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INVASIÓN DE CAMPO
Columna
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El ‘¡Vamos, Rafa!’ ha vuelto

Nadal nos involucra de tal manera, que incluso hemos hecho de su lesión algo propio, como si ese largo camino también fuera nuestro

Rafael Nadal
Dos aficionadas exhiben carteles de apoyo a Nadal durante el partido contra Thiem.JONO SEARLE (EFE)

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Para la mayoría, el año acaba el 31 de diciembre y empieza el 1 de enero. Para mí, comienza en agosto, con la vuelta de la competición, y termina en julio con las merecidas y esperadas vacaciones. Será deformación profesional. Pero ciñiéndonos a lo establecido y, por no remar a contracorriente, me llama poderosamente la atención como unas horas pueden suponer cambios tan significativos para mucha gente. De los últimos coletazos del 31 de diciembre a las primeras horas de año nuevo, parece que ha pasado un mundo. Buenos deseos, listas de propósitos que nunca se cumplirán y la vida sigue igual o casi: el 2024 ha traído consigo, de nuevo, un Kylian Mbappé bajo el brazo —que si sí que si no, que si ahora se mete el Liverpool de por medio—, a Jenni Hermoso declarando en la Audiencia Nacional por el caso Rubiales o la Superliga como anhelo únicamente para los involucrados.

Parece que no nos hemos movido de 2023. Eso es lo que pensarán todos aquellos que ayer por la mañana no estuvisteis pegados a la tele, porque algo sí que ha cambiado. El 2024 empieza mejor de lo que acabó su predecesor y la culpa la tiene Rafael Nadal Parera. Llevábamos casi un año esperando para volver a ver al balear en la competición. Casi un año ha esperado él para disfrutar de nuevo con una raqueta en la mano. Su regreso en Australia, en el torneo de Brisbane y ante el austriaco Dominic Thiem, iba mucho más allá del resultado y ofrecía alicientes de sobra para que nos pusiéramos el despertador.

Con Rafa han vuelto las botellas perfectamente alineadas, los puntazos, su inapelable zurda, los rituales antes de cada servicio. Ha vuelto el ‘¡Vamos, Rafa!’ y con él, la sonrisa del que no solo ha regresado, sino que lo ha hecho ganando, a un gran nivel, emocionado, después de un año sin competir en el que solo él sabe lo que ha pasado por su cabeza y todo lo que ha tenido que superar y trabajar para volver a jugar. Tras uno de los años más duros de su carrera, Nadal nos ha traído lo de siempre, como si nada hubiera cambiado. Ha vuelto a sentirse competitivo y ha sido un regalo de Reyes Magos adelantado.

Con su regreso todos hemos vuelto a ser un poco niños esperando la noche del 6 de enero. Esperando la llegada del ratoncito Pérez, a ver qué nos habrá dejado. Con la ilusión de quien lleva mucho tiempo esperando algo que no sabía cuánto echaba de menos, pero aquí está otra vez. Pocos deportistas consiguen que el resultado sea lo de menos, que no nos importen los números. Nos tiene pegados a la pantalla independientemente de quien gane o pierda. Nos involucra de tal manera, que incluso hemos hecho de su lesión algo propio, como si ese largo camino también fuera nuestro. Y después de verle frente a Thiem, inevitablemente nos hace soñar, desde el realismo, pero también desde la precaución. Nos invita a pensar en algo más, sabiendo que este verano hay Juegos Olímpicos en París, su territorio fetiche, y que el final de su carrera está cada vez más cerca. Así somos, inconformistas por naturaleza, futurólogos de vocación y ávidos de más, siempre de más.

Por ahora, aprovechemos este momento y deleitémonos con Nadal y esta reaparición de Brisbane. El balear ha vuelto como en sus mejores tiempos y esa es la mejor noticia posible, verle disfrutar y nosotros con él. Quizás el 2024 sí haya cambiado muchas cosas. Bienvenido de nuevo.

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