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gallina de piel
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Joan Laporta y una butifarra en la Meca

Laporta, un genio del ilusionismo, ha vuelto a caer de pie con la resolución del CSD y la severa manita al Real Madrid. El corte de mangas, sin embargo, podría dedicárselo ahora al régimen de Arabia Saudí, a la Superliga de Florentino Pérez o a los comisionistas que llaman a la puerta del club

Joan Laporta, rodeado de los jugadores del FC Barcelona, tras la victoria contra el Real Madrid.
Joan Laporta, rodeado de los jugadores del FC Barcelona, tras la victoria contra el Real Madrid.Stringer (REUTERS)
Daniel Verdú

Una butifarra de pagès. O sea, un corte de mangas de campesino, en su versión catalana. Aunque un pagès no sea exactamente lo mismo. Pero da igual. Así se expresó Laporta no se sabe exactamente hacia quién cuando, liberado por la resolución del CSD sobre el caso Olmo, logró hacer lo que lleva haciendo desde que llegó al Barça: ganar tiempo. O lo que es lo mismo, generar ilusión, construir nuevas expectativas que tapan fracasos. Pedir crédito ilimitado y devolverlo con más crédito hasta que el cuerpo aguante o, en este caso, el club. Vista la manita del domingo contra el Real Madrid, el invento seguirá funcionando. Y seguro que al final del partido muchos culés hicieron su propia butifarra en casa —y en Yeda—, porque de esto va el fútbol también, de liberar tensiones, aunque uno esté convencido de que no tiene razón.

La teoría del crédito, en cambio, solo funciona mientras no dejes de pedalear, o sea, seguir pidiendo más de lo que sea en calidad de prestado, para tapar la deuda anterior. Porque así es como están el Barça y el propio presidente, un tipo fascinante, listo, intuitivo, embaucador y divertido, instalado día y noche en un trapecio sin red del que cae siempre de pie. Uno de esos encantadores de serpientes de museo, pero un presidente de prestado, con cuentas pendientes con medio mundo. Incluido Florentino Pérez, a juzgar por algunos detalles, como el silencio en el caso de Dani Olmo, que solo se explicaría por esa persistente idea de crear un negocio paralelo en el fútbol llamado Superliga.

Laporta, el gran triunfador de la Supercopa, ha conseguido exactamente lo que quería estos días: ruido. El caso, por si no había suficiente con Ayuso, el fiscal general, las celebraciones de Franco o el hermano de Pedro Sánchez, formará parte ya también de la esfera política. Ahí está cómodo el presidente del Barça. Y el domingo obtuvo también lo único que podía aportar ritmo y compás a toda esa cacofonía para ordenarla en forma de música: cinco goles. Una sinfonía dirigida desde el foso con una butifarra como batuta, que le permitió bajar al césped, levantar la copa y darse un baño confeti con los jugadores, que siempre han visto en él a uno de los suyos, aunque su mala gestión pudiese costarles la ficha federativa.

El mejor truco de Laporta ha sido Hansi Flick, un entrenador monumental que, todo hay que decirlo, siempre fue su primera opción cuando ganó las elecciones en 2021 (terminó fichando por la selección alemana). Si la pelota entra, nadie protesta. Y el domingo Courtois pudo haberla recogido de su portería tres veces más que las cinco que subieron al marcador. Eso es un crédito como una catedral. Y Laporta, pese al último mes de esperpentos y chapuzas, puede estar muy tranquilo. Le conviene estarlo también a los que organizaban una moción de censura, porque mientras ganen, quien quiera salir en la foto va a hacer el ridículo.

Este martes, tras su victoria, Laporta podrá comparecer tranquilamente ante la prensa después de un mes de silencio. Ahora sí. Y quizá diga, como pensamos aquí, que no hay nada de malo en una butifarra. Pero a algunos nos gustaría que, mientras sigue ganando tiempo (y muchos títulos), se la hiciera también al gobierno de Qatar que ha comprado los asientos VIP del nuevo estadio y a quien él criticó mientras esponsorizaba al Barça con la anterior junta; al régimen de Arabia Saudí, cuyo príncipe heredero —según un informe de la Casa Blanca— mandó torturar y asesinar al periodista Jamal Khashoggi; también a la Supercopa, que se celebra en un país donde se acosa a las mujeres en los estadios, a los comisionistas y agentes que se pasean por el club estos días o, puestos a pedir, incluso a la Superliga, esa oscura nebulosa que mantiene al presidente del Barça del brazo de Florentino Pérez.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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