Abdul, el del bombo
Lo que Qatar ha hecho con nuestro folclore de hinchada se parece mucho a lo que occidente lleva haciendo con ellos desde tiempos inmemoriales: estereotipar sin miedo y con brocha gorda
Todavía no ha comenzado a rodar el balón y Qatar ya nos ha regalado la que, casi con toda seguridad, será recordada como la imagen más icónica del presente Mundial: los grotescos pasacalles de figurantes animando a selecciones que no son las suyas, salvo extrañísimas coincidencias y, por lo tanto, contadas excepciones. Nos queda el consuelo de saber que, al menos en esta ocasión, las barras argentinas no se molerán a palos con los hooligans ingleses, sencillamente porque ni los unos son tan hooligans ni las otras tan argentinas. Si acaso, se podría producir algún conato de violencia entre los propios comediantes, pero siempre por causas domésticas, a saber: vecinos del mismo bloque que se guarden rencores porque uno no recicla de manera óptima, o porque la hija del otro toca la flauta a horas intempestivas… Nada tan grave o ultra dimensionado como el recuerdo de las Malvinas, la mano de Dios o el alcoholismo institucionalizado.
En realidad, lo que Qatar ha hecho con nuestro folclore de hinchada se parece mucho a lo que occidente lleva haciendo con ellos desde tiempos inmemoriales: estereotipar sin miedo y con brocha gorda. En los congresos de criptomonedas, por ejemplo, o en cualquier otro evento donde vender la ilusión de enriquecerse a manos llenas sea el motivo principal de la reunión, acostumbran sus organizadores a situar un par o tres de actores -bien a la vista de todo el mundo, obvio- caracterizados como jeques de algún emirato, en ocasiones fumando shisha, lo que nos ofrece una muestra más o menos clara del conocimiento generalizado sobre los usos y costumbres del pueblo árabe que atesoramos. Incluso el presidente del Getafe, Ángel Torres, fue presa en 2012 de un engaño semejante, casi estafado en la compra del club por un camarero brasileño que se hizo pasar por pachá, rajá o cualquier otra modalidad de millonario oriental con chilaba: suerte que los Mossos d’Esquadra ya le andaban tras la pista.
El fútbol moderno, del cual pretenden Qatar y la FIFA hacer gala en este Mundial, nos lleva a disparates como el de estos aficionados impostados que recorren las calles ataviados con los colores de cada país sin que, por ello, parezca resentirse nuestra sana intención de regresar a la infancia y disfrutar del espectáculo sin perder de vista el reverso tenebroso de la historia. No será el primer gran evento deportivo que devoremos con pinzas en la nariz y guantes de látex, pero sí uno de los más interesantes porque nadie sabe muy bien qué se puede esperar. Ni la certeza del viejo Manolo nos queda ya, sustituido en Qatar, al menos de momento, por una especie tragicómica de Abdul, el del bombo.
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