenda, el mayor talento español desde Santana, el tenista que iba llegar más lejos que nadie; pero la leyenda de Aguilera también decía que era perezoso, que entrenaba poco, que le interesaban más la literatura y el rock and roll que el tenis. Ignoro si esto era verdad; lo único que puedo decir es que, salvo a Nastase, yo no he visto jugar a nadie como jugaba Aguilera, con su misma increíble facilidad y su misma asombrosa elegancia”.
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