Nuestros pensionistas, nuestras mujeres...
Ese adjetivo posesivo pretende ser amable, pero quizás lleva consigo una connotación incómoda para esos grupos


Expresiones como “nuestros pensionistas”, “nuestros mayores”, “nuestras mujeres”, “nuestros jóvenes”… aparecen con frecuencia en el lenguaje público. Ese adjetivo posesivo pretende ser amable, y como tal ha de acogerse; pero quizás lleva consigo una connotación incómoda para quienes son mencionados con él. Aunque implica acercar a los grupos referidos, finalmente los excluye del sujeto gramatical y los convierte en un ellos. De ese modo, el político de turno se presenta como parte de una colectividad hablante que a su vez posee a otros sobre los que en ese momento se dice algo, pero no como miembros del colectivo principal sino como circunstancia añadida. “Nuestros” evoca un grupo en el que el personaje público se encuadra... y a la vez otro grupo distinto que constituyen aquellos a quienes se refiere el sustantivo que lo acompaña (“nuestros mayores”...). Así que este segundo grupo no contiene a quien habla. Y a su vez el grupo del portavoz excluye de sí a las personas incluidas en el ajeno.
Quien dice “no podemos fallarles a nuestros hijos” no se está expresando en nombre de los hijos, sino en nombre de los padres. Del mismo modo, quien afirma “debemos defender los derechos de nuestros pensionistas” está dando por supuesto, al menos en esa frase, que los pensionistas no forman parte del grupo que los defiende, y que por tanto no se defienden a sí mismos. En cambio, la oración “hay que defender los derechos de los pensionistas”, con un artículo en lugar del posesivo, sí puede ponerse en la boca de cualquier jubilado.
En la Ponencia marco presentada al último congreso del PSOE (noviembre de 2024) se leía: “Hubo un tiempo en el que al Partido Socialista le bastaba con importar ideas de fuera [claro, no las van a importar de dentro]. Nuestras personas mayores estudiaban con admiración las políticas que aplicaban los gobiernos socialdemócratas de Centroeuropa y Escandinavia (...). Hoy, las tornas han cambiado”.
Leyendo eso, se aprecia con claridad que quien así escribió muestra al grupo de personas mayores como una colectividad ajena a la representada por él.
Aquella ponencia contenía además las expresiones “nuestras y nuestros jóvenes”, “nuestros y nuestras pensionistas”, “nuestros y nuestras militantes”, “nuestros hijos” “nuestros padres” (en ambos casos sin duplicación) y “nuestros niños y niñas”. ¿A quién imaginamos como artífice de un texto así?: A quien no es joven, ni pensionista, ni militante, ni hijo, ni padre ni madre, pero habla por todos ellos.
Estos posesivos paternalistas suenan peor aún en la expresión “nuestras mujeres”, pues conduce a deducir la idea de un sujeto emisor formado por varones que se manifiestan como tales pese a hablar en nombre del conjunto. Si el Ayuntamiento de Suances (Cantabria) pone en marcha año tras año –con toda su buena voluntad– la campaña Nuestras mujeres cuentan, eso solamente se puede entender como una iniciativa masculina, en la cual las mujeres aparecen en calidad de beneficiarias y no como impulsoras. Sin embargo, la campaña nace de su Concejalía de Mujer, paradójicamente. Pero una cosa es la realidad y otra escoger las palabras adecuadas para reflejarla.
Resulta curioso: rara vez oiremos a una dirigente política hablar de “nuestros varones” o “nuestros hombres”, ni al portavoz de una asociación de pensionistas decir “nuestros cotizantes”. Esa es seguramente la prueba de la asimetría sospechosa que produce el uso de los adjetivos posesivos en el discurso público.
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