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La épica de los forzados y la lírica de los esforzados del Tour de Francia

La ‘grande boucle’ propone en la novena etapa, este domingo, 32 kilómetros de caminos entre viñedos para revivir el ciclismo de otro tiempo

Tour de Francia
Soler y Sivakov guían a Pogacar y Almeida entre campos de centeno en la etapa del sábado.Stephane Mahe (REUTERS)
Carlos Arribas

Sin embargo, para ellos, para los ciclistas que se quieren libres y valientes, lo más importante es que no se les considere forzados, penados, sino esforzados, valientes, audaces, y 100 años después su orgullo es el mismo, y su valor, que el que denunciando su condición de forçats (convictos, condenados a trabajos forzados) hacen brillar los hermanos Pélissier, Francis y Henri, ante la pluma del reportero Albert Londres, que no se pierde una palabra de lo que oye, de lo que le cuentan los dos ciclistas franceses que acaban de abandonar la carrera en Coutances, en Normandía, nada más comenzar en Cherburgo la tercera etapa del Tour de Francia de 1924.

No son ciclistas del montón. Son los reyes, los más envidiados. Henri, el hermano mayor, portaba el dorsal número 1, privilegio de ganador del Tour de Francia del año anterior, 1923. Eran las estrellas de Francia. Son soldados obedientes. Lo dan todo, el sudor y la sangre herida cuando caen sobre asfalto ardiente.

Londres, el periodista francés más famoso de la década, reportero estrella de Le Petit Parisien, periódico que vendía millón y medio de ejemplares diarios, escribe rápido en su cuaderno, alimenta su imaginación y da textura literaria a las palabras de los corredores, que cuando lo leen le dicen: has expresado mucho mejor que nosotros lo que pensamos de verdad.

“—¿Un impulso repentino?

—No —dijo Henri—. Pero no somos perros...

—¿Qué ha pasado?

—¡Una cuestión de botas, o más bien una cuestión de camisas! Esta mañana, en Cherburgo, un comisario se me acercó y, sin decir nada, me subió la camisa. Se estaba asegurando de que no llevaba dos camisas. ¿Qué dirías si te levantara la chaqueta para ver si llevas una camisa blanca? No me gustan ese tipo de cosas.

—¿Qué le importaba que tuvieras dos camisas?

—Podría tener quince, pero no se me permite salir con dos y llegar con una.

—¿Por qué no?

—Son las normas. No sólo tienes que correr como un demonio, tienes que congelarte o asfixiarte. Dicen que eso también forma parte del deporte.

De su bolsa saca una ampolla:

—Esto es cocaína para los ojos, esto es cloroformo para las encías...

Me llamo Pélissier, ¡no Azor [típico nombre de perro]! Tengo un periódico en el estómago, me fui con él, tengo que traerlo conmigo. ¡Si lo tiro, me sancionarán! Cuando nos estemos muriendo de sed, antes de entregar nuestro bidón al agua que fluye, tenemos que asegurarnos de que no es alguien que está a cincuenta metros quien la bombea. De lo contrario, serás penalizado. Para beber, ¡tienes que bombearla tú mismo! Llegará el día en que nos pondrán plomo en los bolsillos, porque pensarán que Dios hizo al hombre demasiado ligero. Si seguimos así, pronto no habrá más que “vagabundos” y no habrá más artistas. El deporte se está volviendo loco...”

Estas líneas están extraídas del famoso libro Les Forçats de la Route (Los forzados de la ruta), que recoge las crónicas del Tour de 1924 escritas por Londres, genio del reportaje largo de denuncia social. El más doloroso de los que escribió, fue Au Bagne (En el presidio), sobre la colonia penal de Saint-Laurent, Cayena, en la Guayana Francesa. En él describía las despreciables condiciones en que vivían los forçats, convictos condenados a trabajos forzados. El paralelismo con los ciclistas era tan fácil, y tan ridículo a la vez, que Londres nunca usó la palabra forçats para referirse a ellos. Fue otro periodista, Henri Decoin, quien acuñó la expresión: “Con sus números en la espalda [se refería a los dorsales, que en aquella época eran gigantescos], parecen los convictos de Albert Londres”.

La épica es literatura, un barniz de comercial de titulares. Los ciclistas ya no son forzados, sino esforzados, valientes, animosos, alentados, de gran corazón y espíritu. Deportistas de alto rendimiento y ciencia a los que el Tour les ofrece anualmente las piedras de la Roubaix para que se sientan prehistóricos Pélissiers, pioneros del pedal, y la afición lo goza, y, un siglo después, en la etapa de este domingo, alrededor de Troyes, un pellizco de caminos como los que se recorrían entonces —14 sectores, 32,2 kilómetros en total, repartidos a lo largo de los 199 kilómetros de la etapa—, pero en un entorno más chic, entre los viñedos de champagne de Bar y de Aube, chardonnay que está de moda.

No lo harán tampoco en hierros sino en bicis atómicas, ligeras, ligeras, cambios electrónicos, neumáticos de 30 o 32 milímetros de sección hinchados a siete bares de presión (más de siete kilos por centímetro cuadrado) y un ejército de auxiliares en las cunetas con ruedas de repuesto, bebida, comida, aliento. Oier Lazkano, el español con más estilo para el recorrido, rehúye una declaración: “Ya veremos”. Tadej Pogacar, especialista de los caminos blancos toscanos, no muy parecidos, saluda feliz la ocurrencia, una diversión que le libera de las estresantes etapas en las que no pasa nada; Remco Evenepoel, el más torpe sobre la bici, dice no temerla porque no hay tramos en cuesta exagerada, y los demás sencillamente piensan en organizar la logística para que una caída o una avería no les deje fuera de combate.

La afición, claro, aplaude, pues no está nada mal pasar de vez en cuando de la épica de los forzados a la lírica de los esforzados.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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