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Un paseante en París
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No es la geopolítica: es la guerra cultural

Las batallas ideológicas en torno a la ceremonia inaugural o la feminidad de la boxeadora Khelif marcan los JJ OO de París más que las tensiones por Ucrania o Israel y Palestina

Un fotograma de la transmisión televisiva muestra la secuencia de la supuesta y tan criticada revisión de 'La Última Cena' durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París.
Un fotograma de la transmisión televisiva muestra la secuencia de la supuesta y tan criticada revisión de 'La Última Cena' durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París.
Marc Bassets

Hay una nueva disciplina olímpica en París 2024: la guerra cultural.

Pensábamos que estos serían los Juegos de la geopolítica. Los de la guerra en Ucrania y en Gaza. El veto a los atletas rusos. El temor a un atentado terrorista o a ciberataques. En Francia, país anfitrión, unas elecciones anticipadas que estuvieron a punto de llevar a la extrema derecha al poder. Raramente la competición se había iniciado con un ambiente tan cargado y en un mundo lleno de tensiones y peligros. Raramente, desde la inauguración, se han notado tan poco estas tensiones como en este París que vive en la euforia de un sueño de verano y en el que deporte lo domina todo.

¿Todo? No.

La política se ha metido en estos Juegos por otra vía: la batallas ideológicas por la identidad nacional, religiosa o sexual.

“Hay una paradoja”, dice al teléfono Nathalie Tocci, directora del laboratorio de ideas Istituto Affari Internazionali. “Creíamos que la politización de las Olimpiadas estaría conectada con la geopolítica, y hasta esta dimensión ha sido menor de lo esperado.”

En su lugar, añade, han ocupado la escena las famosas batallas culturales.

Sucedió el 26 de julio en la ceremonia inaugural por el Sena. A la extrema derecha francesa, a los obispos y a Donald Trump no les gustó. Causó indignación una escena que interpretaron como una burla de la Última Cena de Leonardo de Vinci, aunque, según los creadores del espectáculo, se trataba de una escena de la mitología griega y en todo caso se inspiraría de otro cuadro, El festín de los dioses, de Jan van Bijlert.

“Los Occidentales”, reaccionó el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, “no tienen una moral común: esto es lo que han visto quienes miraron la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos”. Replicó Emmanuel Macron: “Francia mostró su audacia y lo hizo con libertad artística: esto es lo importante.”

El episodio deja dos conclusiones. Primera: en un mundo en el que a veces hay que considerarse víctima para existir, el campo de los indignados y ofendidos ha pasado a la derecha, o a una cierta derecha (aunque en Francia, la escena de la cena tampoco gustó a Jean-Luc Mélenchon, líder de la izquierda radical: “¿Por qué arriesgarse a herir a los creyentes?”).

Segunda conclusión: hay ocasiones en las que la incandescencia en las redes sociales es inversamente proporcional a la calma en el mal llamado mundo real. En las redes la escena de la cena encendió algo más que una guerra cultural. Parecía una guerra mundial. Unos días después, un sondeo del instituto Harris reflejaba un consenso amplísimo, al menos en la sociedad francesa: un 86% de franceses consideraron que la ceremonia inaugural había sido un éxito. La guerra no fue tal.

Pero en París 2024 no hay por ahora semana sin su guerra cultural, y la guerra cultural del momento se libra en un ring e involuntariamente la han librado dos boxeadoras: la argelina Imane Khelif y la italiana Angela Carini. El jueves Carini abandonó el combate a los 46 segundos tras sufrir un golpe en la nariz. Y se desató un debate sobre la feminidad de Khelif que posiblemente quede como uno de los momentos fuertes de estos JJ OO.

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, sentenció: “Hay atletas con características genéticas masculinas que no deberían participar en las competiciones femeninas.” La Asociación Internacional de Boxeo ya había descalificado del Mundial de 2023 a la argelina por “no cumplir con los criterios de elegibilidad para participar en una competición femenina”. El Comité Olímpico Internacional discrepa. Declaró, en referencia a Khelif y a otra boxeadora cuya feminidad también se ha cuestionado, su presidente Thomas Bach, nada sospechoso de ser un lector de Judith Butler: “Nacieron como mujeres, crecieron como mujeres, sus pasaportes dicen que son mujeres y durante años han competido como mujeres. Nunca ha habido duda de que son mujeres.”

Y así es como en 2024 los JJ OO no se politizan porque haya atletas que, como Tommie Smith y John Carlos en 1968, levanten el puño en defensa de los derechos civiles. Como explica desde Minnesota el sociólogo estadounidense Douglas Hartmann, autor de un libro de referencia sobre el gesto de Smith y Carlos, “hoy el activismo no lo protagonizan los atletas y, además, viene de la derecha.”

No es la geopolítica: es la guerra cultural. Pero lo recuerda Nathalie Tocci: ambas están ligadas. “Hay una conexión entre lo que dice Trump, lo que dice Putin, lo que dice Meloni”, dice. “Es el liberalismo contra el iliberalismo.” Las batallas culturales, al final, son batallas geopolíticas.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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