El fútbol y la diversidad social
Como en un equipo que funciona, hay que aceptar las diferencias de los demás
Una Eurocopa siempre refleja la manera en que decidimos cómo vivir juntos. Hasta ahora, en concreto, para mí han destacado cuatro cosas en este torneo. El 12 de junio fue el día en el que un continente se sintió unido a un jugador de fútbol danés cuando hubo que reanimar a Christian Eriksen sobre el césped. Sus compañeros de equipo, que formaron inmediatamente un círculo a su alrededor, supieron instintivamente la manera de apoyarle en esa estresante situación. Era evidente lo mucho que valoraban su privacidad y protegieron su dignidad durante este momento difícil. Fue un acto enormemente conmovedor para todos.
La solidaridad colectiva de todos los que estaban en el estadio en Copenhague, tanto de los daneses como de los finlandeses, era profunda, incluso para aquellos que temían por Eriksen desde la distancia. El siguiente partido se interrumpió en el minuto 10 en su honor, y todo el mundo le aplaudió, incluidos los rivales y los árbitros. Tras el pitido final, el seleccionador danés, Kasper Hjulmand, y el belga Romelu Lukaku, que le había dedicado su gol a su compañero de equipo en el Inter de Milán en el partido anterior, se abrazaron. No hacía falta oír de qué estaban hablando, pero nos lo podíamos imaginar.
Cuando afortunadamente se salvó a Eriksen, surgieron muchas preguntas: ¿Qué se puede mostrar en televisión y qué no? ¿Qué es informar y dónde empieza el voyerismo? ¿Actuaron de manera responsable los hombres y las mujeres que estaban en la sala de realización y con las cámaras? ¿Y cuándo está permitido y cuándo debería continuar? Estos debates han mostrado la calidad de nuestra comunidad libre. En Europa, diferentes posturas tienen la misma justificación, y aquí se incluyen las posteriores críticas de los daneses al hecho de que se siguiese jugando.
Un gesto político dio pie a un debate internacional. Los equipos de Inglaterra, Gales y Bélgica se han arrodillado antes de sus partidos, y Escocia lo ha hecho una vez. Con este simbolismo del movimiento Black Lives Matter, con el que protestaba al principio contra el racismo el jugador profesional de la NFL Colin Kaepernick, nos recuerdan que todos tenemos los mismos derechos, que esos derechos se violan una y otra vez, y que en todo el mundo se discrimina a las minorías.
Mucha gente saca fuerzas del hecho de excluir a un grupo y de atribuirle rasgos negativos. Es un error, y también es innecesario. No necesito una imagen de un enemigo para reforzar mi identidad; no me vuelvo más fuerte a través de la exclusión, sino a través de la cooperación. A la larga, el éxito en un equipo de fútbol solo puede lograrse si la gente acepta y aprecia las diferencias de los demás. Naturalmente, eso también vale para el rival. Y en fútbol, una falta es una falta, independientemente de quién la haga.
En los últimos años, la selección inglesa se ha enfrentado al racismo en varios partidos fuera de casa. En Bulgaria se hacían sonidos de mono cuando Raheem Sterling tocaba el balón. Ahora, el equipo saca fuerzas al arrodillarse. Gareth Southgate ha explicado el significado en una carta abierta al país. “Es su deber”, escribe el seleccionador inglés refiriéndose a sus jugadores, “seguir interactuando con la gente en temas como la igualdad, la inclusividad y la injusticia racial”.
El gesto se ha criticado y se ha denostado en algunos lugares. Los políticos conservadores ingleses lo han rechazado, se ha abucheado a los belgas arrodillados en los estadios de Budapest y San Petersburgo, y los dirigentes del fútbol lo han llamado “populismo”. Pero el símbolo está muy consolidado en los deportes de equipo. Es una señal potente que todo el mundo entiende al tratar con otras identidades. Es una declaración conjunta importante de que el color de la piel da igual. También tranquiliza internamente a cada persona en cuanto a con quién está dispuesto o dispuesta a crear vínculos. Por tanto, el gesto no puede ser populista.
Otro símbolo de diversidad ha atraído mucha atención en Europa, especialmente en Alemania. El alcalde de la ciudad de Múnich quería iluminar el estadio con los colores del arcoíris el día del partido entre Alemania y Hungría para enviar una señal contra la homofobia y la legislación húngara. La UEFA se negó porque el mensaje se dirigía directamente contra una decisión del Parlamento y, por tanto, incumplía el requisito de neutralidad política de la asociación. Esta prohibición ha suscitado muchas críticas, desde la comunidad LGBTIQ hasta los partidos conservadores. En respuesta, los gestores de otros estadios de Alemania iluminaron con colores vistosos sus campos esa noche en solidaridad con las minorías sexuales oprimidas.
Por último, Europa todavía se enfrenta al reto que supone para todos nosotros el coronavirus, esta vez en su variante Delta. ¿Cómo puede organizarse el torneo de manera responsable? ¿Cómo se ayudan los distintos países entre ellos? El virus no se detiene en ninguna de las fronteras sino solo con decisiones sensatas, y estas, sobre todo en el plano internacional, no siempre están exentas de conflicto.
El caso Eriksen ha mostrado en qué consiste la solidaridad. Así es como mejor funciona la civilización. El equipo danés actúa ahora más que nunca como un colectivo, y la conexión con sus compatriotas se ha fortalecido visiblemente. Pero su sentido de la comunidad no se dirige contra nadie. Y los rivales de los daneses empatizan con ellos.
Naturalmente, la Eurocopa proporciona un montón de diversión, y también disfrutamos de otros grandes equipos. Pero si no funciona, no funciona. “Después de mí, el diluvio”. Esa sería la señal equivocada. Semana tras semana, día tras día, hay que analizar las cifras de la incidencia y otros criterios. El lugar donde se celebrará la final, tanto si es Londres como otra ciudad, como se baraja, es lo de menos. La respuesta solo puede ser: donde sea seguro.
Todos los países han sufrido el virus, unos antes y otros después, y unos menos y otros más. “La salud pública debe ser una prioridad”, afirma Boris Johnson. En Moscú, se ha cerrado la zona para los aficionados. Por supuesto, está claro que no se aplican las mismas reglas en todas partes. La Eurocopa 2021 nos muestra que Europa tiene diferentes condiciones y que hasta un campeonato de fútbol exige una constante negociación. Y así es como debe ser en una democracia.
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