El hijo del pastelero que golea en la Eurocopa
El checo Patrik Schick, que fracasó en la Roma pese a ser el fichaje más caro de Monchi, lidera la tabla de anotadores junto a Cristiano
Los padres del delantero checo Patrik Schick son pasteleros en Praga, pero él nunca quiso saber nada de dulces. Tampoco le gustaba mucho que fueran a verle jugar de pequeño, sobre todo su progenitor, que no paraba de hacer gestos de contrariedad tras cada fallo suyo sobre el campo. La situación le desestabilizaba tanto que un día explotó. “Tenía 12 años, era jugador del Sparta y estábamos en un torneo. Mi padre no dejaba de mover la cabeza y, cuando finalmente me gritó, no pude aguantar más, me giré hacia él y le saqué el dedo”, recordaba en 2017 en una revista de su país, Reportér. “¿Quién está jugando al fútbol aquí? ¿Él o yo? Mi padre nunca más volvió a hacerlo”, zanjó.
Aquel chico con carácter tiene hoy 25 años, es un tallo de 1,87 y se ha convertido, de momento, en el máximo goleador de la Eurocopa, con tres tantos, igual que Cristiano Ronaldo. La producción en estas dos primeras jornadas ha colocado a su selección con cuatro puntos, segunda de grupo tras Inglaterra, con la que se enfrenta este martes (21.00, Telecinco), y por delante de Croacia y Escocia, que suman uno y se cruzan a la misma hora (Be Mad). Las suyas tampoco han sido dianas cualquiera: a los balcánicos les castigó de penalti con la nariz ensangrentada por un codazo de Lovren del que se chivó el VAR y el 0-2 a Escocia lo embocó desde la distancia más lejana (45,5 metros) de la que hay registros. “Lo había estudiado antes. Sabía que su portero se quedaba muy arriba, así que, cuando el balón iba hacia mí, lo miré y tiré”, explicó después para desmentir la teoría de la casualidad.
Las grandes citas encumbran equipos y jugadores, aplastan a otros, y sirven también de pasarela para futbolistas que en los periodos de entreguerras no trascienden más allá de su ecosistema. Patrik Schick es un ejemplo de ello. De él dijo Monchi, cuando lo fichó en 2017 para la Roma, que era “quizás la operación de la que se sentía más orgulloso y satisfecho” en toda su trayectoria como director deportivo. 42 millones le costó, la cifra más alta bajo su mandato. Sin embargo, en el Olímpico no cuajó: apenas ocho goles en dos temporadas, muy a la sombra de Edin Dzeko.
A la Roma, en realidad, había caído de rebote. La Juventus lo había apalabrado con la Sampdoria por 30 millones, pero las pruebas médicas le detectaron un pequeño problema en el corazón que deshizo el fichaje. Schick era una apuesta bianconera tras despuntar en la Samp, un equipo en el que el técnico (Marco Giampaolo) lo recibió en el primer entrenamiento con la frase desmoralizante de “¿Cómo te llamas?” y donde metió 13 goles pese ser titular solo en 14 encuentros de la Serie A. La reivindicación y la furia se alternaron a partes iguales esa temporada en Génova. Fueron varios los días de frustración, según reconoció luego el jugador, en los que llegaba a casa, se encerraba de morros en su habitación y llamaba a su gente de Praga para vomitar la rabia. No obstante, llamó la atención lo suficiente para que la Juve, a través de un telefonazo de su compatriota Pavel Nedved, intentara sin éxito comprarle.
Abortada su llegada a Turín por asuntos de salud y cerrada su etapa en Roma por rendimiento insuficiente, ahora Patrik Schick conjuga el alemán. Y, sin estridencias, lo hace mejor que el italiano. En 2019 se marchó cedido al Leipzig, donde se apuntó 10 tantos, y hace un año el Leverkusen pagó 26,5 millones por él, con una aportación en la primera temporada de 13 dianas. La Eurocopa ha dulcificado su carrera.
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