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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Xavi Hernández: Pose y jauja

Este no es el entrenador que nos prometió la literatura cruyffista desde que Guardiola demostrara al mundo que ciertos talentos se pueden heredar

Xavi Hernández se queja al árbitro durante el partido ante el Real Madrid el pasado domingo.
Xavi Hernández se queja al árbitro durante el partido ante el Real Madrid el pasado domingo.Manu Fernandez (AP)
Rafa Cabeleira

Sospecho que algo no va del todo bien entre Xavi Hernández y yo, aunque a él no le importe porque, entre otras cosas, es muy probable que ni siquiera haya oído hablar de mí. Es algo que tenía asumido desde el principio: las historias de amor no siempre funcionan en dos direcciones y mi primera obligación como sintiente, además de soportar el peso de su indiferencia, consistía en reconocer cuál es mi lugar y no rebasar, jamás, esa línea que separa la admiración más delicada del acoso en sus múltiples formas. Y es desde esta especie de superioridad moral que me confiere tan buen comportamiento que hoy, desde esta tribuna, me siento con fuerzas para denunciar que este no es el Xavi que nos prometió la literatura cruyffista desde que Guardiola demostrara al mundo que ciertos talentos se pueden heredar.

Cincuenta partidos pueden no ser nada y al mismo tiempo una vida entera. Una mala vida, en este caso, pues las alegrías han llegado a cuentagotas para terminar diluyéndose en un mar de dudas y palabras vacías. “Tenemos muy clara la idea de juego”, dijo este miércoles mismo en otra rueda de prensa cargada de retórica y algunas dudas razonables. Y es esa primera persona del plural lo que más escama de su afirmación, pues no termino de comprender a quién se refiere con exactitud: ¿a su cuerpo técnico?, ¿al equipo?, ¿al club?, ¿a quienes aplaudimos su llegada convencidos de que se podía andar lo desandado durante tantos años de zozobra?

Suponiendo que tal cosa sea cierta, que existe un “nosotros” que tiene muy clara la idea de juego, como afirma Xavi, la siguiente cuestión a dirimir versa sobre lo que pueda estar pasando: ¿acaso no saben ponerla en práctica o es que, simplemente, no está funcionando?

Algunas voces señalan, sin apenas sonrojarse, a la plantilla: una de las más potentes de Europa, base de la selección española y salpimentada con algunos de los mejores especialistas del mundo. Barcelona —y también el Barça, que para eso da nombre a la ciudad, como bien decía Josep Lluís Núñez— tienen eso de especial: siempre hay voces señalando algo, como esos manicomios de tira cómica en que priman las onomatopeyas con formas de animales y los animales —valga la redundancia— disfrazados de personajes históricos.

El propio Xavi apuntaba al mercado de invierno como una de las vías a explorar para revertir la situación. “Que me fichen al entrenador del Manchester City y esto lo soluciono en un nanosegundo del metaverso”, podría haber dicho sin que nadie se echase las manos a la cabeza. Seguro que lo ha pensado, yo también. Pero lo cierto es que Xavi ya cuenta con casi todo lo que cualquier entrenador del planeta podría desear y un poco más, salvo que todo ese potencial no se ajuste a la idea primigenia del misterioso “nosotros”.

Lo que más asombra de Xavi, sin embargo, es su escaso apego por las tradiciones, ese poner los resultados en la base de la pirámide sin valorar, como se merece, al juego. “Si no se gana... Pues vendrá otro entrenador y ya está”, dijo ayer. La obligación de ganar es inherente al fútbol, pero muy especialmente a un club de la envergadura del Barça. Esa simplificación absurda, esa reducción básica a la uve de victoria, estuvo detrás de aquella campaña sonrojante para que Jose Mourinho sustituyera a Frank Rijkaard, una bala que esquivaron el club y la humanidad en su conjunto por el empeño filosófico de unos pocos: si de aquí al final de la temporada, Xavi Hernández es capaz de construir un equipo que compita desde la armonía, seguirá, más allá de los resultados finales. Todo lo demás se podría considerar pose y jauja, como ese jersey fino de Dior que tanto le gusta y que, evidentemente, yo no le regalé.

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