Messi supera a Maradona en goles mundialistas
La Pulga, en su partido 1.000, marca su noveno tanto en Copas del Mundo y se estrena en eliminatorias en su quinta participación
Diez partidos y 791 minutos le llevaron a Lionel Messi estrenarse como goleador en un encuentro de eliminatorias de un Mundial. En sus citas anteriores (2006, 2010, 2014 y 2018), solo se había apuntado cuatro asistencias en estas rondas. No faltó gente en todo este tiempo que le recordara el dato cada vez que Argentina hacía el petate de vuelta a casa. Pero puesto a saltar el muro, La Pulga no eligió mal: la noche que sumó su encuentro número 1.000 en el fútbol sénior (778 con el Barcelona, 53 con el PSG y 169 con la selección) y que, casi nada, le sirvió para superar los ocho tantos mundialistas de Diego Armando Maradona. Juguetón incluso en el soponcio final del arreón australiano, acabó aclamado por la masa.
En medio de un erial, pasada la media hora del choque, Alexis Mac Allister filtró un pase dentro del área, Otamendi se la cedió en corto al 10 y este la coló entre un apelotonamiento de piernas al palo diestro de Mathew Ryan, el ex de la Real Sociedad. Un clásico de su repertorio y una forma de autohomenaje: así, por ejemplo, con un corte parecido, se estrenó con su país en un amistoso ante Croacia, en 2006.
Hasta ese momento, en el estadio Ahmed Bin Ali, lo mejor que se podía hacer era mirar a la grada, a la fiesta albiceleste, puro entusiasmo, porque abajo solo pasaba el tiempo. El fútbol parabrisas de los muchachos de Lionel Scaloni y el ejército de defensores australianos conducían al bostezo. El tanto, además de romper la barrera personal de Messi, dejó otras conexiones con la historia: superado El Pelusa, sus nueve dianas ya solo quedan por detrás en la tabla de anotadores argentinos de las Copas del Mundo de Gabriel Batistuta (10). Este fue su gol número 94 y el tercero en Qatar.
La noche alimentó las esperanzas albicelestes de que Messi anda fino, muy suelto en el campo ante los aussies, intentando sus viejos eslálones, cómodo con el vestuario y sin grandes interferencias exteriores más allá de la angustia general desatada tras el derrape inicial contra Arabia Saudí. “La unión que hay es la que tiene que haber siempre en la selección”, reclamó en la sala de prensa, donde compareció como “hombre del partido”.
La cautela de Scaloni
El tanto salido prácticamente de la nada (y lo que ocurrió después) validó uno de los pilares programáticos de Scaloni en una jornada en la que temía el poderío físico de su rival y la resistencia de los suyos: la cautela. Antes de hacer las maletas hacia el Golfo, el técnico de Pujato había insistido en que “los Mundiales los ganan los equipos cautos, los que saben cuándo atacar y cuándo defender”. Algo de eso hizo Argentina cuando, como ya se esperaba después de la experiencia polaca, se encontró de inicio un rival que no disimuló ni un poco su única intención de protegerse mientras el resultado se lo permitiera. Sin más fútbol esta vez de entrada que el botón nuclear del 10, sus jugadores se desplegaron con el tiento máximo, como quien pisa un campo de huevos, hasta el aburrimiento incluso, pesadotes, a la espera de que Messi hiciera lo suyo.
Si faltaba alguna prueba de que, sin chispa, la prudencia no se iba a negociar, al inicio de la segunda mitad, Scaloni quitó un atacante (Papu Gómez, otra vez gris) y sacó un central (Lisandro Martínez). La desaparición de ese ambiente viscoso y de pánico que rodeó a los albicelestes tras el gatillazo árabe también remó a su favor en este escenario de partido.
Con ventaja y otro central, solo quedó aguardar a que Australia se disparara en el pie. Lo hizo el meta Ryan al encarar la presión de De Paul. Julián Álvarez, otro que tira para arriba, embocó su segunda diana en el torneo. El 2-0 antes de que Argentina recibiera la última señal para seguir instalado en la prudencia: el tanto australiano venido de un rebote en Enzo Fernández y dos oportunidades finales bastante claras que casi provocan un empate pasmoso.
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