El Giro de Italia perfecto de un ciclista perfecto, Tadej Pogacar, que ya piensa en el Tour de Francia
El ciclista esloveno de 25 años, maglia rosa y seis victorias de etapa, interpretó a la perfección una partitura escrita para él en el mes de diciembre
Giulio Pellizzari, de 20 años, reparte gominolas de Haribo entre los pinos de Roma, y una ligera brisa templada los agita. El último día del Giro, al sol, los ciclistas del futuro son niños felices, exultantes de salud y vigor, como Antonio Tiberi, de 21, ciclista romano de blanco de mejor joven. El viejo lucano Domenico Pozzovivo, de 42 años, cuerpo retorcido como el tronco de un olivo centenario de su Basilicata, casi deforme, los codos descollando, tantos huesos rotos tantas veces, se adelanta al grupo, que le anima, al llegar a los adoquines (sanpietrini) del Foro y se despide del ciclismo. Los del UAE han pintado de rosa las hombreras de sus uniformes blancos y sobre el asfalto parecen el T-Mobile de los viejos tiempos, pero no les manda un Riis iracundo o un Ullrich rubicundo, sino un Tadej Pogacar de rosa sonriente y dulce nacido en los años de los selfis y los móviles con cámara. Descubre Roma, se hace fotos y ríe. Después, a dos kilómetros de la meta, se pone al frente del tren UAE para el último sprint. Está empeñado en que gane su compañero Molano. “Si gana Molano, será un Giro de 10 sobre 10″, anuncia. Pese a la ayuda especial, el colombiano se pierde. Sobre los adoquines Tim Merlier vuelve a derrotar a Jonny Milan. Empate a tres final entre los príncipes de la volata. Y por mucho que eleve el umbral de la exigencia, nadie discutirá que el Giro ha sido de 10 y más para el esloveno. Ha sido el Giro perfecto.
Dicen que competir es dominar el arte de lo imprevisible, pero ganando de manera perfecta un Giro perfecto, Tadej Pogacar ha convertido en arte, en épica, la interpretación dulce de una planificación extrema.
“¿Un Giro perfecto?, por supuesto”, dice Rafal Majka, el lugarteniente, el último hombre del equipo, el ciclista que cuando ascendiendo un puerto se ponía en cabeza del pelotón hacía saber a todos, sin palabras, que poco tardaría su jefe en levantarse del sillín, atacar e irse donde estaba señalado ya de antemano, desde hacía meses, a seis kilómetros de la cima de Oropa, el segundo día, por ejemplo. “¿Un Giro perfecto? Quizás, aunque no todo ha sido fácil. He sufrido alergias las primeras semanas y a veces he dormido mal”, responde Pogacar, ganador del Tour de 2020, en su debut, y 2021, y no cita entre los problemas los ataques de rivales insidiosos, que no han existido. Ningún rival le ha puesto en un aprieto. Geraint Thomas, Daniel Martínez, Tiberi, O’Connor, Rubio, Bardet… Lo que han luchado por el podio ni siquiera han intentado atacarle. Han ido siempre a rueda. Han peleado para ser segundos sin atacarse apenas siquiera entre ellos. No han organizado estrategias, grandes movimientos. En este Giro solo ha atacado Pogacar. “Ha sido, seguro, una de mis mejores grandes vueltas”.
Antes de empezar, su equipo revisó el libro de ruta y calculó que Pogacar podría ganar 11 de las 21 etapas, porque es puncheur, cronoman, velocista, escalador, y su actitud, lo que él llama “mentalidad”, es la de intentar ganar siempre. Ganó seis, quedó segundo en dos –la contrarreloj del lago de Garda que le ganó Ganna y la subida al Brocon de su amigo Steinhauser--, y tercero en otra, la que le levantó Jhonatan Narváez en Turín el primer día, la que más le fastidió no ganar, la que le habría permitido vestir de rosa del primer al último día, como Anquetil en el 64 y Merckx en el 73. La etapa de Livigno, aquella en la que, como una aspiradora, sin más afán que el de no pasarse de los vatios que podría mantener durante media hora – 450 vatios de media, casi siete por kilo, 27,5 kilómetros por hora de media en la ascensión-- dejó los más de dos minutos que le sacaba Nairo en nada en apenas 12 kilómetros, fue quizás no solo su mayor demostración en el Giro sino uno de los mejores días de su carrera, dentro de lo difícil es comparar los datos entre diferentes etapas, cada una con su particularidad. Muchos días no ha llegado a rozar sus límites. Ha ganado controlando sus esfuerzos, casi frenándose, pensando siempre en el Tour.
El esloveno, que se impone, a los 25 años, en su debut, con la mayor ventaja sobre el segundo (Daniel Martínez, 9m 56s) registrada en los últimos 59 años, no ha experimentado, no ha improvisado, no ha sido Charlie Parker con el saxo y el sueño cálido, revuelto, más bien Daniel Barenboin al teclado, dando a cada nota de la partitura el brillo, la sonoridad, que quizás Beethoven había imaginado o, seguro, las pedaladas que preveía el guion escrito en casa UAE en diciembre nada menos, junto a las playas de Benidorm, a medias entre los directores, preparadores y técnicos del equipo financiado por emires de oriente próximo.
“¿Un Giro perfecto? Sí. Ha sido el Giro perfecto. La perfección. La seguridad de la maglia el segundo día. Ganar la crono para convencerse. Tener la tranquilidad de mantener el liderato en Prati di Tivo, sin obsesionarnos. Y poder estar la última semana defendiéndolo, que siempre es lo mejor”, asegura Joxean Fernández Matxin, mánager y estratega del equipo. “Teníamos era un plan de tres semanas, que se ha mantenido. La primera semana queríamos intentar ganar las dos primeras etapas, sobre todo para evitar la tensión, por evitar peligros, por evitar caídas. La más difícil de gestionar. Luego se trataba de ganar la contrarreloj de Perugia para ganar confianza y mantener la maglia en la llegada a Prati di Tivo. La segunda semana fue la más fácil, donde teníamos que ser más conservadores, mantener la maglia sin más, sin obsesionarnos por ello. Y luego, la tercera. Como en todos los Giros de Italia, siempre hay una tensión importante en la tercera, y una dureza superior al resto de etapas”.
Cuenta Matxin que él no tiene la culpa de que ni Jonas Vingegaard ni Primoz Roglic ni Remco Evenepoel acudieran al Giro para ponerle en dificultades a su Pogacar, a quien el danés ya ha derrotado en los últimos dos Tours. “No creo que haya habido muchos directores que hayan dado el ocho de cada grande en diciembre. Tengo la sensación de que si anunciamos que Tadej iba a correr ciertas carreras con un objetivo –todas: Strade, San Remo, Volta, Lieja, Giro--, hay veces que muchos rivales prefieren hacer otro calendario. Lo entiendo, porque yo también lo hago”, dice. “Yo, como director, no le meto un calendario donde van a correr los Big Six porque sé perfectamente que le va a costar ganar o que no es un ganador seguro”.
El técnico español explica que prepararon el Giro con un ojo en el Tour, pero durante la carrera italiana no pensaron ni un día en el Tour, que empieza dentro de cinco semanas menos dos días. Llegará con 31 días de competición (y 14 victorias. Volta, más cuatro etapas; Giro, más seis; Strade y Lieja), más o menos como otros años. Y llega entero, aseguran en el equipo, y lo aseguró él después de ganar en el Monte Grappa la penúltima etapa. No se cambiarán los planes escritos en diciembre. Tras una semana de vacaciones, el 3 de junio se concentrará en la altitud de Isola 2000, en los Alpes franceses cerca de Niza, escenario también de la 19ª etapa del próximo Tour. Tras siete días allí aclimatándose a la altura junto a Adam Yates, las siguientes dos semanas las dedicará a entrenamiento específico junto a los équipiers que le acompañarán en el Tour procedentes de la Dauphiné (2 a 9 de junio): Ayuso, Soler, Wellens, Politt y Sivakov. El octavo, Almeida, competirá esa semana en Suiza. El equipo, cuenta Matxin, ha alquilado dos villas de lujo y tendrá a dos cocineros a su disposición. Y el 26 de junio todos descenderán a Florencia, donde el sábado 29 comenzará el Tour. Le esperan, ya, enemigos de verdad, y un desafío que ningún ciclista ha logrado superar desde que lo hizo Marco Pantani en 1998, rosa y amarillo el mismo año.
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