La guerra del fútbol de Ucrania
La selección del país atacado por Rusia se prepara en el exilio de Eslovenia para jugar a partir del miércoles sus dos últimos partidos de clasificación para el Mundial de Qatar
A veces, en los entrenamientos, cuando quiere que sus futbolistas se expriman, Oleksandr Petrakov, el seleccionador ucranio, les grita: “¡Que en Ucrania está muriendo gente!”. Después, en su habitación del hotel de Brdo (Eslovenia), en un paraje bucólico unos kilómetros al norte de Liubliana, se arrepiente un poco, duda si no estará siendo demasiado duro, si no estará poniendo demasiada presión a unos chicos que tienen amigos, familiares y conocidos en el frente de la guerra; o desaparecidos, o malviviendo en ciudades bajo control ruso como Jersón. Pero el equipo de Petrakov tiene una misión que el presidente del país, Volodímir Zelenski, ha integrado en la estrategia general para resistir a Rusia: intentar clasificarse para el Mundial de Qatar. Necesita ganar dos partidos: el miércoles contra Escocia en Glasgow y el domingo contra Gales en Cardiff.
El primero estaba programado para el mes de marzo, pero Rusia atacó Ucrania el 24 de febrero de madrugada, la FIFA echó a los rusos de sus competiciones, y se aplazó el partido. A Petrakov la invasión le pilló menos desprevenido que al resto. Un par de semanas antes había estado en Turquía en un torneo de equipos de las categorías inferiores, donde comentó con varios colegas rusos sus planes para preparar esa clasificación: “¿Qué pretemporada estáis haciendo si el 23 va a empezar la guerra?”, recuerda que le dijeron. “El 23 me desperté, y no hubo nada. Pero el 24 sobre las cuatro de la mañana me llamó mi hijo: ‘Papá, ha empezado”.
Cuando decidió posponer el Escocia-Ucrania, la UEFA confiaba en que se apaciguara la situación antes de junio. No sucedió. De modo que con el país aún resistiendo el ataque militar, el 30 de abril el seleccionador, cuatro futbolistas y el equipo técnico y administrativo de la selección salieron de Kiev rumbo al exilio temporal esloveno. “Cuando veníamos, vimos la gran diferencia: en Ucrania no encontrábamos nada, ni gasolina. Y salir y llegar a Europa, el contraste, hay de todo, la gente está alegre, sonríe. La paz”, recuerda Petrakov.
A lo largo de mayo se han ido sumando a la concentración jugadores desde varios puntos de Ucrania, y otros que militan en clubes de fuera del país. El último en llegar, el portero del Real Madrid Andriy Lunin, después de la final de la Champions de París.
Se dispusieron a preparar su guerra por otros medios, como explica Oleksandr Karavayev, centrocampista del Dinamo de Kiev: “Tenemos que ganar en todos los frentes: en la guerra, en el frente cultural, en el frente deportivo”, dice.
Karavayev pasó los primeros días de la invasión refugiado con su familia en la ciudad deportiva de su equipo. Después, el club sacó del país a su esposa y sus hijos, y él siguió allí hasta la llamada de la selección: “Creo que podemos ayudar más a nuestro país con cosas como esta, saliendo de Ucrania, jugando partidos benéficos, mostrando a todo el mundo lo que sucede en nuestro país”, dice.
Los militares envían desde el frente mensajes por Instagram a los futbolistas para animarlos.
No es solo que lo piensen ellos. Petrakov quiso quedarse en Kiev, pese a que por su edad, 64 años, podría haber salido del país en cualquier momento. Visitó puestos militares en la capital, y también ciudades arrasadas por los rusos como Bucha, y recuerda el mensaje más habitual que le transmitían: “Cuando iba a las trincheras para visitar a los militares, todos me pedían lo mismo. Decían: ‘Mira, os pedimos solo una cosa, que la selección se clasifique para el Mundial’. También tenemos que demostrar que estamos vivos”, explica el seleccionador.
En la concentración de Ucrania estos mensajes se reciben también con mucha frecuencia. A Oleksandr Pikhalyonok, centrocampista del Dnipro, le llegan del máximo responsable del club en el que jugaba hasta que la guerra se llevó por delante la liga ucrania: “Nuestro presidente se ha ido al frente. Nos llama por teléfono, y nos hace videollamadas. Está ahí con los soldados y hablamos con ellos”, dice. “Un chico que antes jugaba en el Karpaty también está en el frente, y a veces nos pide ayuda”.
No es el único que mantiene comunicación con militares en Brdo. Muchos soldados escriben a través de Instagram a los futbolistas, como cuenta Pikhalyonok: “Mucha gente del ejército que no me conoce me escribe ahí. Me dicen: ‘Tenéis que pasar al Mundial, nos va a alegrar”.
Soldados que desde el frente, bajo el tiroteo, envían ánimos a futbolistas que se ejercitan a los pies de los Alpes Julianos, en los campos del Centro Nacional de Fútbol de Brdo, un complejo con hoyos de golf, bosque, lago, cisnes, carruajes de época y aroma de abono fresco. Un paisaje al que acuden a fotografiarse recién casados de tiros largos, y donde el silencio apenas lo rompen el silbido de los buggies eléctricos y el zumbido del dron que graba los entrenamientos de Ucrania.
A Karavayev le impresiona: “Me sorprende qué valentía hay que tener, qué espíritu hay que tener para estar allí en el frente de batalla, en primera línea, defendiendo el país. Y nos mandan mensajes de apoyo a nosotros para que demos resultados positivos al país y les alegremos el día. Siempre están apoyándonos, siempre están con nosotros. Cuando somos nosotros los que tenemos que apoyar”, dice.
Sentimiento de culpa
Las imágenes del dron las escruta más tarde Abraham Campomar, el analista español de la selección de Ucrania, de donde pudo salir en las primeras horas del ataque gracias a su pasaporte. Los ucranios de entre 18 y 60 años no tienen permitido abandonar el país, pero Campomar pudo llegar a Burgos, de donde procede su familia, con una expedición de unas 25 personas, después de un accidentado viaje por carretera: “Tardamos tres días en recorrer 700 kilómetros hasta la frontera”, recuerda. Campomar se crio en Ucrania, adonde se trasladaron sus padres cuando era muy pequeño, y de allí, de Mariupol, es su esposa, allí nacieron sus hijos y de allí son sus amigos. Salir del país, dejar a parte de su gente atrás, le disparó el sentimiento de culpa: “Había una sensación de injusticia, de sentirme raro. Yo sí... ¿Y por qué ellos no? Después pude lidiar con esas emociones, no culparme, sino pensar qué puedo aportar. Cada uno tiene que ayudar en su frente, en lo que puede”.
El frente del fútbol tampoco resulta sencillo. Cuando el seleccionador todavía estaba en Kiev, pasó un mes y medio sin poder ver ni un minuto de un partido. No era capaz de alejarse de las noticias, y cuando salía a pasear al perro, se las recordaban las explosiones de fondo. En el retiro de Eslovenia no lo encuentra mucho más fácil: “Me siento a pensar y siempre llego a la misma pregunta: ¿Por qué yo? ¿Por qué me dieron en agosto la selección y ahora ha empezado la guerra?”, dice resoplando, mirando al techo de la terraza de su habitación. “Pero tengo que ser fuerte. No puedo estar apenado. Tengo que mostrar a los jugadores que hay que tirar para delante”.
En Brdo el fútbol es muy importante, pero ni mucho menos es lo más urgente: “He hablado con cada uno de ellos para preguntarles dónde está su familia, cómo están ahora sus padres, sus madres, sus mujeres, sus hijos... Antes, cuando reinaba la paz, solo hablábamos de fútbol. Pero ahora, por ejemplo, tenemos un masajista cuyo padre estaba en Mariupol, y sigue sin noticias de él. Muchos padres de futbolistas se han alistado en el ejército. Por eso tenemos que entrenar y hablar de fútbol, pero también de esta situación”, explica Petrakov.
El fútbol es una plataforma social y política muy importante.Abraham Campomar, analista de la selección de Ucrania
El seleccionador es consciente de la presión bajo la que viven sus futbolistas, a la que a veces él mismo contribuye, y por eso les dio un par de días de fiesta después de los primeros 17 seguidos encerrados entre la primera planta del Hotel Elegans y los campos de entrenamiento.
También intenta aligerar el ánimo en las sesiones de trabajo, con alguna broma incluso cuando debe comunicar a sus chicos que el siguiente partido amistoso que tenían programado, contra República Democrática del Congo el 26 de mayo, se había suspendido, y ya no volverían a probarse contra un rival 90 minutos hasta el primer partido decisivo, el miércoles contra Escocia. La federación africana fue variando sus exigencias hasta que resultó imposible organizar el encuentro. No era el primer país que les dejaba tirados en la preparación, pero pese a eso, Petrakov logró sacarles unas risas antes de trabajar. Porque de fondo siempre está la guerra.
“No consigo olvidarlo”, dice Karavayev. “No puedes aislarte de esta situación. Esto nos toca a cada uno de nosotros. No puedo dejar de ver las noticias. Estoy muy preocupado porque mis padres se han quedado en Jersón, y Jersón ahora está ocupada por los rusos”.
Mientras, tiene que seguir preparándose para jugar al fútbol, pero para ninguno de ellos es solo jugar, como explica Campomar con un discurso asumido por todos en Brdo: “El fútbol es una fuerza mayor, la oportunidad de mostrar algo más, de representar a todo un país que quiere sentir que vive, que es libre, independiente, que puede luchar por sí mismo por su puesto en el mundo. El fútbol es una plataforma social y política muy importante”, dice. Y Pikhalyonok termina de describir qué significado le dan a lo del miércoles en Glasgow: “Es el partido de fútbol más importante de la historia de Ucrania”, asegura.
Si ganan, el domingo tendrán en la Gales de Gareth Bale el último obstáculo para acceder al Mundial de Qatar. Más tarde les quedan aún tres partidos de la Liga de Naciones, y entonces se disolverá de nuevo esta selección excepcional estacionada en el exilio esloveno. Muchos, como el seleccionador, regresarán a Ucrania pese a la guerra: “Ahí está mi mujer. Mis hijos están en Ucrania. Quiero ir a casa, eso lo tengo seguro. Me gusta mucho mi país, me gusta mucho Kiev, he nacido ahí, he estado toda la vida ahí. Por eso vuelvo a casa”.
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