Al encuentro de la súper raza ideada por Robert Peary, conquistador del Polo Norte
El realizador español Raúl Alaejos viaja a Groenlandia para documentar la vida de los descendientes que tuvo el explorador estadounidense con mujeres inuit
![Los compañeros de Robert Peary sujetan las banderas en el Polo Norte en 1909.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/VGXIRJDBO5FHLHZVCN7KKNY5GY.jpg?auth=44d406fa9b7f36e9e3368b90d7318a8e061d0f93aed0f54cb7f9d55424a80001&width=414)
La conquista del Polo Norte ha pasado a la historia como una de las grandes hazañas completadas por el ser humano, pero bien podría haber quedado registrada como una solemne estupidez en cuyo nombre se perpetraron un buen número de atropellos. El pueblo inuit, sin ir más lejos, lleva pagando los platos rotos desde, al menos, 1909, fecha oficial de la conquista del Polo a manos del estadounidense Robert Peary y su compatriota afroamericano Matthew Henson. Ahora que Donald Trump ha puesto de moda la helada Groenlandia, tras anunciar sus intenciones de anexión, el territorio merece el interés del planeta, intrigado por un lugar tan remoto y aislado que ni siquiera figura en el mapa del turismo global. “Allí solo van antropólogos, cineastas, científicos, fotógrafos y ahora periodistas, pero todos tenemos una aproximación extractivista… es una especie de nuevo colonialismo, pero este es de la imagen”, observa el cineasta español Raúl Alaejos (León, 1978), quien lleva años visitando la isla (cubierta por el hielo en un 80% de su superficie) y ha dirigido el docu-ensayo Objeto de estudio, en el que viaja al encuentro de los descendientes de Peary y Henson. Conquistar el Polo Norte no fue sencillo. La obsesión por lograrlo casi hizo enloquecer a Robert Peary, un ingeniero civil de la marina que ideó todo tipo de estrategias para triunfar sin perecer en el intento. Tras varios amagos baldíos, siempre acompañado por un descendiente de esclavos como Henson, llegó a convencerse de que el hombre blanco carecía de la genética precisa para triunfar. No se le ocurrió estrategia mejor que cruzar al hombre blanco occidental con el pueblo inuit para crear una súper raza que aunase la clarividencia blanca con la fortaleza y el instinto local.
Tanto él como Henson tuvieron hijos con mujeres inuit. Pero no llegó a poner en práctica su ensayo: el 6 de abril de 1909, Henson puso sus pies en el difuso punto norte 45 minutos antes que el propio Peary, un tipo sin escrúpulos que ya contaba 52 años de edad y que llevaba 25 años persiguiendo su sueño polar. Sin embargo, nunca aportó prueba alguna y estudios posteriores aseguran que alcanzó un punto que distaba al menos 9 kilómetros del Polo. Para la empresa, Peary arrancó desde la isla de Ellesmere con 24 hombres, 15 trineos y 133 perros. Un primer grupo abría camino, el segundo mejoraba la pista y dejaba depósitos de víveres y en el tercero viajaban Peary y Henson, los únicos que alcanzaron el punto de retorno con cuatro inuit (Ootah, Egingwah, Seegloo y Ookeah) y varios perros. Completaron los últimos 250 kilómetros en cuatro días, una velocidad descomunal para la época. Apenas unos días antes, el doctor Frederick Cook anunció que él también había alcanzado el Polo, un año antes… pero pocos le creyeron. “Y no es de extrañar que no le creyeran porque Cook, en vez de escalar el Denali (ahora rebautizado como McKinley por Trump) en Alaska, decidió quedarse en el campo base pero escribiendo un diario figurado en el que describió cómo subía sin subir”, recuerda Alaejos. Todavía hoy existen dos asociaciones en EEUU: unos defienden a Peary y otros a Cook. La primera expedición de éxito al Polo Norte registrada y reconocida no llegó hasta 1968, de la mano de Ralph Plaisted y dos compañeros blancos. No había rastro de la súper raza soñada por Peary.
Peary, de escasos escrúpulos, fue capaz de hacer verdaderas atrocidades, como llevarse a familias de inuits a Nueva York y exponerlos vivos en el museo de ciencias naturales: de hecho muchos murieron al contraer la gripe española. Su delirio al tener descendientes con inuits “me llevó a viajar a Groenlandia para buscar la súper raza, pero es una metáfora a sabiendas de que es todo lo contrario, que la mezcla ya no solo genética sino cultural del pueblo inuit con el hombre occidental es un desastre y no hay más que ver todos los intentos daneses de civilización que solo han llevado a este pueblo al alcoholismo, a la diabetes, a la pérdida de la misión vital…. era un pueblo nómada que perdió su identidad cuando en los años 50 Dinamarca se da cuenta de que no puede permitirse tener un pueblo salvaje campando a sus anchas y manda a institutrices a civilizar todo aquello y el pueblo pasa de ser nómada a asentarse, a recibir subsidios, dejan de pescar y cazar, entra el alcohol, el azúcar (que era un gran desconocido)… todo esto está en la película de forma sutil, toda esa desconexión entre el paisaje natural y el cultural”, explica Alaejos. Todo esto explica en parte la brutal tasa de suicidios que conoce la isla, tal y como informaba recientemente Antonio Jiménez Barca.
![Peary busca el horizonte en el Campamento Joseph en el Ártico.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/NGZER2GN6FBS5P7WEXG7ZWAT34.jpg?auth=7a8359f6897a79d34af47e3fa05b6b5af8385d21efd41c52ac74f0b40808e870&width=414)
La película está articulada de manera que puede resultar un tanto frustrante e inquietante para el espectador, reconoce Alaejos, “porque estamos acostumbrados a documentales donde nos explican todo, que son muy conclusivos, y mi película va de otra cosa: abrir preguntas y no responderlas y mostrar el truco del dispositivo cinematográfico, enseñar el eje de poder entre el que filma y el filmado con la cámara como parapeto en medio. Todo esto asumiendo de antemano el fracaso de que no tiene ningún sentido que un español vaya a buscar a los descendientes de unos norteamericanos que a nadie le interesa”. Y menos aún a los propios descendientes de Peary o Henson.
El docu-ensayo tira de humor y de autocrítica, como cuando un inuit mira a la cámara y expone: “Antes se llevaban nuestras cosas, y ahora se llevan nuestras imágenes”, como si la necesidad de expoliar lo diferente, lo auténtico, lo que no entiende, resultase irrefrenable para el sujeto blanco. “Siempre me viene a la mente una cita del escritor francés Georges Perec que dice que más nos valdría hacer una antropología de nosotros mismos antes de hacerla de los demás”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.