Japón y el dios del pie buscan al mejor Kamada
El equipo nipón, autocondenado a una ‘final’ con España tras desperdiciar su proeza contra Alemania, espera la recuperación del atacante del Eintracht, muy crítico con su juego
Después de dar el gran golpe contra Alemania (1-2), cientos de japoneses no dudaron en visitar al dios del pie. Su santuario se encuentra en Toyonaka, en la prefectura de Osaka, y el lugar se ha convertido en un punto de peregrinación cuando llega un Mundial. En las horas previas al segundo duelo de su selección, ante Costa Rica, la asistencia al templo se multiplicó y el sacerdote leyó una oración sintoísta. De nada sirvió esta vez. La gesta con los germanos derivó en desgracia frente a los ticos (1-0) y abocó a los asiáticos a otra invocación divina para entrar en octavos (necesita ganar a España —20.00, La 1 y Gol Mundial— si no quiere depender de una carambola en el otro duelo del grupo).
Uno que tal vez necesite algún tipo de mediación suprema es Daichi Kamada (Ehime, 26 años), el nombre más amenazante del ataque nipón y que, de momento, anda torcido en Qatar. Muy torcido, según sus palabras. El mediapunta del Eintracht aterrizó con el mejor expediente de su carrera (12 goles y cuatro asistencias) y sus dos primeras actuaciones no han dejado espacio a la autocomplacencia. “No entiendo la forma en que jugué”, confesó este martes. Su primera parte contra los teutones la calificó de “terrible” y añadió que la hubiera “lamentado el resto” de su vida si sus compañeros no llegan a remontar. El juicio de sí mismo ante los centroamericanos no fue más indulgente: “Cometí tantos errores fáciles que no podía creerlo. Sé que puedo jugar mejor, no se equivoquen, puedo hacerlo. Queda un partido y quiero jugar mejor”, se repetía a modo de autoconvencimiento.
Kamada, un dormilón que consumía 12 horas de sueño durante el confinamiento, se ha convertido al peso en el argumento ofensivo más notable de un fútbol japonés que todavía no ha sido capaz de fabricar una gran estrella mundial. Su impacto en la industria sigue siendo más económico que deportivo, como queda claro en el chivato de las Copas del Mundo: aún no ha pisado unos cuartos de final.
Su selección se presentó a la gran cita esperanzada en buena medida por la crecida de Kamada, que hasta hace un par de años no se hizo con un hueco en el equipo nacional. El Eintracht lo firmó en 2017 por 1,6 millones del Sagan Tosu, lo mandó a instruirse un año al Sint-Truden belga y, después de varias campañas al alza, en esta ha encontrado pista goleadora pese a haber tenido que retrasar su posición en el campo para acomodar a Götze. Ya suma a estas alturas más tantos que en cualquiera de sus temporadas completas anteriores en Alemania. Su contrato expira en junio de 2023 y es una de las fichas que aparecen en el escaparate para los conjuntos de clase media-alta europeos.
El giro táctico ante los germanos
No es casual que haya florecido en Alemania, destino preferente de los jugadores nipones que emigran. Ocho de los 26 convocados proceden de allí y en Dusseldorf la federación japonesa cuenta con una oficina permanente. En total, 19 de los mundialistas se desempeñan fuera, cuando entre esa cita y la de 2010 Japón nunca tuvo más de cinco jugadores en una Copa del Mundo que estuvieran en el extranjero.
Kamada busca su sitio en Doha mientras los aficionados que peregrinan al dios del pie se preguntan qué Japón verán contra España después del éxtasis ante Alemania y el bajonazo con Costa Rica. Frente a los teutones, su entrenador, Hajime Moriyasu, no dudó en agitar la pizarra al descanso y en desventaja con un movimiento muy celebrado: quitar un atacante (Kubo) y meter un defensa (Tomiyasu). “No estábamos bien en la presión. Me sacó, puso a Tomi e hicimos línea de cinco [atrás]. Era uno de los planes y, al ir perdiendo, lo tuvimos que adelantar. Nos salió de puta madre”, se soltó Kubo, que desde entonces no ha vuelto a pisar el césped. La variante le permitió a Japón dar más vuelo a los laterales, meter balones largos y sumar arriba gente creativa. Del resto se ocupó Alemania, a la gresca entre ellos por falta de valentía para querer la pelota.
Terminado el choque, el seleccionador nipón dejó otro acierto: “Es difícil que no se nos suba a la cabeza”, advirtió. Cuatro días después, sus muchachos perdieron contra Costa Rica. “No me arrepiento de nada, para ser sincero”, respondió entonces el técnico, cuestionado en esa ocasión por sus decisiones. Al día siguiente, la princesa Hisako braceaba con minimalismo japonés en el campo de entrenamiento para animar a la tropa.
Hajime Moriyasu fue parte precisamente en Doha en 1993 de uno de los capítulos más traumáticos del fútbol japonés, cuando Irak le dejó sin el Mundial del 94 en el descuento del último partido de la fase de clasificación. Un episodio que pasó a su historia como la “Tragedia de Doha”. El desquite personal lo tuvo a un paso contra Costa Rica, no lo aprovechó y ahora le espera el triple salto ante España. Una empresa para la que necesitará al autocrítico Kamada. “Esperamos estar a la altura”, zanjó este miércoles el técnico.
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