La escuela de calor del Tour de Francia: entrenamientos a 40 grados y ciclistas vestidos con monos de pintores para aclimatarse
Ejercicios en rodillo a altas temperaturas han servido a algunos participantes de la carrera francesa para aclimatarse al calor de la primera etapa, además de aumentar sus valores hematológicos como si estuvieran en altitud
Si una tarde de este junio un viajero hubiera entrado en una de las casas en los Alpes en las que el UAE se preparaba para el Tour, quizás se habría encontrado a media docena de personas vestidas con monos de pintores pedaleando suavemente en bicicletas estáticas en una sala en la que varios calefactores a plena potencia calentaban a 40 grados. Eran los ciclistas del equipo, con Tadej Pogacar al frente, durante una sesión de aclimatación al calor. La escuela de calor es el grito más de moda en la permanente búsqueda del mejor entrenamiento posible para enfrentarse con las mejores armas a la carrera más dura.
“Con el calor el rendimiento disminuye porque al descender el volumen plasmático con la sudoración para enfriar el cuerpo, se reduce el flujo sanguíneo a los músculos y también se ve afectado el sistema nervioso, pues el cerebro se sobresalta por la percepción exagerada de esfuerzo y disminuye su actividad para salvaguardar su energía”, explica Pedro Valenzuela, doctor en Ciencias de la Salud e investigador en el Hospital 12 de Octubre, de Madrid, quien hace dos años participó en una investigación que concluyó que entre 10 y 25 grados la mayoría de los ciclistas alcanzan sus mayores valores de rendimiento. “Nos basamos en los datos de valores medios de potencia máxima (MMP) de más de 70 ciclistas profesionales a lo largo de ocho años tanto en entrenamientos como en competición, y observamos un deterioro del rendimiento a temperaturas más frías (-18% a 5º) y más cálidas (-9% a 35º). Los valores más altos, en efecto, se alcanzaban entre 10º y 25º”.
Las previsiones meteorológicas alertan del Tour más caluroso de la historia, más calor aún que el de 2003, el de la canícula mortal en Francia. En la salida de Florencia al mediodía, el termómetro marcaba 33 grados, y en la meta de Rimini, en la costa adriática, y las tumbonas en las playas abarrotadas, seis horas después, se mantenía por encima de 30. Y si al calor propio se suma la temperatura ambiente de los veranos ya tórridos del cambio climático la diferencia entre resistir o morir radica en la aclimatación.
La mejor forma de lograr que el calor no influya en el rendimiento son los entrenamientos de calor. “Con tres sesiones semanales de rodajes suaves a 40 grados, en dos semanas se consiguen adaptaciones hematológicas interesantes”, señala Valenzuela. “Así, cuando compites en calor tienes la capacidad de sudar más para enfriar más tu cuerpo sin reducir mucho el flujo sanguíneo. Y con mayor volumen plasmático, además de llegar más sangre al músculo con cada latido, también se termorregula mejor. Hay mayor sudoración con menor expresión de sodio”.
“Es el principio del radiador de los coches de antes”, explica Manuel Rodríguez, médico del Lidl-Trek. “Cuando se calienta el motor y se evapora el agua hay que rellenarlo. Subir el nivel plasmático es como rellenar el radiador…”
Aitor Viribay, fisiólogo en el Ineos comparte con Valenzuela, con los entrenadores del UAE y con los responsables de la mayoría de los equipos la necesidad de protocolo y estrategias para que el calor no reduzca el rendimiento de los ciclistas. “Yo diría que la temperatura mejor para alcanzar el máximo rendimiento es inferior a 25 grados. Con 22 o con 20 grados se puede activar un protocolo de calor porque hay una cosa que no hay que desestimar, el estrés térmico depende tanto de la temperatura externa como de la interna. Y ahí el principal factor es la intensidad”, explica Viribay. “A veces un día de 20 grados en el que se va a tope puede ser mucho más duro que un día de 26 a intensidad media. En una crono a 18 grados, que disputamos a una intensidad máxima, nosotros hacemos cooling porque térmicamente equivale a correr a 28 grados en una intensidad media”.
Aunque en verano es el objetivo principal, la aclimatación al calor no es, sin embargo, la única razón para la generalización de escenas estrambóticas en refugios de montaña alpinos, pues muchos ciclistas lo utilizan aunque no vayan a competir en un ambiente caluroso. “Ahora todos los equipos usan los entrenamientos en calor también para aumentar los valores hematológicos, el volumen plasmático o el nivel de hemoglobina. Se hacen bloques en calor para aumentar la hemoglobina [la madre del VO2max, la capacidad de transportar y consumir oxígeno, el principio que hizo de la EPO el dopaje por antonomasia a finales del siglo XX] usando el calor como estímulo, no la altitud, como se hace también”, explica Viribay. “Es una fina línea, un poco como la altitud. El estrés térmico te puede vaciar de glucógeno porque el gasto en glucosa es superalto. Se trata de individualizar los protocolos en función de la temperatura interna. Cada uno tiene un límite de estrés térmico, aunque normalmente se entiende que en torno a los 38, 38,5 grados de la temperatura del core interno, un estado febril, bien medida con pastilla o medida con otros aparatos, se sitúa el umbral, la línea del estrés térmico en el que comienzan las adaptaciones. Igual que en altura buscas una saturación de oxígeno inferior a 92 para aumentar el hematocrito, en calor se trata de pasar de 38,5 y llegar casi hasta 40 grados en los protocolos más agresivos para inducir ese estrés”.
El calor, curiosamente, abre el apetito de los ciclistas, ya voraz de por sí, pues aumenta el gasto y la dependencia de la glucosa, y desde las cunetas se multiplican los auxiliares con bidones de carbohidratos, dosis de hasta 60 gramos cada 20 o 25 minutos. Otro tipo de entrenamiento habitual en los últimos años, el que acostumbra al sistema digestivo a trasegar y metabolizar eficientemente y sin diarreas o gastritis esas inmensas cantidades de carbohidratos, también es fundamental en las estrategias contra el calor, que aparte de aparataje externo, como chalecos de frío en las salidas o guantes helados o aspersiones de agua con los bidones, incluyen la conversión de los geles en granizados, sorbetes y polos de hielo. “Todos los productos congelados necesitan 80 veces más de calor que el agua fría para convertirse en líquido. Es la medida más eficiente para bajar la temperatura interna. Desde el año pasado estamos utilizando geles congelados, frozen gels. Hay incluso alguna marca que tiene en el mercado una textura un poco más granizada, que lo congelas y no se queda en un bloque, sino que se queda un poquito tipo granizado”, explica Viribay”.
Un niño bailaría de alegría si le proporcionaran ese menú. Un ciclista sufre, avanza penosamente en las cuestas. Los más, estoicos a la fuerza, el debutante tan joven Raúl García Pierna, y el corazón ya le late acelerado en el agobio tan Tour de la salida florentina, encuentran, como Boecio, consuelo en la filosofía, en el lema de que el sudor es el elemento que distingue al ser humano de la bestia: quien más suda para disipar el calor que el propio ejercicio genera más resistente será. Solo unos pocos, Bardet, seguro, Pogacar, tan aclimatado, bailarán felices en el podio con deseos de gritar, quizás, más calor, es la guerra.
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