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Alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barça y Atleti: a la sombra de una silla de plástico

Alguien debería hacerse la pregunta que ni los azulgrana ni los rojiblancos supieron plantear al comienzo de la presente temporada: ¿cómo saber cuándo demonios termina el verano?

Simeone Atletico de Madrid
Simeone después de la derrota del Atlético ante el Cádiz en la última jornada de Liga.Fran Santiago (Getty Images)
Rafa Cabeleira

Dentro de muchos años, cuando todo esto sea desierto y los arqueólogos de nueva generación descubran los resultados de la actual Liga de Campeones garabateados en piedra —la piedra siempre viste, las modas siempre vuelven—, alguien debería hacerse la pregunta que ni Barça ni Atleti supieron plantear al comienzo de la presente temporada: ¿cómo saber cuándo demonios termina el verano? Mal asunto que el fin de fiesta te sobrevenga sin haber cambiado el armario: el adiós más abrupto y vergonzoso que uno pueda imaginar por cuanto tiene de ridícula la moda estival fuera de temporada.

El verano es tiempo de promesas infundadas, especialmente en el mundo del fútbol. Todo se vuelve accesible porque los futbolistas sonríen y sus entrenadores sienten la emoción natural de los comienzos. “¿Se ve capaz de competir en Europa con la plantilla actual?”, pregunta el periodista a los futuros penitentes. Y ya me contarán quién es el guapo que responde con un no y recordando que la pelota pone a cada cual en su lugar, el típico comentario de viento otoñal, de poeta inglés del siglo XVIII… Y nadie en su sano juicio se atrevería con la comparación entre Lord Byron y el Cholo Simeone, por poner un ejemplo. El último verso que escribió el argentino, si la memoria no me falla, se lo dejó grabado en sangre a Julen Guerrero cuando todavía era jugador, así pues, pocas bromas, viento en las velas y máxima ambición ante una rave plagada de alemanes, portugueses y brujas.

A los colchoneros les duele la caída más que la cornada. Se sabían favoritos en un grupo con todas las alternativas disfrazadas de Cenicienta, tres rivales de presupuestos muy inferiores al que se gasta —con cierto rubor, no sé por qué— el Atleti moderno, y que habían comenzado sus campeonatos domésticos con más dudas que certezas. Nunca le gustó a Simeone el favoritismo, eso se le debe reconocer. Pero en esta ocasión no le quedó más remedio que aceptarlo. El sorteo de la fase de grupos había llegado cargado de limones y la afición solo le pedía a su equipo lo lógico en semejantes circunstancias: que les brindasen algo parecido a la limonada. En su lugar, les sirvieron café con sal, como a ese cuñado borracho que se salta todos los protocolos en una boda y al que conviene vaciar de contenido antes de llegar a casa.

En Barcelona, más precavidos, solo prometieron luchar la orejona si superaban el primer escollo de la frase de grupos: bien jugado. Esa polipiel de 25% lobo, 25% cordero y 50% polímeros y fibras procesadas, ese aspirar a todo sin descartar nada, incluido el descalabro temprano, es lo que diferencia a los equipos con un plan de los equipos con el pliego de descargo preparado: el sorteo, las lesiones, los arbitrajes, los viejos fantasmas, la inflación, el centralismo… Todo ello conjugado en la figura de un Gerard Piqué que hace unos años se ofreció a dejar el club para que entrase sangre nueva y ahí sigue, disfrazado de defensa central en la recena de Halloween. No es su culpa —como muchos denuncian— la eliminación de este año. Ni tampoco de los demás veteranos. Ni siquiera de Xavi o de Laporta, solo faltaría: la culpa, en el Barça, siempre es de los éxitos anteriores, que llegaron para distorsionarlo todo cuando peor lo estaba pasando y, por lo tanto, aprendiendo.

Son, en definitiva, dos ejemplos de libre circulación por Europa sin ningún tipo de grandeza, ni tan siquiera la mínima que cabría presuponer a equipos de semejante calibre. Le queda al fútbol español la esperanza del Real Madrid, el único equipo del mundo capaz de gobernar los calendarios agarrado a una silla de plástico: normal que a Xavi y a Simeone se les haya quedado cara de Leroy y Merlín.

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