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Alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mano de Dumfries y el fútbol relatado

El VAR llegó para desterrar de la ecuación aquellas groserías que podían alterar el resultado final de un partido

Champions League
Xavi ve a la amarilla por sus quejas durante el partido entre el Inter y el Barcelona este martes en Milán.DANIELE MASCOLO (REUTERS)
Rafa Cabeleira

Me pregunto en qué estado quedaría la mano con que Denzel Dumfries despejó aquel balón puñetero ante la atónita mirada de Simone Inzaghi y varios millones de espectadores más: la salud es siempre lo primero. Superadas las primeras veinticuatro horas de rigor que, como cualquier fanático de las series sobre médicos u hospitales debe saber, son las más delicadas, todavía nadie ha podido encontrar una explicación plausible a cómo el árbitro de la contienda -y en su defecto, los jueces de la sala VAR- pudieron pasar por alto una acción tan comprometida para la integridad física del defensa como para la salud mental de una parroquia, la blaugrana, que ya no se intuía muy católica tras otro partido desconcertante de su equipo en esta primera fase decisiva de la temporada.

Después de tranquilizar al técnico rival –”lo hemos visto todos, Simone; deja de frotarte los ojos o terminará por salirte un orzuelo”, quiero imaginar que le dijo-, Xavi Hernández se quejó amargamente sobre lo ocurrido en el terreno de juego y en esa sala VAR que, demasiado a menudo, tanto nos recuerda al centro de control de la NASA en sus peores días. “Estoy indignado”, protestó el técnico de Terrassa. “No puedo decirlo de otra manera porque me voy con esa sensación, no lo puedo entender”. En realidad, nadie lo entendió, pero el fútbol tiene la sana costumbre de enfrentar a sus protagonistas ante los mismos espejos, y la hemeroteca de Xavi Hernández está llena de declaraciones en las que, asegura, jamás dirá nada de la labor arbitral porque entiende que el error humano forma parte del juego.

Los filósofos deportivos, que encuentran en este tipo de acciones su verdadera razón de ser en la vida, aseguran que una de las grandes diferencias entre fútbol profesional y fútbol amateur reside en la magnitud de los errores que ambas categorías se muestran dispuestas a aceptar como incorregibles, de ahí la utilización de una tecnología extremadamente cara -y bastante castrante en lo emocional, por cierto- que prometía precisamente esto: desterrar de la ecuación aquellas groserías que podían alterar el resultado final de un partido.

Esta misma semana, en un choque de rivalidad regional entre el filial del Deportivo de La Coruña y el Estradense, el árbitro de la contienda concedió un penalti a favor de los primeros cuando dos delanteros se chocaron en el área. El defensa más cercano estaba a un metro de distancia, pero el trencilla inició esa carrera tan ritual -debe ser lo primero que se aprende en los cursillos homologados del gremio- que precede a la señalización de la pena máxima: penalti a favor del Fabril y asombro generalizado sobre el verde, en las gradas y en las redes, donde el vídeo se viralizó por razones más que obvias. “Entiendo perfectamente lo ocurrido, a mí me pasó en alguna ocasión”, razonaba la acción Xabi Rodríguez, colegiado en activo que actúa como comentarista en algunas retransmisiones de la radio pública gallega. “Te obcecas, entras como en una especie de trance y ya no eres capaz de dar marcha atrás”.

Su arranque de honestidad me recordó al de aquel otro colegiado orensano que compaginaba su pasión futbolística con el oficio de redactor en un periódico local. Una tarde, tras salir huyendo del terreno de juego y encontrar resguardo en la caseta, sacó su libreta y comenzó a esculpir la crónica del partido: “Desastroso arbitraje en el Malecón”, escribió. Lo cuenta el escritor Juan Tallón en su libro Manual de fútbol (editorial Edhasa), y nos recuerda lo fácil que resulta faltar a nuestras promesas sobre enjuiciamiento arbitral cuando sus decisiones nos perjudican o la anécdota es demasiado buena para callársela: en esto no existen tantas distinciones entre el fútbol profesional, el amateur y, por supuesto, el relatado.

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