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Fútbol bajo redes de camuflaje: un paréntesis en la guerra para ver a Ucrania en la Eurocopa

EL PAÍS sigue el debut y derrota de la selección ucrania con una unidad militar en el frente de Zaporiyia

Ucrania Eurocopa
Soldados de la 108ª Brigada de Defensa Territorial de Ucrania ven este lunes el debut de su selección en la Eurocopa en el frente de Zaporiyia.Cristian Segura
Cristian Segura

Una carpa montada con maderas y lonas, cubierta con redes de camuflaje, es el auditorio en el que seis hombres y una mujer vieron el debut de Ucrania en la Eurocopa. Una pantalla de plasma cuelga de una de las maderas y un ordenador está conectado a ella para transmitir el partido. La conexión se pierde constantemente y la lluvia que cae con fuerza se filtra por todas partes. Pero nada de esto importa porque están acostumbrados: son soldados ucranios en el frente de Zaporiyia.

“Mejor que se vaya la conexión, para lo que hay ver”, exclama Volodímir, militar de la 108ª Brigada de las Fuerzas de Defensa Territorial, cuando Rumania marca el 3 a 0. Volodímir es de Dnipró y su jugador favorito de la selección es Artem Dovbyk, el delantero del Girona, porque buena parte de su carrera la disputó en clubes de su ciudad. “Es solo un juego, no pasa nada”, dijo Kipish con el 2 a 0 en contra. Kipish es el nombre en código de un soldado de 35 años que había sido centrocampista del Metalurg de Mariupol. Su padre había defendido los colores del Shakthar Donetsk y evoca el Mariupol de su infancia, en el que había campos de fútbol en cada barrio y tres clubes profesionales. Todo eso ha quedado en el pasado después de que el ejército ruso arrasara con su ciudad y la ocupara en 2022.

Kipish y Volodímir son los más aficionados a este deporte del grupo que se ha reunido para seguir el partido. En su batallón tienen a dos antiguos ultras de clubes de fútbol, según dicen, pero en el momento del partido están de servicio defendiendo posiciones de primera línea en la vecina Oríjiv. Para los demás el fútbol es lo de menos: el encuentro es una excusa para desconectar de la guerra durante un par de horas. La cita para la Eurocopa se celebra en el patio de una granja en la retaguardia, a 20 kilómetros de la primera línea de los combates. La granja es un centro de comunicaciones de la brigada. Entre cajas de munición, fusiles y torniquetes, la carpa sirve para reuniones, para planificar operaciones militares o para algo tan excepcional como ver fútbol.

Maluk es el nombre de guerra de un joven de 23 años que sirve de subcomandante de una compañía de artillería. Admite que es el primer partido de fútbol que ve en su vida porque lo suyo es el boxeo. “El boxeo es lo más popular en Ucrania, tenemos a campeones como los Klitchkó, Oleksandr Usyk, Gvozdyk o Berinchyk”, explica Maluk, “el fútbol no lo veo como algo serio, el boxeo sí, porque somos un país de luchadores, no hemos tenido otro remedio, siempre hemos tenido enemigos”. A su lado está Tatiana, de 27 años, soldado desde marzo y asistenta del capellán castrense de la brigada. Confirma que no es fanática del fútbol, pero que se siente orgullosa de su selección: “Demuestra que pese a la guerra somos un país que puede competir”. Dima, oficial de prensa de la 108ª Brigada, reconoce que se enteró hace pocos días de que Ucrania jugaría la Eurocopa. “Me lo dijo un periodista noruego, que me pedía si en nuestra unidad de francotiradores había seguidores de fútbol; ni yo ni los chicos entendíamos por qué nos lo preguntaba”.

En una sociedad tan volcada hoy en su identidad colectiva, con tantas banderas y proclamas nacionales en las calles y en los medios de comunicación, llama la atención que a duras penas se vean carteles en la vía pública que hayan aprovechado la clasificación de la selección para unir a la población. El cansancio en la sociedad tras más de dos años de guerra está pasando factura, también en el ejército. Maxim, portavoz de la 93ª Brigada Mecanizada, comentaba el 8 de junio a este diario en Kostiantinivka, uno de los frentes en la provincia de Donetsk, que la participación en la Eurocopa era “otra manera de que el mundo tenga presente a Ucrania”, pero tenía dudas sobre si podía ser una inyección de autoestima colectiva: “No tengo claro que la Eurocopa vaya a ser un factor de motivación general. Los soldados están tan cansados que muchos ni siquiera querrían volver a casa para desconectar, sería un cambio demasiado grande respecto a lo que están viviendo aquí”.

“Es solo un juego”, repite Kipish mientras coge un puñado de palomitas que uno de sus compañeros trajo en la media parte. Con el 3 a 0, media hora antes de que terminara el partido, los soldados decidieron dar por finalizada la velada. ¿Verán el próximo encuentro de su selección? Lo desconocen, antes deben saber si les coincide con horas de descanso o de combate. “Hay victorias más importantes”, reflexionaba para cerrar la jornada Kipish, el antiguo jugador del Metalurg Mariupol. Su club ya no existe y tampoco puede regresar a su ciudad: ahora lucha para que su país no siga el mismo camino.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.
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