Entierro europeo del Atlético
El equipo de Simeone cae en Oporto y no disputará la Liga Europa tras otro partido desastroso en el que las paradas de Oblak evitaron un escarnio mayor
La Champions League ha terminado por reducir al Atlético a un equipo de andar por casa. Ya solo le quedan la Liga y la Copa para tratar de dignificar una temporada aciaga apenas a un par de semanas de que llegue el parón mundialista. Europa ha retratado a un equipo irregular, incapaz de firmar un partido redondo ni en casa ni a domicilio. Firmó su epitafio europeo en Oporto ante un equipo al que pareció bastarle con esperar la multitud de concesiones que le ofreció su desnortado rival. Toda una paradoja para un conjunto que ha labrado sus éxitos con Simeone como el gran maestro rapiñador de los errores del contrario. Su entierro continental ligó maliciosamente con el día de los difuntos y hasta con la oscura vestimenta de su entrenador. Cuando el paisaje se oscurece para el Atlético, lo hace en plenitud. Le hubiera bastado con el empate porque el Leverkusen y el Brujas empataron 0-0 en el BayArena.
El papelón en la gran competición europea ha defenestrado al Atlético a la última plaza de un grupo en el que ni Oporto, ni Brujas, ni Leverkusen pueden presumir de tener mejor plantel que los rojiblancos. El revés en cuestión de imagen y prestigio es demoledor. Solo un partido ganado y dos empates sobre seis encuentros disputados. Cinco raquíticos puntos que le han sacado de Europa para lo que queda de temporada.
El batacazo es de época, recargado con altas dosis del pesimismo y la decepción que alimentan el debate sobre si la era de Simeone está mas cerca del fin que de una nueva reconstrucción. Los síntomas ofrecidos en Portugal no invitan al optimismo. Necesitaba ganar para optar a la disputa de la Liga Europa y ni se acercó. Fue superado de principio a fin. Dio igual la presencia de João Félix formando ataque con Griezmann.
En O Dragão, el Atlético se presentó como alma en pena, aún martilleado anímicamente por los recientes varapalos del malogrado penalti de Carrasco ante el Leverkusen y la dolorosa derrota de Cádiz. El pase a nadie que dio De Paul tras el saque inicial fue todo un presagio de lo sucedido. No tuvo dos pases el Atlético, ni medio tampoco. Menos aún rigor defensivo. La fragilidad exhibida delató a un conjunto sin pulso, noqueado sin remedio a cada golpe que recibe. Y cuando su rival no hacía lo suficiente para propinárselo, los futbolistas de Simeone se los concedían.
Dio igual que formaran Savic y Giménez, la pareja fetiche del entrenador. Ambos fueron protagonistas de los regalos que definieron el duelo cuando aún no se había cumplido la media hora. Primero fue el uruguayo, junto a Saúl, el que no leyó un pase filtrado de Otavio. Tampoco se enteró Nahuel Molina de la llegada a su espalda de Taremi para cruzarse en la trayectoria del tiro mordido de Evanilson. Tan sonrojante fue la fabricación final del gol como el inicio de la gestación. Una transición cómoda, con los jugadores del Oporto corriendo a campo libre hasta llegar a las inmediaciones del área de Oblak. El meta esloveno impidió una humillación mayor. Le tuvo que sacar a Galeno, a contrapié, un disparo que ofrecía toda la portería al menudo extremo brasileño. La jugada la había ingeniado Saúl con una pérdida en una mala entrega en el balcón del área.
No tardó mucho el Atlético en invitarle al Oporto a marcar. Esta vez fue Savic el que pifió un despeje a la carrera con Galeno atosigándole en el costado del área. La ofrenda fue culminada con un centro atrás y un disparo seco y explosivo de Eustaquio. Otro clavo para el ataúd.
Dos goles en menos de media hora recibidos por un equipo sin rebeldía. Fuera de sí y de contexto, sin asumir la realidad que vive y debía afrontar y resolver. Con la cabeza aún rumiando su penitencia europea más que puesta en un partido que requería al menos de un orgullo competitivo mayor. Seña por seña, apenas hubo rastro de la identidad que ha cultivado Simeone en estos 10 años largos. La rebeldía necesaria ante la debacle que se fraguaba fue testimonial. Solo en los minutos finales, con el Oporto recreándose, pudo incordiar al inédito, durante casi una hora, Diogo Costa.
Mala señal fue para el Atlético que Oblak fuera su mejor jugador. Entre sus intervenciones y la mala puntería de los atacantes del Oporto evitaron un escarnio mayor. El tanto en propia meta del campeón luso que cerró el marcador en el descuento fue un guiño diabólico. Tuvo que ser su rival el que marcara. La última palada de su entierro europeo.
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