El aventurero Vendrame se impone en la etapa del Friuli del Giro de Italia por delante de Pelayo Sánchez
Con el permiso del UAE y Pogacar, que piensa en el Monte Grappa del sábado, triunfa tranquila en Sappada una fuga de casi 20 corredores
La vida es una metáfora del ciclismo, que en Peonis, meta volante, es muerte, el Friuli pobre, donde un propietario fascista mató en 1927 de una pedrada al albañil y campeón Ottavio Bottecchia, que le robaba las uvas y cortejaba a su hija, y, siguiendo el Tagliamento, su gran lecho de piedra, hacia los Alpes Cárnicos, en Sappada es también traición y llanto, donde un irlandés proletarios, sarcástico y descreído mató para el ciclismo a un joven de buena familia que, se lo cuenta en La Gazzetta dello Sport a Alessandra Giardini, que sabe escuchar y preguntar, se sintió un gilipollas inmenso, solo, abandonado, ridiculizado de rosa. Roberto Visentini nunca perdonó, nunca perdonará, promete, ni a Stephen Roche, el compañero del Carrera Jeans que le robó el Giro del 87 con una fuga en la etapa que acaba en Sappada, ni a los dueños de su equipo, que, ansioso por vender sus vaqueros made in Italy en la verde Erin prefirieron que un exótico irlandés ganara la corsa rosa, y no un pequeñoburgués de Salò, heredero de una empresa de pompas fúnebres, qué poco molestan los muertos, y con villa en las orillas del lago di Garda. “Al día siguiente, cuando atravesábamos un túnel, me lie a patadas con él, pero tenía un comisario en la chepa y no pude darle mucho”, lamenta Visentini. “No he vuelto a hablar con él, pero si se acerca ahora aún tengo ganas de darle”.
Ajeno a su dolor, el Giro vuelve a Sappada de vez en cuando, y le justifica el año, o la vida, a otro ciclista. O le engaña. Hace seis años, la cima, al final de una ascensión larga y escalonada, le hizo creer, erróneamente, a Simon Yates exhibicionista que había acabado con Chris Froome, este 2024, en cambio, premió a un especialista en fugas, un baroudeur (aventurero), que dicen los franceses, el italiano Andrea Vendrame, de 29 años, ganador en solitario, a su estilo, igual que cuando ganó otra etapa del Giro, en Romagna, en 2021, con cálculo y sabiduría. Segundo, a 54s, llegó Pelayo Sánchez, y un suspiro después, Georg Steinhauser. Sospechosos habituales este Giro, también, y ganadores, cada uno, de una etapa.
Para Bach la vida, y la muerte, fue una fuga, y una pasión, constante como lo es el Giro para Alaphilippe, Pelayo, Plapp, Narváez, Vendrame o Steinhauser, que se combinan y se organizan con otra docena de ciclistas para alcanzar la cima final lejos del alcance de Tadej Pogacar, sus UAE y los Ineos y Bora de quienes aspiran al podio, que por un día dejan margen. Los escapados bajo la lluvia no buscan, como Bach, revolucionar ni el barroco ni nada parecido sino, al contrario, rellenar los días de nada y memoria, y perpetuar las leyes tradicionales del ciclismo, que garantizan a los aventureros premios de consolación, y a los aficionados, razones para descubrir talentos y admirar valentías. Pogacar, que piensa en el Monte Grappa, tan simbólico, y en una llegada alone al puente de los Alpinos de Bassano, tan hermoso, encarga a un sprinter de su equipo, el colombiano Molano, que marque el ritmo en las ascensiones, Duron al ronrón, Serra Valcalda, para que nadie sufra, y solo falta, para completar la escena, formación de a cinco en la cabeza, el vozarrón de Cipollini gritando, ¡perno! ¡perno!, para el que va por dentro en las curvas no se acelere. Los aficionados eslovenos, tan vecina su frontera, empiezan a llegar por las autopistas y se intercambian entre ellos por las redes, hasta hacerla viral, la fotografía de los paneles informativos con el mensaje en inglés con el que la DGT eslovena les pide prudencia al volante: “Leave the racing to Pogacar” (deja las carreras para Pogacar), el consejo que desde el primer día del Giro siguieron felices 175 de los 176 corredores que tomaron la salida en Turín.
Ya no hay peleas ni celos por ser el jefe en el equipo, sometido también el ciclismo a las leyes empresariales de los liderazgos adaptativos, y tampoco hay veneno en el pelotón, que, un cuarto de hora después de que Vendrame haya ganado la etapa, termina tranquilo de ascender Sappada. En el falso llano hacia meta, Geraint Thomas, el tercero en la general, se distrae mirando a su espalda y se cae tontamente. Nadie ataca. No hay colmillo. Todos le esperan tranquilamente que regresen. Pogacar le pregunta si le duele algo y de la mano todos llegan a casa.
Siguiendo la vieja ley de la supervivencia del ciclismo, y de la vida, antes de comer de tu plato intenta comer del del vecino, Vendrame se dejó llevar por la intensidad y el ardor de Alaphilippe, tan generoso en el esfuerzo siempre, y de los compañeros de fuga más jóvenes. Cuando vio llegar su momento, y, siempre, las viejas leyes del ciclismo, sabiendo que el primero que ataca en el último momento es el que gana en las fugas, a 28 kilómetros de la meta, en Corneglians, recién acabado el descenso del Valcalda, Vendrame hizo un contrapié a los colegas y se largó. Adiós, llanto, impotencia y crujir de dientes a sus espaldas, y reproches recíprocos, y 22ª victoria del año (segunda en el Giro) para su Decathlon, insuperable el año que se retira su fundador y factótum Vincent Lavenu, deja el culotte marrón, compra bicis Van Rysel y deja de ser Ag2r.
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