¿Nos tomamos el fútbol demasiado en serio?
El fútbol no puede ser solo un juego porque es un bálsamo, es una sala de psicología comunitaria. No exagero

En uno de los relatos del libro Mesa para dos, el escritor Amor Towles cuenta la historia de una pareja que se suscribe a un ciclo de conciertos en el Carnegie Hall. Parece el plan perfecto de evasión, pero el marido se encuentra con un estorbo inesperado: el anciano que se sienta a su lado graba todas las actuaciones. Así que el hombre ya solo consigue centrar su atención en el anciano malhechor, en esas viejas manos arrugadas sujetando un dispositivo de grabación ilegal en cada concierto. El hombre se pierde actuaciones absolutamente memorables, se pierde el aplauso más largo jamás registrado en la emblemática sala neoyorquina. La irritación por su vecino de butaca simplemente le impide disfrutar de la música.
Me acordé de esta historia cuando hace unos sábados el Celta perdía 0-2 en Balaídos frente al Betis y, tras el segundo gol en contra, lancé el teléfono móvil sobre la mesa. “A tomar viento (recreación con improperios aminorados), dejo de ver esta pantomima (recreación con improperios aminorados)”, dije a mis amigos con los que comía. Ellos mantenían una conversación distendida, mi amiga mostraba con entusiasmo fotos del perro que acababa de adoptar, pero yo solo podía pensar en que íbamos perdiendo 0-2 en el minuto 22 de partido. “0-2, cómo vamos a ir ya perdiendo 0-2, pero con qué empanada mental hemos salido, qué defensa es esta”. Por supuesto, me perdí la remontada del Celta —el partido terminó 3-2— e, inmersa en mis tribulaciones coléricas, también me perdí la conversación de mis amigos.
¿Nos tomamos el fútbol demasiado en serio? ¿Deberíamos cuestionar una pasión que provoca que la gente fanática (yo) deje de hablar con sus amigos durante una comida, una pasión que genera discusiones, frustraciones e incluso crecientes inscripciones en el Registro Civil de bebés llamados Thiago, Keylor o Kylian? ¿Deberíamos al menos considerar la posibilidad de que el fútbol es solo un juego y nada más que un juego?
Pues claro que no, porque no lo es. Hay semanas espantosas en las que entrar en tu estadio se convierte en una revelación similar a la de llegar a la Catedral de Santiago tras un camino de penitencia. El fútbol no puede ser solo un juego porque es un bálsamo, es una sala de psicología comunitaria. No exagero. En la celebración de un gol se purgan rupturas, divorcios, discusiones, calamidades, atascos, excels, emails, facturas, enfermedades, monotonías y rutinas.
Pero sí es verdad que en los últimos años el fútbol se ha impregnado de una seriedad excesiva. Lo comentábamos hace unos días en el fantástico festival Letras y Fútbol, organizado por la Fundación Athletic Club. El fútbol era un asunto de estado serio y riguroso, los locutores narraban los goles como quien recita una homilía; ahora hay griterío, show, tono carnavalesco, fanfarria. Pero, sin embargo, otra capa de seriedad permea el fútbol actual: todo se discute, todo se reinterpreta, todo se revisa. La narrativa que rodea al juego en salas de prensa y medios de comunicación perpetúa ese tono. Todo es histórico, todo es injusto, todo es brutal, todo es severo, todo es espectacular, todo es dramático, todo es polémico, todo es increíble, todo es insignificante, todo es máximo, todo es mínimo. Todo es ruido de fondo.
El fútbol ha entrado en uno de esos momentos en los que es evidente que algo debería cambiar para contener sus excesos, pero en el que nadie va a hacer nada para que cambie. Nosotros, aficionados, tampoco haremos nada porque tomarnos el fútbol con ligereza iría en contra del componente emocional que nos mantiene unidos a él. No sé, igual no hace falta anestesiar el fútbol, igual sería suficiente con sedarlo con un poquito sentido del humor.
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