El primer Mundial de mi hijo, el último de Messi
El capitán de la selección argentina fue —es, todavía— la mejor rutina del mundo: un tipo que juega cada tres o cuatro días, todos en el planeta lo conocen, y, sin embargo, sigue siendo impredecible
No sé a qué o a quién adjudicarle la casualidad, querido hijo, pero como mamá y papá, Gino, naciste en año de Mundial y te tocó acompañar a esta Argentina que hoy le ganó a Australia y se metió en los cuartos de final de tu primera Copa del Mundo.
Tu campeonato inicial, el que estás estrenando, es a la vez el último de Messi. Te parecerá increíble pero este hombre de 1.69 metro que volvió a abrir el partido con un gol acumula balones de oro y trofeos en una vitrina que cambiaría sin problemas por este que busca ahora en Qatar y que no ganó nunca.
Todavía no lo sabés, pero Messi fue —es, todavía, en estos primeros días tuyos— la mejor rutina del mundo. Un tipo que juega cada tres o cuatro días y a quien vemos desde hace años por televisión para desentrañar lo imposible: cómo es que lo conocen todos en el mundo y sin embargo sigue siendo impredecible. No conseguimos conocerle los secretos, afortunadamente, nosotros tampoco.
Te contaba, aquí estamos atravesados por este torneo que te debe tener agotado. Tu padre, que fue paseado desde la panza por la platea de damas de la Bombonera, donde tu abuela lo llevaba —y amamantaba— todos los domingos, llegó para Inglaterra 1966.
Es una Copa del Mundo muy recordada porque Argentina jugó contra Inglaterra, un clásico de nuestro fútbol. Ese Mundial tiene su propia historia. Antonio Rattín fue expulsado en el partido de cuartos de final. A tu papá le encantaría conectar su propia historia rebelde con el influjo de Rattín, un ídolo de Boca que, molesto con la actuación del árbitro alemán Rudolf Kreitlein, se fue expulsado. El mismo número 5 alimentó su propia leyenda, para muchos un mito que no existió: fue hasta el banderín del corner, retorció una bandera inglesa (imaginate, faltarles el respeto a los ingleses en Wembley, su propia casa) y después se sentó en la alfombra roja de la Reina Isabel.
No sé si vas a entender las coincidencias históricas, pero quizá veas a tu padre faltar el respeto a la investidura en algunas ocasiones. Verás que no canta el himno, que su sueño es ser puteado por la hinchada de River entera y que puede ir en bermudas y ojotas a reuniones en la Casa Rosada. A mí eso me enamoró y quizá habla de mi propio origen porque yo llegué en el año del Mundial de España 1982.
Los jugadores que vemos ahora ni habían nacido. Quién sabe, vos quizá nos pidas las camisetas de Enzo Fernández o de Julián Alvarez. Es lógico: estás aprendiendo a gritar goles con ellos. El de 1982, el Mundial de mi nacimiento, fue el primero de Diego Maradona. Y fue su decepción. Ya era jugador del Barcelona y reconocido mundialmente, pero no rindió como se esperaba y fue expulsado en el duelo contra Brasil después de un planchazo fruto de su propia impotencia.
Mamá es una futbolista frustrada, Gino. Y quizá haber llegado en ese año y con ese Diego fue un influjo. Eso de vivir sin grises. Ante una pequeña frustración en la cancha le saltan los demonios. Y se pelea, y ese juego que podría desplegar se enreda porque el enojo nubla las ideas y los movimientos con pelota.
Te lo confieso ahora, mientras miramos la victoria contra Australia y podemos marcarte lo contrario. La paciencia de Argentina, partido a partido en esta Copa, para llegar al gol, por caso. Sin contar el duelo con Arabia, claro, pero fijate, hijo: este primer tiempo de protagonismo pero sin llegadas claras y después sí, la lucidez de Messi para abrirse el hueco entre cuatro rivales y ocho piernas, y despejar el camino a la victoria.
Que no te hagan creer que la rutina es aburrida: que Messi sea tu ejemplo de lo contrario, Gino. Que los jugadores y los equipos —y los partidos, como hoy— se trabajan con cabeza y corazón.
Te tocó esta Copa rara, hijo, pero llegaste con un Mundial, como mamá y papá. Te tenemos dormido, por momentos, de espaldas a la televisión, pero sabemos que escuchás lo que sucede. Nos lo dicen los médicos: ahora, en tu mes y medio de vida, los sonidos son tu estímulo.
Naciste escuchando gritos de gol y alabanzas a Messi. Que no te gustara el futbol sería una pesadilla atroz. Ahora vamos por otro partido, Argentina ya está en cuartos de final.
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