Louzán, candidato ideal para dirigir la RFEF: coherencia y tradición
Dice mucho del simpático estado terminal del máximo organismo del fútbol español que entre los candidatos a dirigirlo no se haya podido encontrar a nadie sin antecedentes
En realidad, tiene todo el sentido que Rafael Louzán, o noso Rafa, sea el próximo presidente de la Federación Española de Fútbol. Nada mejor para evitar escándalos que venga ya alguien condenado de casa. Nos ahorramos la imputación, el proceso judicial y la sentencia; nos ahorramos, sobre todo, llevarnos las manos a la cabeza en caso de que todo eso se repita con él en el cargo. Son sus tradiciones y hay que respetarlas: en el campo levantamos Mundiales y Eurocopas, en los despachos, las esposas.
Tampoco extraña, y dice mucho del simpático estado terminal del máximo organismo del fútbol español, que entre los candidatos a dirigirlo no se haya podido encontrar a nadie sin una condena por prevaricación. El deporte más popular de España, campeonas del mundo ellas y campeones de Europa ellos, y nadie en todo el país sin antecedentes para dirigirlo.
No llegó a ser condenado por prevaricación Porta, al que hubo que echar por decreto, pero de él se supo que el chófer que le pagaba la Federación catalana de fútbol lo utilizaba para bajar al perro (se llamaba Óscar la mascota, José María García lo llamaba Óscar Porta) y llevar a la esposa del presidente a la peluquería. “Pablo, Pablito, Pablete” está en el top 3 de las expresiones acuñadas por García.
Uno de sus precedesores, Ángel María Villar, se repantigó tanto en el sillón (19 años) que acabó pasando 12 días en la cárcel junto a su hijo y su vicepresidente como integrantes de una supuesta red clientelar en la que presuntos tratos de favor en negocios particulares revertían en Villar en forma de votos; siguen los tres, siete años después, pendientes de juicio.
Luis Rubiales, en fin, entendió formidable, después de agarrarse la entrepierna en el palco al lado de la Reina para celebrar la Copa del Mundo, cogerle la cara a una de sus jugadoras y estamparle un beso en los labios delante de todas las cámaras; dijo, para defenderse, que antes le preguntó: “¿Un piquito?”. Tuvo que dimitir tras una extraordinaria y alucinada presión internacional (“¿de verdad hay que presionar”?, comentó en su día, desconocedor de la idiosincrasia de los gestores del fútbol español, un corresponsal extranjero) y se enfrenta a una pena de dos años y medio de prisión por agresión sexual y coacciones; en marzo de este año, la Guardia Civil registró su casa en busca de pruebas de contratos irregulares de la RFEF y la Fiscalía ordenó su extradición (estaba en la República Dominicana) y le detuvo cuando Rubiales aterrizó en Madrid.
Después de Rubiales tomó el mando Pedro Rocha a pesar de estar imputado en una de las causas de Rubiales (fue a declarar como testigo y a saber lo que dijo, pero salió como investigado), y posteriormente fue inhabilitado para ejercer su cargo.
El paisaje no sólo es el adecuado para que Rafael Louzán, expresidente de la Diputación de Pontevedra y después dirigente del fútbol gallego, un hombre cercano y simpático dotado de la campechanía que siempre precede a una imputación o un exilio, acceda a la presidencia de la Federación, sino también para observar el magma en el que se mueve la RFEF. Louzán está inhabilitado para ocupar cargos públicos siete años, pendiente esto de ser ratificado por el Supremo, y será elegido por federaciones territoriales que llevan décadas dejándose seducir por el mejor postor, accediendo a prebendas y aupando a presidentes de los que luego nos tenemos que enterar gracias a la Guardia Civil, dentro de unos años, por qué fueron elegidos y para qué.
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