Sterling no quiere dejar el barrio
El jugador del City, que creció junto a Wembley, apela a la calma ante las críticas
La primera vez que Paul Lawrence vio jugar a Raheem Sterling, el estadio de Wembley apenas era una ilusión entre excavadoras y unos dibujos de Norman Foster. Sterling tenía ocho años y su hermana llevaba semanas insistiendo a Lawrence en que debía ver lo que hacía con la pelota. Hasta que el entrenador del colegio Copland, hoy Ark Elvin Academy, accedió y lo echó al campo con sus niños de 11 y 12 años. “Este chico es alucinante”, pensé. “Impresionante”, recuerda Lawrence, de 61 años, en el mismo campo que ahora, 18 años después, es de césped artificial. “Entró sin ningún miedo a jugar con esos niños mayores, empezó a regatearlos a todos, a marcar goles. Fue alucinante”.
Cualquier punto de ese campo del colegio de secundaria al que luego asistió Sterling entre los 11 y los 16 está dominado por la mole y el arco de Wembley. Como también cualquier rincón del barrio en el que se crio el futbolista del City. “Hasta hace un par de años, la vista era aún más limpia, porque no estaban esos apartamentos”, dice Lawrence.
El futbolista creció mientras se levantaba el estadio, que terminó de construirse en 2007, y en el que el pasado 13 de junio, contra Croacia, marcó su primer gol con la camiseta de Inglaterra en un gran torneo. “En mi patio trasero”, dijo nada más terminar.
Esa tarde, Sterling fue un chico feliz, como toda Inglaterra, que había ganado por primera vez en su estreno en una Eurocopa. Sin embargo, cinco días después, solo pudieron empatar contra Escocia (0-0), y la tensión exterior y las críticas comenzaron a sacudir al equipo de Gareth Southgate, y eso que todavía pueden terminar primeros de grupo si ganan este miércoles a la República Checa, de nuevo en Wembley (21.00, Telecinco). El primer puesto permitiría además a Inglaterra jugar su cruce de octavos, y la semifinal y la final, en el mismo estadio, el patio de Sterling, que fue el jugador que la federación escogió para tratar de calmar los ánimos de la nación el pasado domingo por la tarde. El departamento de comunicación organizó un reducido encuentro de periodistas locales con el futbolista, el más experimentado (63 internacionalidades, 15 goles), el que marca el ánimo del grupo, según quienes conocen las dinámicas internas de la selección.
Sterling ya pasó personalmente por un bache similar en la Eurocopa de 2016. Después del estreno contra Rusia, le cayó un chaparrón de críticas que entró a discutir en las redes sociales. “Soy el más odiado”, se quejaba. Entonces aprendió una lección que le ha conducido a un camino muy distinto esta vez. Todas las noches, antes de dormir, dedica un rato a meditar. “Para estar en un buen sitio”, explicó en el podcast oficial de la federación. Cinco años más tarde, el futbolista es la voz de la calma en medio de una tormenta creciente: “No es el fin del mundo. Los chicos todavía sonríen y están felices. Me da la impresión de que hay un poco de sobrerreacción. Parece que hay más pánico fuera que dentro del edificio. No veo a nadie en la concentración que sienta presión. Lo mejor que podemos hacer es centrarnos en el campo. No deberíamos estar mirando lo que dicen los periódicos”, dijo al reducido grupo de firmas inglesas.
Subrayó, además, que quieren ganar este miércoles, pese a algunas especulaciones que se han extendido en los últimos días de que les convendría más ser segundos de grupo y eludir el cruce con Alemania, Francia o Portugal. “Hay siempre una ventaja al jugar en casa”, dijo. Para él, Wembley es más casa que para nadie, como recuerda muy sonriente Lawrence, que fue su entrenador del colegio entre los 11 y los 16 años.
“Se lo puede imaginar subiendo por esta calle con la pelota, viendo cómo se iba levantando Wembley allí al fondo”, dice. En otro de los cruces, Lawrence vuelve a detenerse: “O aquí. A veces cuando yo volvía en coche a casa, me lo encontraba ahí, jugando con la pelota contra este murete, vestido con la ropa del Queens Park Rangers, esperando a que lo recogieran los padres de algún compañero para llevarlo al entrenamiento”. Además de en el colegio, jugaba en la cantera del QPR. “Siempre quería entrenar más. Llegaba el primero, me ayudaba a recoger las cosas… Y si los compañeros se distraían y nos hacían perder el tiempo, se enfadaba”, cuenta Lawrence, para quien el gol de Sterling contra Croacia fue casi tan liberador como para el futbolista. “Él siempre decía que marcaría en Wembley. Me emocioné muchísimo. Casi me pongo a llorar”.
Al día siguiente del partido, The Times publicó un mapa que mostraba la distancia exacta entre el punto desde el que el futbolista del City chutó y la casa donde creció: 523 yardas (478 metros). Sterling, que luce en el antebrazo izquierdo un tatuaje de un niño de espaldas con Wembley al fondo, no quiere dejar el barrio.
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