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TENIS | US OPEN
Columna
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No exageremos un simple borrón de Alcaraz

La fortaleza mental también puede sufrir altibajos. Ningún deportista, en ninguna disciplina, rinde siempre al máximo nivel. Ni Bolt, ni Phelps

Alcaraz sirve durante el partido contra Van de Zandschulp.
Alcaraz sirve durante el partido contra Van de Zandschulp.Andrew Kelly (REUTERS)
Toni Nadal

El viernes los aficionados al tenis nos levantamos con la sorprendente noticia de la eliminación del US Open de nuestro número uno, Carlos Alcaraz. El español cayó derrotado claramente en tres sets en su partido de segunda ronda ante el holandés Botic van den Zandschulp, un buen jugador que ocupa el número 74 del ranking pero que nadie, a priori, consideraba peligroso para el murciano.

Yo no tuve la oportunidad de ver el partido en directo, ya que me encontraba volando de regreso a España desde São Paulo. Por lo tanto, aunque haya visto un amplio resumen no tengo elementos suficientes para opinar con seguridad sobre él. Basándome en las palabras del propio Carlos en la posterior rueda de prensa intuyo que verdaderamente jugó mal. En su cita con la prensa, y con una sinceridad que lo dignifica y que sorprende —porque lo común suele ser no querer hablar mucho del tema y buscar justificaciones—, él se mostró preocupado por su bajo rendimiento mental en los dos últimos torneos.

Bajo mi punto de vista y, probablemente, alejándome de la opinión general, a la hora de hacer valoraciones hay que procurar no exagerar las cosas. No estoy hablando de las justas y pertinentes palabras del propio tenista, sino de una inercia general según la cual se tiende a hablar en demasía del nivel de exigencia y de la presión a la que están sometidos los jugadores, sobre todo los más destacados y, por consiguiente, de su necesidad de descanso y de recuperación anímica.

Nunca he escuchado hablar ni leído acerca de la presión a la que está sometido un cardiólogo-cirujano que día tras día lleva a cabo largas operaciones en sus pacientes bajo la extrema responsabilidad de tener la vida de ellos en sus manos; ni de su necesidad —que seguro que la tiene— de hacer periódicas pausas para su saludable recuperación. Y eso, evidentemente, solo por poner un ejemplo de los muchos que se nos pueden ocurrir de profesiones y ámbitos muy distintos.

No cabe duda que los deportistas están sometidos a la presión intrínseca que conlleva la competición misma. El hecho de tener que dar respuesta en la pista en fracciones de segundo y que de ello dependa, en muchas ocasiones, el devenir de un encuentro es una dificultad añadida que no tienen otras profesiones donde el temple se puede ejercer con algo más de tiempo. Saber administrar estas características propias de los deportes de alta competición, tomar las decisiones correctas en las milésimas de segundo precisas y no cometer la equivocación de que los nervios te jueguen una mala pasada es una de las facetas que determina el éxito a la larga de un deportista y es, probablemente, la máxima virtud que tienen en común los grandes jugadores.

Volviendo al caso de Carlos y a sus últimas derrotas, atribuidas aparentemente a la falta de tranquilidad o serenidad, sobre todo en los momentos decisivos del partido, tengo por bien seguro que entran dentro de lo normal. De la misma manera que, a veces, su drive o su revés pueden perder algo de efectividad, es muy fácil entender que, por diversos motivos, la fortaleza mental también puede sufrir ciertos altibajos.

Ningún deportista, en ninguna disciplina, rinde siempre al máximo nivel. Ni Usain Bolt, ni Michael Phelps corrían o nadaban siempre marcando sus mejores tiempos. Todo deportista se mueve dentro de unos parámetros, los que marcan su peor y su mejor nivel y cuando uno se desempeña en el peor de sus casos y justamente coincide con el mejor de su oponente, pueden ocurrir esos desenlaces que, más por desconocimiento que nada, suelen sorprender al gran público.

No cabe alarmarse por esa inesperada baja del jugador murciano, un simple borrón en su espléndida carrera. Mi modus operandi en estos casos siempre ha sido no darles mayor importancia y, sobre todo, no buscar explicaciones o soluciones estrafalarias. No tengo ningún ejemplo de que lo contrario, es decir, hablar demasiado de un problema no hiciera otra cosa que no fuera agrandarlo y no resolverlo.

Los españoles podemos estar tranquilos y confiados en que Carlos tiene la capacidad, totalmente a la par del extraordinario año que lleva firmando, de superar cualquier bache mental.

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