Francia descansa de ser Francia. ¿Y después?
Parisinos y franceses han aparcado el pesimismo y los lamentos y se han entregado a los JJ OO con pasión. La resaca puede ser fenomenal
Es como si París descansase por unos días de ser París y Francia de ser Francia. Del malhumor y el pesimismo, la queja permanente y la insatisfacción. “Este país que va bien y en el que sus habitantes se sienten mal”, resumió en un libro el demógrafo de izquierdas Hervé Le Bras. El escritor conservador Sylvain Tesson dice lo mismo con otras palabras: “Un paraíso habitado por gente que se cree en el infierno.” Le Bras y Tesson generalizaban, claro, pero también podría citarse a Sartre, quien sostenía que Francia no era un país sino una neurosis.
Ahora esta Francia parece haberse tomado vacaciones de sí misma. Los Juegos Olímpicos la han transformado.
No era lo que se esperaba. Los campeones del pesimismo llevaban años preparándose para lo peor. El caos en los transportes públicos. Los atentados terroristas (un famoso experto en seguridad llegó a calificar hace un tiempo la ceremonia inaugural en el Sena de “locura criminal”). Las huelgas, las manifestaciones, los disturbios. El pútrido Sena, ¿quién iba a bañarse en él? En vísperas de los Juegos Olímpicos, un 36% de franceses sentía indiferencia, según un sondeo del instituto Ifop. Un 23%, inquietud. Un 5%, cólera.
Pero hoy el peatón se ha acercado a Montmartre para seguir la prueba de ciclismo en ruta femenino, y lo que ve es lo contrario de la cólera, la indiferencia y la inquietud. Buen rollo y alegría. Una euforia que por momentos hace pensar: “Ni tanto ni tan poco”. Ya llegan. Por aquí suben las ciclistas, por la rue Lepic, “el río que irriga el país y lanza afluentes en el espesor del barrio”. Lo escribió, en los años treinta, Léon-Paul Fargue, autor de El peatón de París. Título inspirador.
Y en esta misma calle que Fargue frecuentó y que es a la vez un río y una modesta ruta de montaña en plena ciudad, habla Bertrand, un bretón que disfruta de los Juegos en la capital: “Jamás habíamos visto París con este ambiente: todo el mundo sonríe”. “En general no es tan divertido”, apunta su amigo Philippe. “Aunque es verdad que los parisinos se han marchado”. Risas.
Francia parece otro país y París, otra ciudad. La ceremonia inaugural fue un éxito. No ha habido atentados. Los triatletas han nadado en el Sena. Sonríen los parisinos e incluso los policías. Si no hay gobierno desde las elecciones del 7 de julio, qué importa. Además, las medallas: en el último conteo, 44 para Francia y 12 oros. Y Léon, el prodigioso nadador y nuevo ídolo nacional. Cuando al atardecer el globo con el pebetero asciende sobre las Tullerías, es un festival de “¡ooohs!” y “¡uaaaus!”
“Es un soplo de aire fresco que nos libera por unos días del mal ambiente”, comenta en la rue Lepic Emmanuel, otro bretón, mientras espera a las ciclistas. “Los franceses lo necesitábamos.”
¿Y después? Hay un antecedente: Londres 2012. En la novela El corazón de Inglaterra, Jonathan Coe describió así aquel instante: “Inglaterra parecía un lugar tranquilo y asentado: un país que se sentía bien consigo mismo.” Podría haber sido una descripción de Francia en el verano de 2024. Más tarde, el buen rollo se truncó: el Brexit. ¿Ocurrirá lo mismo?
Cuando este sueño termine, el 11 de agosto a medianoche, Francia seguirá ahí. La Francia de las neurosis. La que se siente mal consigo misma. La que vive aquejada por problemas reales (las fracturas sociales, la parálisis política, el populismo rampante) y otros imaginarios (la identidad amenazada, la delincuencia descontrolada, la guerra civil a la vuelta de la esquina). La patria de los especialistas en ver el vaso medio vacío. Permítanme ser un poco francés: la resaca puede ser fenomenal.
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