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Ciclismo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El deporte es política: la Vuelta al origen

Uno de los que mejor lo ha entendido ha sido Vingegaard, el campeón. Más campeón por su actitud y su humanidad al entender que los que protestaban lo hacían por una razón

El danés Jonas Vingegaard (Visma), ganador de la Vuelta, antes de la salida de la última etapa entre Alalpardo y Madrid.
Paco Cerdà

El deporte moderno surgió para sublimar la guerra cuando el mundo aún se movía al son de las guerras entre naciones. Ganar, perder, luchar, odiar al rival, enardecer a las masas, gritar el himno, agitar la bandera: mismo esquema mental con menos sangre en la trinchera. Luego, cuando los Estados abandonaron la manija del mundo y se la cedieron al capital, el deporte posmoderno se alineó con las necesidades del capitalismo global. Ese fue el nuevo destino del deporte profesional: quedar reducido a un objeto de consumo. Viejas camisetas de fútbol manchadas con el patrocinio de dictaduras y casas de apuestas. Mundiales de fútbol disputados en el desierto de Qatar. Supercopas españolas impregnadas con el tufo de petrodólares negrísimos a 6.000 kilómetros de las aficiones.

La épica homérica del citius, altius, fortius, ese cuento que tanto nos embelesa a los románticos que nos ponemos con gusto hipócrita la venda infantil delante de los ojos, solo cuenta si puede ser traducida a dinero. Desde el vuelo de Air Jordan con sus Nike hasta los anuncios en cascada de esa marca andante y de tan triste figura llamada Lamine Yamal.

Bien. Jonas Vingegaard ganó ayer la Vuelta más famosa desde los tiempos de Rominger e Indurain, con aquellos Lagos de Covadonga emergiendo entre las brumas y los gritos de José María García. Nunca antes, en sus noventa ediciones, había alcanzado mayor eco social e internacional. Algunos habían intentado dar pátina de normalidad a la presencia del equipo Israel-Premier Tech, que ya había corrido sin percances el Giro y el Tour. No hay que mezclar el deporte con la política, repetían como un mantra. Pero desde la quinta etapa, la política bloqueó el paso a la carrera. La política fue contundente en Bilbao y no permitió que hubiera un ganador de etapa. Y después la política no dejó que el pelotón subiera al Angliru. Y la política saltó las vallas y, enzarzada con la Guardia Civil, terminó derribando a dos pobres ciclistas camino a Lugo. Y luego obligó a acortar la contrarreloj individual. Y este domingo no dejó que la Vuelta llegase a Madrid y que un hombre fuese coronado en loor de marcas y multitudes.

Todo eso ha hecho la política. Y uno de los que mejor lo ha entendido ha sido Vingegaard, el campeón. Más campeón por su actitud y su humanidad. Hace una semana declaró que la gente que protestaba —la política no es etérea: tiene garganta, puño y pies— lo hacía por una razón. Dijo que era terrible lo que estaba pasando y que, quizás, aquellos que protestaban querían tener una voz. El corredor danés ha vencido atacando en las rampas de cemento de la Bola del Mundo y encima ha dado una lección. Mayor que la de sus dos Tours.

El deporte, aunque parecía ya olvidado, es política. La política, aunque quieren que se olvide, es ante todo humanidad. Es el puño negro de John Carlos en México ’68. Es la mirada de Jesse Owens al ganarle a Hitler su olimpiada nazi en 1936. Es bajarse de una bicicleta o hacerla parar en 2025. Aún queda la sed.

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