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La Vuelta y la hora decisiva en la Gran Vía

Lo que debía ser un escaparate global del ciclismo acabó convertido en un escenario incómodo para Europa y para España por lo que tiene de golpe a las conciencias

Protestas durante la Vuelta a España a su paso por Cibeles.
Manuel Jabois

A la misma hora en que tenían que estar corriendo los ciclistas por la Gran Vía de Madrid, etapa final de la Vuelta a España, la carretera está ocupada, en medio de una extraña paz, por gente que esquiva vallas tiradas al suelo minutos antes. Los disturbios, entre botes de humo, porrazos y carreras, duraron poco.

Es curiosa la muchedumbre y su manera fulminante de conducirse. La zona de Callao, frente al Palacio de Prensa, estaba hace un momento repleta de manifestantes con banderas palestinas alineados y tranquilos. Policía de un lado a otro y helicópteros sobrevolando el centro de Madrid. Doble valla para el público. Moe el tubero (Jorge, un muchacho alicantino de 36 años), hace música con sus tubos en el cruce con Preciados, un grupo de gente lo rodea admirada. En los Cines Callao, entre las multitudes propalestinas que han elegido ese lugar como punto caliente (ahí empezarán los disturbios en la calle), dos chicas arregladas tientan al público para que entren en un show llamado Ibiza Paradise, de Nacho Cano, que narra la historia de dos jóvenes hippies americanos que se ven atrapados en uno de los momentos más icónicos de la historia moderna: las protestas pacíficas contra la guerra de Vietnam que tuvieron lugar en San Francisco. Y, en la calle paralela, las terrazas de Preciados están llenas de turistas ajenos a lo que ocurre a veinte metros. Salvo una chica que enseña el móvil en la mesa con las imágenes en directo de la multitud saltando las vallas y ocupando la carretera; la gente de esa mesa tiene que doblar la esquina para verlo en directo, pero prefiere echar un vistazo al móvil y seguir con las cervezas.

Ni tanquetas, ni decenas de furgones cruzando con las sirenas encendidas las calles más transitadas de Madrid, ni policía montada, ni antidisturbios: cuando es una mayoría la que desborda, no la para ni la violencia, que la hubo. En cuestión de pocos minutos la Vuelta quedaba sentenciada por la ocupación del circuito con el que se clausuraba la carrera entre cánticos (“No es una guerra, es un genocidio”, “Israel asesina, la Vuelta patrocina”). A la altura de Gran Vía con Valverde, dos hombres mayores se enzarzan en una discusión. Uno la zanja violentamente dándose la vuelta y siguiendo su camino, calle arriba: “¡Es un gobierno de asquerosos!”. Llegando a Alcalá, un padre con su hijo, que va con un maillot de ciclista, se encara con unos manifestantes: “Iros a vivir a Palestina, donde machacan a las mujeres y a los homosexuales”. Uno de esos manifestantes, Javier, un madrileño de 30 años que lleva en Gran Vía desde las tres de la tarde, dice a este periódico después de ver marcharse al niño del maillot: “Es injusto para los ciclistas y para los aficionados, claro, pero nada comparado con lo que está pasando en Gaza, y de alguna manera hay que visibilizarlo. Ya está bien. Es una masacre, es un genocidio. Que ese padre le explique a su hijo al llegar a casa lo que pasa con los niños en Palestina, por qué están tristes ellos”.

En la parada de metro del Banco de España, una agente de Policía se sube a un bordillo y graba con su móvil a los manifestantes cantando. Del metro salen un par de chicos con camisetas antiguas del Real Murcia, uno de ellos dice riendo: “Pero qué es eso de que la Vuelta patrocina a Israel”. En ese momento la organización, que ha instalado en Cibeles el podio, pincha Si antes te hubiera conocido, de Karol G, y la letra se mezcla con los cánticos de denuncia. El 7 de octubre de 2023, los terroristas palestinos de Hamás mataron a 1.200 víctimas israelíes y secuestraron a 251. La reacción de Israel se ha saldado, según cifras de UNICEF, en 14.500 niños asesinados en Gaza (unos 23.000 heridos) y 64.000 palestinos muertos, además de la destrucción de ciudades, asesinatos de trabajadores humanitarios y periodistas, y bloqueo de alimentos y medicamentos. La Vuelta a España, un espectáculo deportivo global (una de las tres grandes carreras ciclistas de tres semanas en el mundo), fue elegida por manifestantes propalestinos para denunciar al mundo lo que muchos expertos, no hay unanimidad, califican como genocidio. ¿La razón? La presencia de un equipo, el Israel-Premier Tech, propiedad de un magnate israelí que apoya la política de exterminio de Netanyahu. “La culpa”, dice una mujer de Barcelona acompañada de dos amigas, “es de quien permite competir a un equipo que solo pretende blanquear el genocidio con su presencia y decir que nada pasa. Pues pasa y mucho, y estamos orgullosas de señalarlo y denunciarlo, y de que se pare la carrera y se entere todo el mundo”.

La noticia de la cancelación de la etapa corre como la pólvora en los móviles de la gente. Algunos se abrazan. Hay gente en la Gran Vía sacando las varillas de la publicidad de Plenitude de las vallas tiradas en la carretera. La escena es insólita: la Gran Vía, que iba a ser un escaparate deportivo retransmitido a todo el planeta, se convierte en plató de otra carrera distinta, una que trasciende el deporte y lo utiliza como herramienta política de primer orden. Los cánticos continúan, la gente tira fotos al gran cartel desplegado en lo alto del Círculo de Bellas Artes (“Desde el río hasta el mar, Palestina vencerá”) y en los cafés la gente no se da por interpelada. Madrid, que esperaba sofocada la liturgia de la Vuelta, asiste en directo a otra liturgia inesperada: la de un pueblo que grita por otro pueblo. Lo que debía ser un escaparate global del ciclismo acabó convertido en un escenario incómodo para Europa y para España por lo que tiene de golpe a las conciencias: la Vuelta a España interrumpida en su última etapa, las calles de Madrid atestadas de policía y tomadas por voces que no aceptan el silencio sobre Gaza. Un recordatorio brutal de que el espectáculo no siempre puede continuar.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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