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Jonas Vingegaard: “Cuando estaba en el hospital, creía que iba a morir”

El ganador de los últimos dos Tours de Francia recuerda sus 12 días en Txagorritxu y anuncia su resurrección: “Definitivamente, puedo luchar por la victoria en este Tour”

Vingegaard Tour de Francia
Vingegaard, de azul, responde a un ataque de Pogacar en la gravilla de los caminos blancos.KIM LUDBROOK (EFE)
Carlos Arribas

Como un franciscano viejo, tan estoico, Jonas Vingegaard, calza sandalias de tiras en la fresca mañana de Orleans junto al Loira el día de descanso, pero abriga los pies con unos gruesos calcetines estampados con la graciosa cabeza de un señor con sombrero. Es la doble personalidad del ganador de los dos últimos Tours, la seriedad con la que afronta los temas graves; la ligereza, la sonrisa irónica, con la que piensa sobre lo intrascendente, el resto de la vida, que para él ahora es todo, o casi todo, después del accidente que sufrió el 4 de abril en la Itzulia. Incluido el Tour.

Sentado en un sillón ante dos docenas de periodistas, Vingegaard no alza la voz, ni le da intensidad dramática, ni siquiera parpadea, cuando relata los temas graves para contestar en danés a quien le pregunta si era verdad lo que le habían contado, que cuando estaba en el hospital en Vitoria había llegado a pensar en dejar el ciclismo. “Está claro que cuando lo estás pasando mal, y yo lo pasé muy mal de verdad, empiezas a darle vueltas a las cosas, a preguntarte si de verdad merece la pena correr los riesgos que corres con la bicicleta. Tan mal, tan mal me sentía que pensé que me iba a morir… Y cuando estaba así, y creyendo de verdad que no saldría de esa, llegué a decirme que si sobrevivía, dejaría la bicicleta”, explica sereno el ciclista danés, de 27 años, que pasó 12 días en abril en el hospital de Txagorritxu, con clavícula y costillas rotas, una fuerte contusión pulmonar y un neumotórax. Para curar los pulmones y sacar el aire de ellos, debió pasar varios días en la UCI. “Lo hablé mucho en el hospital con mi mujer, Trine, que me confesó luego que viéndome en la tele, caído en el suelo, sin moverme mucho tiempo después de la caída, también pensaba que me moría. Ha sido fundamental en el proceso. Y aquí estoy sentado ahora. Así que ni una cosa ni la otra”.

La reflexión de un deportista claramente inclinado a la introspección, la otra cara de la moneda de su gran rival, Tadej Pogacar, lo que da más grandeza e interés, dos campos muy definidos para los aficionados, continúa cuando habla del inevitable cambio de mentalidad, el salto de madurez, que siguió al accidente, comenzando porque ahora, quizás por primera vez, es consciente del peligro. “Hasta entonces, ni pensaba, era algo ajeno a mí. Siempre se me había dado bien evitar las caídas y frenar a tiempo, así que pensaba que nunca me pasaría a mí, pero sí que me pasó. Así que ahora he empezado a tener más cuidado, sabiendo que puedo ser más prudente y aun así seguir en la carrera por la victoria”, dice Vingegaard, quizás recordando que en el descenso del Galibier que Pogacar ejecutó acrobática y aceleradamente, perdió 30s de los 75s con que le aventaja el esloveno en la general. “Me ha hecho pensar más sobre cuándo asumir riesgos”.

La etapa del domingo en los caminos blancos de Troyes, el nerviosismo de Pogacar que el esloveno llama divertimento, la facilidad con la que él, sobre la bici de Tratnik, y su equipo, Van Aert, Laporte y Jorgenson, sobre todos, controlaron las ofensivas de Pogacar y Evenepoel, ha disparado el estado de ánimo de Vingegaard, el único que sabe cómo derrotar a Pogacar en el Tour, y dos veces lo ha hecho. Y empieza, así, a hablar con más ligereza de lo intrascendente, del Tour, claro. “Todo lo que he pasado me permite, de entrada, sentirme feliz solo por estar vivo, y gozarla por ser capaz de salir en bici todos los días, y ser capaz de correr en las carreras, y de alguna manera, disfrutar más aún que antes”, dice Vingegaard. “No es que antes no me divirtiera, pero ahora corro más relajado. Le doy menos importancia al resultado. Está claro que en eso he cambiado. Ya soy feliz solo por estar aquí, por estar en el Tour”.

Oye estas cosas Pogacar y desconfía, y oye también que Vingegaard ha dicho que él está peor que el año pasado y Pogacar mejor. “Está fingiendo para que me confíe”, dice el esloveno, quien, en un comienzo de mental games, asegura que a quien de verdad teme es a Remco Evenepoel, “que vuela”, y que Vingegaard solo piensa en ir a su rueda.

Vingegaard tiene un plan, como todo el mundo sabe. La primera y la segunda semana, se trata de sobrevivir, de no caer en las emboscadas que le tienda el esloveno –”si me hubiera ido con él al final, seguramente me habría atacado y me habría dejado tirado”, dice—y esperar en la tercera semana, o incluso en el fin de semana pirenaico, para dar su golpe. “No he llegado con la preparación perfecta, pero creo que lo que he hecho, lo he hecho a un nivel muy alto. La primera semana ha superado todas mis expectativas”, asegura. Y avisa: “Y estoy empezando a creer que definitivamente puedo luchar por la victoria en este Tour”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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