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La pesadilla de Laura García Caro, que pierde el bronce del Europeo de atletismo en los últimos metros cuando ya lo celebraba

La marchadora onubense perdió 50 metros de ventaja sobre la ucraniana Olyanovska en la última recta de los 20 kilómetros marcha ganados por Palmisano

Laura García Caro mira a Lyudmyla Olyanovska al llegar a la meta.Foto: ALEKSANDRA SZMIGIEL (REUTERS) | Vídeo: EPV
Carlos Arribas

Laura García Caro busca en su memoria y no encuentra. No, nunca ha tenido un mal sueño parecido, ninguna pesadilla le había perturbado tanto como la que vivió a tres metros de la última línea de los 20 kilómetros marcha, calor intenso, pista azul brillante, bandera de España al cuello ya preparada para ondearla, y una medalla de bronce, sudada y peleada durante casi 90 minutos, que ya pensaba que era suya. El final de la prueba de marcha regresaba al estadio después de un decenio ausente, y los marchadores, con tantas razones para sentirse marginados, lo celebraron felices, la travesía del túnel de la puerta de maratón, el clamor del estadio ante su llegada, la emoción, la adrenalina, y en esas estaba la atleta de Lepe. No había decaído el clamor que se había elevado cuando llegaron las dos primeras unos metros por delante de ella, dos italianas reinas en Roma, la campeona olímpica Nelly Palmisano y la veteranísima, 38 años, Valentina Trapletti, pero los murmullos, las voces, los gritos, ayes, y demás, cambiaron de tono. Eran las voces de alarma que los niños lanzan delante de las marionetas en el parque, cuando al príncipe valiente le va a atacar el malo con la porra por detrás, a traición, ¡cuidado! ¡cuidado! ¡a tu espalda! Era la última recta. Detrás de Laura García-Caro aceleraba, como el gato de siete botas, a toda velocidad, la ucraniana Lyudmila Olyanovska, y se acercaba, se acercaba. Y todos gritaban. Y la española, agotada —dos últimos kilómetros recorridos en ocho minutos y 40s, todo lo rápido que podía—, no se enteraba. Solo se enteró demasiado tarde, cuando levantó el puño feliz, sintiéndose ya dueña de la medalla que significaba el final de dos años de sufrimiento, de un covid persistente que la dejó fuera de forma, cansada siempre, perdida, después de ser sexta en el Mundial de Oregón. Quedaban tres metros. Tuvo el tiempo justo para ver a la ucraniana –31 años, ya bronce europeo en Atenas 2014 y una suspensión de cuatro años por dopaje entre 2015 y 2019—por el rabillo del ojo, una exhalación que la congeló.

“Yo, en la última vuelta, la verdad que lo iba dando todo, estaba bastante reventada y al final...” García Caro, de 29 años, se queda sin palabras en la zona mixta, el espacio más doloroso, la confrontación con la realidad, a pesar de que su mánager, el exatleta de Peñafiel Álvaro Rodríguez, la espera con un ramo de flores, un abrazo y unas palabras de consolación y fuerza al oído. “De hecho he intentado esprintar lo antes posible porque sabía que un sprint final no iba a ser lo mejor para mí y quería intentar lograr la mayor ventaja posible”, continúa la atleta onubense que se entrena en Madrid con José Antonio Quintana. “Sí que es verdad que en el 300 y en el 200 iba mirando para atrás porque sabía que la llevaba relativamente cerca, pero en el 100 he vuelto a mirar y veía que no sé si le llevaba 40 o 50 metros y he intentado esprintar a tope con lo que tenía y ya pensaba que no me pillaba. Y bueno, la verdad que ya ni la he sentido y bueno, pensaba que ya lo tenía. Y ni he mirado la pantalla gigante del estadio. Iba focalizada en llegar. Y, sí, quizás me han dado demasiado pronto, al entrar al estadio, la bandera de España, pero en ningún momento me he sentido medallista antes de tiempo”.

La carrera del final de pesadilla fue hermosa y competida. Dos chicas del sur de Europa —Palmisano es de la Apulia, junto a Taranto, en el tacón de la bota, tierra dura, yerma junto al Jónico, tierra agrietada como las manos de los campesinos— con una calidad atlética magnífica dando vueltas junto a 33 competidoras más alrededor del estadio de mármol mussoliniano, a espaldas de las estatuas ciclópeas que representan a todas las provincias italianas, un seto a un lado, asfalto, mármol y hasta teselas de mosaicos bajo sus pies. Y en el kilómetro 10 vuela Palmisano, flor tricolor en el pelo, pegatinas tricolores en su magro cuerpo, cimbreo rítmico de caderas, menudo pie la lleva, y en el aire la voz del apuliano más famoso, Domenico Modugno, cantando el Volare. Varios kilómetros a 4m 20s, casi a 14 por hora, y los pies no más de 40 milésimas de segundo suspendidos en el aire, y adiós. García Caro, junto a Cristina Montesinos, de Terrassa, pupila de Valentí Massana, aguanta a su ritmo y espera al penúltimo kilómetro para acelerar hacia la medalla que se le escurre, traidora, entre los dedos. “Realmente he pasado un año y medio bastante malo y he conseguido darle la vuelta con todas mis fuerzas”, dice la marchadora, que no huye de su responsabilidad. “Espero aprender de este error. Seguir luchando, seguir trabajando y volver en la próxima vez más fuerte”. Montesinos terminó sexta.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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