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PISTA LIBRE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Mundial más coherente con el tiempo que vivimos

Cada una de las últimas vicisitudes mundiales han colocado a Qatar, pozo sin fondo de gas, en una posición de extrema fuerza geopolítica y máxima garantía económica

Qatar Mundial 2022
El estadio Khalifa, una de las sedes del Mundial de fútbol, en Doha.David Ramos (Getty Images)
Santiago Segurola

En su versión contemporánea, el Mundial de fútbol es un fabuloso acontecimiento comercial y político sostenido por las emociones que procuran los futbolistas desde hace un siglo. Uruguay, un pequeño país de 176.000 kilómetros cuadrados, 3,4 millones de habitantes y una ardiente pasión por el fútbol, organizó en 1930 la primera Copa del Mundo. Qatar, una nación de 11.500 kilómetros cuadrados, 15 veces más pequeña que Uruguay, con una población de tres millones habitantes y sin ningún interés por el fútbol hasta hace muy poco, será la sede de esta edición. No es difícil pronosticar que Uruguay nunca más albergará en solitario el Mundial de fútbol. Más fácil es suponer que en algún momento, no sabemos cuándo y en qué circunstancias, otro Qatar oficiará el torneo.

Un juego que nació a mediados del siglo XIX no deja de fascinar a una audiencia multiplicada exponencialmente por los avances que permiten disfrutar del fútbol sin moverse del sofá. En lo básico no ha cambiado. Como en sus inicios, el secreto del fútbol está en los futbolistas. Sin ellos, no encuentra sentido nada del gigantesco mundo que les rodea.

Hasta cierto punto, la posición de los jugadores no se ha modificado en los últimos 100 años. Sobre las estrellas de entonces, caso de los uruguayos Scarone y Andrade o de los argentinos Ferreira, Stabile y Luisito Monti, y de la rivalidad de sus selecciones, se construyó el relato que todavía preside el fútbol, con otros nombres de figuras: Messi, Mbappé, Neymar, Kane, Cristiano Ronaldo o Modric. Se les valorará con los mismos criterios que entonces. Unos deslumbrarán, otros decepcionarán y algunos no dejarán huella en Qatar.

En cuanto a su responsabilidad, será la misma que hace medio siglo, cuando maravillaban Pelé, Beckenbauer y Cruyff, o en los años 30, cuando el español Ricardo Zamora, el italiano Meazza y el austriaco Sindelar atrapaban la imaginación de los hinchas. La diferencia no reside en el papel que cumplen, sino en el desorbitante negocio global que se ha forjado con sus proezas en el césped.

Aunque a las estrellas actuales les corresponde algo del impresionante suflé mercantil que el fútbol ha elaborado a su alrededor, su función en Qatar no será otra que justificar la desmesurada atención que alimentarán durante cuatro semanas. Son los generadores de un negocio cuyos dueños les presentan como una ralea de caprichosos, insolidarios y privilegiados. Del verdadero poder, el que se ventila en las grandes corporaciones del fútbol, los futbolistas rascan muy poco o nada.

El Mundial de Qatar retrata la espléndida mala salud del fútbol, un deporte que en sus más altas instancias está preso de una codicia sin fin, la corrupción sistémica —la plataforma Netflix ofrece en estos días un pedagógico recorrido por todas las miserias en la serie Uncovered (Los entresijos de la FIFA)— y la soberbia para considerarse un Estado al margen de la ley, con sede corporativa en Suiza y delegaciones en los paraísos fiscales más convenientes del planeta.

El Mundial de Qatar resulta extravagante a los ojos de cualquiera, pero sin duda es el más coherente con los tiempos que corren. Ninguno de los escándalos que se han sucedido en el planeta FIFA y alrededores, conflictos que derrumbarían cualquier otra institución, ha percutido de verdad en este Mundial. Al contrario, cada una de las últimas vicisitudes mundiales —por ejemplo, el desplome financiero mundial en 2008 y las consecuencias energéticas de la invasión rusa en Ucrania— han colocado a Qatar, pozo sin fondo de gas, en una posición de extrema fuerza geopolítica y máxima garantía económica, razón por la que el prodigioso olfato del fútbol para el dinero acude a un pequeño país del golfo Pérsico y nunca regresará al pequeño y muy futbolero Uruguay.

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