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Philipsen gana en Nîmes e iguala las tres etapas en este Tour de Francia del caído Girmay

Tadej Pogacar continúa líder a falta de la traca final alpina y la contrarreloj en las colinas de Niza en el Tour más rápido de la historia

Philipsen Tour de Francia
Jasper Philipsen de Deceuninck celebra la etapa ganadoraMolly Darlington (REUTERS)
Carlos Arribas

El día de descanso oficial, el lunes, lo utilizaron para llorar, para sacar pecho, para sentirse superhombres porque el domingo hicieron entre cinco y seis horas a tope en lo que consideran la etapa más dura de su vida. Y se quitan los maillots y enseñan las costillas, que se pueden contar bajo la piel. Ay, la fatiga que nos consume, claman.

El segundo, el martes que se tomaron, pasó casi nada hasta que a kilómetro y medio de la llegada, en una rotonda en Nîmes, Biniam Girmay tropezó con una valla y se cayó. Su ausencia dio ligar al sprint más previsible de la historia. Con el pelotón roto lo disputaron una docena de corredores, tres de ellos del Alpecin, que se reparten la faena. Uno, Robbe Ghys, pone la mesa, y otro, Mathieu van der Poel, deja la victoria en bandeja al tercero, su amigo Jasper Philipsen. Es la tercera victoria del sprinter belga, las mismas que Girmay, el eritreo que proclama la nueva globalidad ciclística y que aún mantiene el maillot verde de líder de la regularidad con 32 puntos de ventaja sobre Philipsen. Dado que al Tour le queda poco más que la traca final alpina, que no hay París y que y se supone que ya no habrá más sprints por la victoria de etapa, el verde se jugará entre ambos, los más veloces del Tour más veloz, en los sprints intermedios de las cuatro etapas en línea que restan. “Para ser sincero, es una tarea casi imposible”, reconoce Philipsen, que en 2023 ganó cuatro etapas y acabó de verde. “Me doy un 5% de posibilidades de ganarlo este año”.

En Provenza, tejas de cerámica, chicharra de cigarras, solo y moscas, Magnus Cort Nielsen, un guiri danés, se tiñe el bigote, un brochazo negro, para no parecer tan turista, para mimetizarse con los locales preparados para la canícula, petanca, pastís de niebla, plátanos de sombra junto al canal, que ven pasar el Tour y bostezan. Brisilla del noroeste, sol de plomo, precisa por la tele francesa Laurent Jalabert. Habrá sprint, anuncia. Son las 15.30. Quedan aún 110 kilómetros de marcha en pelotón que busca la sombra, sin viento, sin sobresaltos, sin fugas. 33 grados en Nîmes y la típica humedad nimeña, sofocante, que empapa las piedras viejas del anfiteatro romano. 48 horas después de la etapa pirenaica, la de Plateau de Beille, que, con sus resultados a la antigua, tanta diferencia entre primero y segundo, y demás, consagró apoteósicamente el triunfo del ciclismo nuevo, el pelotón decide reposarse un poco.

Una escapada de broma de un hombre solo, Thomas Gachignard, que se ríe de las convenciones, combativo del día por ello, y sprints frenéticos por las cunetas para agarrar botellines y comida cada 20 kilómetros. Pese al sopor, se rueda rápido, a 45 de media, como si en el nuevo ciclismo –llantas perfiladas, ruedas aero, neumáticos aerodinámicos, manillares en 3D, grafeno en las cadenas, cerámica en los rodamientos, combinaciones de contrarreloj los días de llano, atletas mejor preparados que nunca a los pedales, asfalto más refinado—el pelotón no supiera ir despacio aunque lo intentara. La velocidad es la madre del espectáculo, la muerte de la épica de la resistencia, el ciclista como corredor de fondo. La brevedad. Un Tour de hace 50 años, cuando Eddy Merckx y Luis Ocaña se daban a muerte, no bajaba de 4.000 kilómetros y de 120 horas de esfuerzo a los pedales. La tecnología era los cuadros de Marotías o Massi que Ocaña aligeraba con piezas de titanio que sus amigos mecánicos de Bayona sisaban de los talleres del Airbus de Toulouse y platos y manetas convertidos en quesos de Gruyère agujereado con el taladro. La media del Tour del 73, el que ganó, se quedó en poco más de 33 kilómetros por hora. 4.090 kilómetros en 122 horas y media, más de 6 horas por etapa. El Tour de 2022, el más rápido de la historia, el único en el que el ganador, y fue Jonas Vingegaard, llegó a 42 kilómetros por hora de media, fue uno de los más cortos en longitud (3.348 kilómetros, a 159 kilómetros el día) y el más breve, el único que no llegó a 80 horas (79h 33m, a 3h 47m por etapa). Disputadas 16 etapas del Tour de 2024, poco más de 2.800 kilómetros (66 horas y siete minutos), y a falta solo de 668 kilómetros por recorrer, la media del primero, Tadej Pogacar, se acerca a los 43 kilómetros a la hora (42,779 exactamente). El Tour en el que más récords de ascensión se han batido, lleva camino también de ser el más rápido y el más corto de la historia, símbolo de los tiempos de brevedad intensa que gozamos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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