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Yates muestra su grandeza de campeón en los Dolomitas

Ataque lejano en solitario del líder del Giro, que aleja a Dumoulin a más de 2m en la general y hunde a Froome

Carlos Arribas
Simon Yates, ganador en Sappada.
Simon Yates, ganador en Sappada.DANIEL DAL ZENNARO (EFE)

Pasada Cortina d’Ampezzo, el pelotón regresa al valle del Cadore entre las montañas pálidas, el gris claro del granito de los Dolomitas y su nieve que no quiere irse, y desde las Tres Cimas de Lavaredo (y de Eddy Merckx) sopla una brisa tenue que llega con la lluvia suave e inspira a Yates, le lleva el recuerdo de los grandes del ciclismo a su bicicleta, a su modo único de atacar en montaña, como el pistard que es, sin que la rueda trasera se bambolee de un lado a otro, las manos bajas en el manillar, el culo suspendido sobre el sillín. Solo.

Froome aprende que la felicidad es fugaz; Dumoulin comprueba que le será muy difícil ganar el Giro otra vez pese a que el martes tenga su contrarreloj. Yates vuela solitario y logra su tercera victoria de etapa. El Giro está en los Dolomitas. Han elegido.

La carrera se desvía de la carretera general que sigue el valle para buscar refugio en lo alto de una ladera que asciende brusca hasta 1.300 metros, el Bosco dei Giavi, también llamado Costalissoio. Faltan 17 kilómetros para la meta. Froome se descuelga mínimamente. Un metro, cinco, 10. Es el momento. Yates ataca. El grupo de los mejores del Giro, destrozado después de 15 etapas, el día siguiente de dejar casi su alma pegada en el asfalto vertical del Zoncolan, le mira y silba con admiración. Ahí va el campeón. Y suspira desmoralizado.

Los Dolomitas son el aire que se respira, los abetos de postal, la hierba verde verde. Las montañas. Los Dolomitas transfiguran al ciclista, y no necesitan enseñarle sus cimas más duras, la Marmolada, el Pordoi, para recordarle cuál es su sitio, cuán pequeño es ante la naturaleza. La etapa dolomítica del Giro del 18 no es larga ni tremendamente dura mirando la cartulina, puertos de segunda cortos y empinados con nombres poca veces oídos, escasamente recorridos, que se suceden sin parar, Tre Croci, Sant’Antonio, Costalissoio, y sus descensos. Y aun así es mortal. Proclama la verdadera cara del líder desde el Etna, su decisión, su voluntad de ser grande antes que ganador; descubre las debilidades de todo el pelotón.

El primero que pierde pie es Fabio Aru, el escalador sardo había hecho brotar la ilusión de todos los italianos hasta su desfallecimiento la víspera en el Zoncolan. Subiendo el Sant’Antonio sufre lo que parece una parálisis súbita. Parece incapaz de dar una pedalada más. Su cuerpo se niega a aceptar la voluntad de su cerebro y solo accede a regañadientes, y lo hace como un autómata, por pura supervivencia: quien no pedalea, cae, y no se vuelve a levantar. Así termina la etapa Aru, acompañado de aliento de sus compañeros de equipo, que se detienen y lentifican su paso para no abandonarlo triste. Pierde más de 19 minutos y, seguramente, el deseo de continuar sufriendo.

Froome es el siguiente, víctima de un buen momento de Dumoulin, transitorio; víctima del abandono temporal de su niñera, Poels, que se había ido a hacer un recado. Víctima del gasto de adrenalina y de la fatiga del Zoncolan, donde su orgullo de campeón herido le llevó a dejarse todas sus fuerzas. Y cuando ataca Yates, tan lejos para lo que se lleva, solo le aguantan unos cientos de metros los que le siguen en la general salvo Froome: Dumoulin, Pozzovivo, Pinot, Superman López y su camiseta blanca, y Carapaz. Y cuando vuelve a atacar esprintando en la cuesta, la boca cerrada, la figura inmóvil, tan fuerte estaba, ya nadie le puede seguir. Pequeño, delgado, potente, Yates, si no es un Merckx, aunque lo parezca, es un Fignon en sus mejores años: rápido en todos los terrenos, hasta en la alta montaña, voraz, agresivo, incansable. Dice el médico de su equipo, bromeando, que nunca ha visto nada igual, que parece que él y su gemelo Adam (unas horas más joven) se cayeron de pequeños en la marmita. Los que le siguen son humanos, y cargan con esa miseria, y la racanería consecuente, y entre ellos echan cuentas y se pelean.

A Dumoulin, Yates le ha desafiado a una contrarreloj en solitario 48 horas antes de la oficial, y el holandés ha respondido mirando atrás y pidiendo colaboración a sus acompañantes. Y solo ese gesto muestra más debilidad que los 2m 11s a los que ahora se encuentra en la general. Sus acompañantes le han respondido que ellos también tenían sus urgencias íntimas. Entre Pozzovivo y Pinot luchan por el tercer puesto en el podio (9s les separan a favor del italiano de la Lucania), y ninguno estaba dispuesto a gastar un gramo de energía más que el otro; entre López, colombiano, y Carapaz, ecuatoriano, la lucha es de orgullo continental y de jóvenes. Los dos pelean por el maillot blanco. Más que de colaborar, su actitud fue de atacarse, de buscarse los flancos. Por ahora gana López, de Pesca, Boyacá, por 20s.

La pelea de Froome, ya descolgado (a 4m 52s de Yates) de la lucha por la maglia rosa, es la de la credibilidad. Y quizás, cuanto más pierda, cuanto más sufra el aire ligero de los Dolomitas, más cerca estará de ganarla.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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