La subida a Pike fue un Alpe d’Huez en miniatura
Los ciclistas tuvieron que atravesar un estrecho pasillo entre el entusiasmo de miles de aficionados e ikurriñas durante la primera etapa del Tour de Francia
La frase que más se escuchaba el viernes por Bilbao, sonaba apocalíptica. Se repetía entre amigos, entre conocidos; se oía en los pasos de peatones: “Mañana nos vamos a pique”. Pero no era el augurio de una catástrofe, ni mucho menos, salvo para quienes viven ajenos al paso del Tour. Porque ese pique solo era un homófono de Pike. En realidad, los que lo decían, se iban a Pike, esa pared de dos kilómetros, a poca distancia del centro de Bilbao, que se convirtió en un Alpe d’Huez en miniatura.
Fue un pasillo estrecho, plagado de ikurriñas y camisetas del Athletic en el que se mezclaba la pasión de los aficionados con el sudor de los corredores y ese riesgo siempre latente de un enganchón o una caída, minimizado por la disciplina de los espectadores, que afean la conducta a quienes intentan correr junto a los ciclistas.
Como en las grandes cimas alpinas, en Pike acampaban caravanas desde días antes, y se plantaban tiendas de campaña, aunque bastaba descender un par de kilómetros para hacer la compra en algún súper de Sondika, o tomarse unos vinos en los bares del pueblo. Una cuesta casi urbana que se convirtió en la culminación de la etapa inaugural del Tour, que comenzó con el banderazo en la salida de San Mamés de Joane Somarriba, que como hizo George Abram 120 años atrás, a las puertas de la posada Au Reveil Matin –que ahora es un restaurante brasileño–, les enseñó a los ciclistas el camino que culmina en París.
Cuando la cuenta atrás del reloj se quedó en cero, la caravana publicitaria ya había atravesado varias poblaciones. Los llamativos vehículos de los patrocinadores del Tour, muchos de ellos reconvertidos, comenzaron a lanzar miles de pequeños regalos por el recorrido, de los 14 millones que arrojarán a las cunetas durante las tres semanas de la carrera. Se les notaba frescos y entusiastas, que para eso era el primer día, y en algunos casos, inexpertos todavía, sin esa técnica depurada que permite hacer aterrizar la gorra, la camiseta o el llavero en el lugar adecuado, a los pies de los espectadores. Irán aprendiendo con las etapas, y perdiendo el entusiasmo y la frescura.
En Getxo, que movilizó en los días previos a brigadas de jardineros para remozar los jardines, y que lucieran impecables en las tomas aéreas de la carrera, el Ayuntamiento repartió también miles de gorras amarillas con el escudo municipal, pero a la vez, fracasó un tanto al programar, dentro del 43 Festival de Jazz de la localidad, una actividad callejera que se desarrollaba muy lejos del paso del Tour. Y daba la sensación de que la gran mayoría de los vecinos había optado por el deporte por encima de la música. Y eso que Getxo se ufana de que el primer concierto en España de Sting, el líder de Police lo dio en la primera edición del festival, cuando tocaba en el desconocido grupo Last Exit; que vivió, durante una semana, en casa da unos amigos del organizador, y que se lo pasó muy bien en las fiestas, tomando calimocho, por cierto, un invento getxotarra.
Pero para los miles de ciudadanos que desde las cercanías del Puente Colgante, el paseo de Zugatzarte, el de los Chopos, o la ciudad deportiva de Fadura, donde se coció a fuego lento la evolución baloncestística de Chacho Rodríguez o de Fran Vázquez cuando eran unos pipiolos, el descubrimiento más comentado era Pike Bidea, donde unas horas después comenzaría a desplegarse el abanico de aspirantes a subirse al podio en París, y que no es muy amplio, sobre todo después de la caída, bajando el Vivero, de Richard Carapaz y Enric Mas. La retirada del mallorquín, clavícula dañada, mirada perdida, fue el golpe más duro de la primera etapa.
Pike también es un invento getxotarra, o al menos de los organizadores del Circuito de Getxo, una carrera en auge tras la pandemia, y que lo incluyó en su recorrido, descubriéndolo al mundo. La Sociedad Ciclista Punta Galea, en la que corrieron Roberto Laiseka, Iñigo Landaluze, Mikel Zarrabeitia y los hermanos Otxoa, es la que se puede apuntar el tanto, aunque tal vez no le hiciera mucha gracia a otro de sus pupilos, Jonathan Castroviejo, que llegó un tanto descolgado del pelotón de los favoritos, aunque por el camino fue uno de los más reconocidos y aclamados. Él también es de Getxo.
Pero fueron todos los pueblos de Bizkaia por los que transcurrió el Tour, los que se volcaron con la carrera, y en uno de ellos, Gernika, disfrutaron el doble, porque la etapa pasó dos veces por la ciudad símbolo de los horrores de la guerra. Pero ya desde Bilbao, origen y final de la etapa, el gentío fue inmenso. Primero en la salida, junto a San Mamés, donde Tadej Pogacar fue el más aclamado después de que alguien le insinuara ese guiño de gritar ¡Aupa Athletic!, en un territorio en el que solo iba a encontrar partidarios. Es un fenómeno el esloveno, que en las vísperas posó con la camiseta rojiblanca con el número 11, el de su dorsal, y que al acabar la etapa confesaba que atacó “porque no había nada mejor que hacer”. Como quien ve una serie de televisión.
Mientras los getxotarras subían las rampas mecánicas de Salsidu, una vez que el Tour enfiló hacia Berango, siguiente destino, también con las calles abarrotadas, en Bilbao se producía el éxodo desde San Mamés hasta las cercanías del Parque Etxebarria, escenario de la meta. Allí, quienes vieron salir a la caravana publicitaria, la vieron llegar, y también cabalgar a los gemelos Yates, pasando junto al funicular de Artxanda, pintado con los colores del jersey a puntos de la montaña. Y luego asistir a la entrega de premios, y al comienzo del desmontaje de un tinglado gigantesco que viaja de ciudad en ciudad, Bilbao, la primera, dice adiós.
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